Desde mi celda doméstica
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martes, 5 de mayo de 2015

FABIÁN Y SEBASTIÁN


Fabián y Sebastián


Desde tiempo inmemorial, la Iglesia ha unido la celebración de estos dos santos en el 20 de enero. Cehegín, en cambio, se ha quedado con el segundo, también desde tiempos remotos. Sobre todo, desde que al mártir soldado se le encargara de gobernar y dominar los recios vientos que, por estas fechas, suelen azotar las cornisas de nuestros edificios.
Estamos en los siglos III y IV. Fabián fue papa catorce años. Por cierto, llegó al papado sin pasar por cura. Directamente de seglar. Cuando el emperador Decio truncó tan bárbaramente su vida y su obra, san Cipriano comentaba desde Africa: Me alegro de que un gobierno tan íntegro como el del papa Fabián haya sido gloriosamente coronado.
Sebastián, en cambio, era soldado. Es complicado ser soldado de Cristo y del emperador. Y más si el césar se llama Diocleciano. Por regla general, los dictadores suelen iniciar sus desgobiernos depurando al ejército. Y le tocó la china a Sebastián. Es arriesgado desobedecer las órdenes injustas. Máxime, cuando en Roma había dos clases de esclavos: los comprados por los patricios y los que vestían uniforme militar. Y a Sebastián no le fue dado, como a nadie, el servir a dos señores. Porque, mientras las cosas transcurren sin pena ni gloria, vale. Pero hay que optar en someterse a la ley de Dios antes que  a la de los hombres: y ahí duele, como dicen en Cehegín, más que paqué. Y fue enterrado en las catacumbas que hay en la Via Apia romana. San Ambrosio, su paisano y obispo posterior, nos invita a que nos aprovechemos de su ejemplo.
Hoy, aquel soldado, con su torso desnudo y acribillado, nos hace meditar sobre lo bello y duro, a un tiempo, de ser asaeteado con las flechas del amor de Jesucristo.

Alfonso Gil González

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