Desde mi celda doméstica
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martes, 5 de mayo de 2015

FAMILIA Y JUVENTUD


FAMILIA Y JUVENTUD


Por regla general, los hijos quieren a sus padres y necesitan sentirse amados por ellos. No obstante, es normal que esos lazos familiar-educativos tiendan a romperse, dada la tensión que se origina de una gradual emancipación y de la necesidad de afirmarse autónomamente, sin la dependencia psicológica de la infancia. Conforme avanza esa autonomía, crece la interdependencia de la vida social. Otras persona y otros educadores irán suplantando la figura paterno-maternal.
Desgraciadamente, hoy asistimos a una dimisión de padres y educadores, que hacen dejación de sus funciones de forma irresponsable. Al mismo tiempo, se pretende una convivencia humana prescindiendo de los padres, una fraternidad sin padres. Pero todos sabemos cómo queda dañado o destruido el desarrollo de la persona humana cuando falta el afecto y atención paternal. Tal perversión no puede sino ir en contra de la misma sociedad.
Ahora bien, hay un paternalismo patológico que sofoca la vida y el crecimiento. Algunas familias lo padecen. Algunos pueblos, también. España, por ejemplo, es una experimentada en paternalismos ideológicos. ¿Cómo evitarlo? ¿Cómo rebelarse? Es difícil, ciertamente, mantener una independencia distanciadora de este tipo de vínculos. Subordinar lazos físicos y biológicos a lazos, llamemos, espirituales. He ahí el quid de la cuestión.
Los padres, como la sociedad, tienen el deber de procurar a sus hijos y a sus ciudadanos el alimento, el vestido, un ambiente sano, una formación y educación lo más completa posible. Cuando no es así, se genera, para unos y otra, una carga superior a la necesaria. Y, paradójicamente, se incapacita para la universalidad, para la catolicidad, más allá de las peculiaridades de raza o nación.

Alfonso Gil González

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