Desde mi celda doméstica
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miércoles, 6 de mayo de 2015

FLORECILLAS SANTANERAS


Florecillas santaneras


El Instituto Teológico Franciscano, de Murcia, ha publicado, este año, el libro del Padre Fermín María que, ahora, me honro en reseñar. Los que, como él, hemos tenido la suerte de vivir en el mismo cenobio de aquellos titanes del espíritu, valoramos mucho más esta penúltima obra del más grande poeta franciscano del siglo XX. Cincuenta y un capítulos glosando las figuras de aquellos frailes observantes, alcantarinos, moradores de Santa Ana del Monte, que dieron a Jumilla más fama que sus olorosos vinos. De éstos se embriagan los cuerpos de barro, de aquéllos los corazones y las almas inmortales.
No es posible la lectura de este libro sin que uno se anime a ser mejor. Desde san Pascual a Fray Cándido –el último gigante-, pasando por el beato Andrés Hibernón, esta pléyade de voceros encarnados del Verbo preexistente pasa de las crónicas de Panes y Salmerón a la exquisita pluma ferminiana, y uno ya no sabe, tras tanta lujuria espiritual, por qué llamar, así, al estúpido lodazal de las pasiones humanas. Es un libro para la edificación, para el estímulo, para la serena lectura estival a la sombra, valga el caso, del hermano aratonero.
El capítulo dedicado al Cristo de la Reja es un poema sublime. No me avergüenza decir que lo leí llorando. ¡Cuántas veces, a sus pies, he contemplado la postración silente y adorante de Fray Cándido! Como todos los ángeles de carne aquí narrados, despertó en mí la admiración, que no el seguimiento, mas será suficiente para entrar en lo Eterno con sello de visado.


Alfonso Gil González

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