Desde mi celda doméstica
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martes, 5 de mayo de 2015

FRAY EGIDIO

Fray Egidio


Recuerdo a Fray Egidio sentado en el despacho parroquial, escribiendo sobre una mesa amplia, protegida por una recia luna. Era joven. Tendría unos treinta años. Vestía de hábito talar, color pardo. Amante de la música y de la teología, había, a su derecha, un aparato de radio casette del que salía con toda certeza música clásica. Frente a sí, en la acristalada mesa, unos libros de teología y una máquina de escribir. Un enorme cenicero, también de grueso cristal, le servía de pisapapeles, pues él no fumaba. Si alguna colilla se apreciaba en en su interior, sin duda era de alguna de las muchas visitas, hombres o mujeres, que recibía, atendiéndolas con paciente agrado. Decía que su lema era el mismo que el de san Juan Bosco: “Dadme almas, llevaos lo demás”.
Hombre de verbo fácil y de voz melodiosa, tenía el don de atraer a cuantos le escuchaban. Sus temas de conversación, como era de esperar, versaban siempre sobre el mundo de la fe o sobre el arte musical. En realidad, lo musical era una excusa para hablarte de Dios, o para sonsacarte los recovecos del alma. Siempre utilizaba su poder de atracción para llevar, a quien se dejara, a Jesucristo. Sí, lo recuerdo locamente enamorado de Jesús de Nazareth. Lo contagiaba. Algunos feligreses grababan sus palabras para, luego, ir escuchándolas mientras conducían sus coches.
Un día, Fray Egidio desapareció sin dejar más rastro que los buenos consejos que daba a los que acudían a su despacho parroquial, cuando allí se sentaba frente a la amplia mesa, en que lo recuerdo escribiendo, con música y libros a su alrededor, vestido de tosco sayal, y siempre atendiendo alguna visita, de hombres o mujeres, a los que dejaba boquiabiertos con su pico de oro y su corazón ardiente. 

Alfonso Gil González

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