Desde mi celda doméstica
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domingo, 3 de mayo de 2015

HOMBRE NUEVO


El hombre nuevo


Nos enfrentamos, en estos momentos, con una de las crisis más importantes, amén de la económica: la crisis de identidad. Qué sea el hombre, el ser humano, es el interrogante que perdura a través de la historia. Quizá, porque el hombre no puede conocerse del todo, y es siempre para sí mismo un problema abierto a un misterio insondable.
Se ha dicho, hasta la saciedad, que el hombre de fe tiene una luz para conocerse, para saber quién es. Pero ya Jesús advertía a Nicodemo que hay que nacer de nuevo. Y es que Él, creyente incomparable, había detectado un hecho que conmovía los cimientos de la experiencia humana común, es decir: que Dios actúa en la historia. Una veces, de forma inadvertida; otras, dirigiéndola sin suprimir ni limitar la libertad humana; otras, en fin, de manera significativa y manifiesta.
Mal que nos pese, lleva la Iglesia dos mil años enseñando la nueva e inaudita intervención de Dios en la historia, el gran acontecimiento de que un muerto, Jesús, condenado y ejecutado por la justicia de los hombres, se ha constituido en Señor de esa misma historia. Desde la Iglesia primitiva, hasta esta de Benedicto XVI, es el propio futuro del hombre el que ha quedado inaugurado con la resurrección de Jesucristo.
La experiencia nos dice que encontrarse con Cristo es como volver a nacer. Sí, son pocos, muy pocos los que se encuentran con Jesús, pero su novedad humana es suficiente prueba del futuro de la humanidad. Eso trastoca los viejos intereses, invierte los valores y quebranta los cimientos de un mundo falso y cruel. Ese encontrarse con Cristo fundamenta la moral del hombre nuevo. Y eso implica el despojo del hombre viejo, con su cultura de muerte y de miseria.
El hombre nuevo no vive de leyes canónicas ni de coranes, sino de la fidelidad al Espíritu, que sopla como quiere y donde quiere. No tiene nada que esperara de este mundo ni de lo que se le asemeje. Mendigo ante Dios, su corazón se abre a los demás hombres. Incómodo en un mundo de astucias, se hace artífice de la paz. Mensajero de alegría, aun en medio de insultos y persecuciones, sabe que su nombre está inscrito en el cielo. Responde al amor de Dios con el amor al prójimo. Y no hay peligro de que se le acuse de camello del opio popular, pues hace creíble en su persona la única posible religión.

Alfonso Gil González
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