Desde mi celda doméstica
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martes, 28 de junio de 2016

FE Y SOCIEDAD... 8

Dios en la Historia

Recurrimos a Andrés torres Queiruga, filósofo, teólogo y académico gallego, para que nos hable de este, según él, tema fundamental.
1. Este proceso de la presencia de Dios en la historia humana culminó en Jesús de Nazaret. La presencia de Dios en la historia hace que el hombre lo vaya sintiendo y desvelando su misterio, a fin de que pueda comprender el sentido último de su vida.
2. Se hace indispensable una mediación, si se trata de mantener las dos evidencias fundamentales de la experiencia cristiana: la universal voluntad salvífica de Dios, que quiere que todos los hombres se salven, y la radical centralidad de Cristo, pues no hay salvación en ningún otro. dios se revela sin reservas, con toda la fuerza de su sabiduría y de su poder, y se revela a todos en a máxima medida históricamente posible. Pero pensar que la revelación divina podría darse con perfecta claridad, para todos los hombres y desde el comienzo, equivale a pensar un imposible.
3. Allí donde se ofrece un resquicio, donde una conciencia cae en la cuenta y cede a la presión amorosa de Dios, allí concentra su afán, aviva con cuidado la lumbre que empieza a nacer y continúa animándola con todos los medios de su gracia. Es ciertamente un hecho que la revelación bíblica se autocomprende y presenta como algo específico, único e irrepetible. La elección no es algo manipulable, puesto que es don gratuito de Dios y sólo puede realizarse en la respuesta ética y el compromiso personal. Pero la particularidad de la revelación bíblica está ya desde su misma entraña traspasada de universalidad. Por eso la revelación no puede llegar hecha, caída del cielo, como un aerolito: tiene que hacerse en el mismo irse haciendo del hombre. De hecho, la revelación definitiva en Jesucristo se produce justo en el tiempo en que se daba el mínimo de condiciones de posibilidad para la inserción efectiva de su dinamismo en la corriente de la historia universal.
4. Todas las religiones son verdaderas. Se trata de ver el "grado de verdad" que, en la difícil oscura pugna con el Misterio, logra alcanzar cada religión. En esta perspectiva, lo primero es el respeto y la atención hacia los valores que en sí posee toda religión. La revelación cristiana no es posesión de los cristianos: es "don" que emerge en la comunidad religiosa humana y que a toda ella está intrínsecamente destinada. Puesto que la humanidad está siempre habitada a su modo por la real presencia divina, el cristianismo en su misión no sale nunca al desierto de la pura ausencia, sino la encuentro de otros rostros del Señor. Porque el señor no es de nadie y por eso es de todos. El encuentro de las religiones no será así concurrencia de méritos, sino encuentro fraternal, bajo la cálida mirada de Aquel que es más grande que todos y que a todos quiere salvar sin reservas ni privilegios.

Alfonso Gil González

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