Desde mi celda doméstica
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martes, 14 de junio de 2016

GRANDES TEMAS PARA ENTENDER AL HOMBRE - 42


LA PRIMERA GUERRA PÚNICA  

De todo el mundo helenístico, Egipto seguía siendo la región más próspera. En 270 a. C. vio la luz un nuevo proyecto cultural de Ptolomeo II. El monarca había heredado el interés de su padre por la cultura judía, y financió una traducción de la Biblia al griego. Los textos bíblicos estaban escritos en hebreo, si bien la lengua de los judíos era desde hacía tiempo el arameo. Ambas lenguas eran semíticas, por lo que a los judíos no les resultaba difícil manejar el hebreo como lengua muerta de uso religioso. Por eso nunca se plantearon traducir la Biblia al arameo. Incluso la idea habría podido verse como sacrílega, pues, obviamente, el hebreo era la lengua que hablaba Dios. Sin embargo, a un judío de habla griega el hebreo le resultaba extraño, y así, en Alejandría estaba surgiendo una generación de judíos incapaces de leer la Biblia. La traducción encargada por Ptolomeo II recibió el nombre de Biblia de los Setenta, porque según la tradición fueron setenta sabios, entre judíos y griegos, los que la tradujeron. La tradición dice también que los setenta sabios tradujeron independientemente la totalidad del texto, y que al final comprobaron que las versiones eran idénticas. Evidentemente esto se dijo para que los judíos lo interpretaran como un milagro con el que el mismo Dios sancionaba la traducción.
Más adelante, la Biblia de los Setenta sería la única versión de los textos sagrados judíos de que dispondrían los cristianos, así que la traducción tuvo mucha influencia. Sucedió que, pese al milagroso acuerdo entre los sabios, la traducción no era muy buena. Hubo un error de traducción que influyó particularmente en el pensamiento judeocristiano posterior. En el libro de Isaías, hay un pasaje en que éste advierte al rey Ajaz que Israel y Siria iban a ser destruidas por Asiria. El pasaje empieza diciendo: "Una joven grávida dará a luz un hijo y lo llamará Emmanuel". Posteriormente, este pasaje (pese a que no tenía nada que ver) fue reinterpretado como un anuncio de la llegada del Mesías. El caso es que los setenta tradujeron la palabra hebrea "almah" (joven) por "parthenos", que es la forma en que los griegos se referían habitualmente a una joven, pero que literalmente significa "virgen". Puede pensarse que la traducción era a todas luces inapropiada, hablando de una embarazada, pero la idea de vírgenes embarazadas era familiar en la antigüedad. Muchos personajes insignes se consideraban descendientes de dioses a través de mujeres que no habían "conocido varón". El mismo Alejandro tenía fama de ser hijo de Zeus, Rómulo y Remo eran hijos de la virgen Rea Silvia y del dios Marte, y hay muchos casos más. De este modo, la traducción de los setenta introdujo un nuevo elemento en la profecía mesiánica: el Mesías tenía que nacer de una virgen y, por consiguiente, sería literalmente hijo de Dios. Esto es más importante de lo que pueda parecer, pues los judíos habían reconocido el Mesías en varios personajes históricos, para luego caer en la cuenta de que se habían equivocado. Cuantos más detalles se conocieran a priori sobre el Mesías, más fácil resultaría descartar falsos pretendientes. Ahora el listón se había puesto muy alto.
En 269 murió el rey indio Bindusara y subió al trono Asoka el Grande, el tercer rey de la dinastía Maurya, que gobernaba sobre casi toda la India. En efecto, el relativamente pequeño reino de Magadha se había extendido notablemente desde que el abuelo de Asoka ocupara el trono. Se conservan numerosas inscripciones en columnas y rocas donde explica los principios de su autoridad, basada en la no violencia y en la adhesión a la Ley. Por esta época la India experimentó un notable enriquecimiento artístico, principalmente en la escultura y la arquitectura. En el periodo precedente al reinado de Asoka se deja ver la influencia persa, pero a continuación aparece un estilo propio. En China, Qin sufrió una derrota frente a una coalición de los estados Zhao y Wei.
En 267 Ptolomeo II decidió poner a su hijo y heredero, llamado también Ptolomeo, al frente del gobierno de Canaán.
Roma estaba acabando de poner en orden la península italiana. Una vez dominado el sur de Italia, se volvió hacia los samnitas, que habían apoyado a Pirro. No necesitó más de una campaña (a veces llamada la Cuarta Guerra Samnita) para destruir todo lo que quedaba de la independencia samnita. Luego se volvió contra Etruria y en 265 fue tomada la última ciudad etrusca independiente. Ahora únicamente los galos del norte y (nominalmente) algunas ciudades griegas del sur escapaban al gobierno directo de Roma. Cada ciudad italiana estaba sujeta a Roma por un tratado cuyas condiciones eran más o menos duras en función de la resistencia que la ciudad había ofrecido a la conquista.
Desde la creación de la República, la política romana había experimentado muchos cambios. Las tres tribus originales se habían convertido en treinta y cinco. Además de la división en curias, se había establecido una nueva división en centurias. El pueblo se reunía en tres tipos de asambleas llamadas comicios: los comicios tributos, los comicios curiados y los comicios centuriados, donde cada unidad (tribu, curia o centuria), contaba como un voto independientemente del número de miembros de que constara. Esto hizo que los comicios curiados se ocuparan sólo de asuntos menores, mientras que eran los comicios centuriados los encargados de elegir los magistrados más importantes, de votar las leyes y de dictar sentencias en apelación contra las penas de muerte dictadas por los magistrados contra los ciudadanos. La razón era que los ciudadanos ricos tenían más votos en los comicios centuriados a pesar de su inferioridad numérica. Estos ciudadanos ricos, de origen tanto patricio como plebeyo, constituían una nueva clase social, la nobilitas, que, gracias a este ingenioso sistema electoral, se reservaba las magistraturas y privaba de todo poder político a los más pobres. Los comicios tributos habían ganado importancia cuando los plebiscitos, que al principio sólo eran válidos para la plebe, pasaron a ser considerados leyes con efecto sobre todos los ciudadanos. Además elegían a los tribunos de la plebe (cuya autoridad se extendía también a todos los ciudadanos) y a los magistrados menores. La nobilitas también dominaba los comicios tributos, pues se las arregló para dar más valor a los votos de las cuatro tribus urbanas frente a las treinta y una rurales. De todos modos, el poder real lo ejercía el Senado, cuyos consejos (senatus consultus) tenían fuerza de ley y eran respetados por todos los magistrados. Tenía a su cargo el tesoro público y la religión. Mientras aparentemente era el pueblo quien gobernaba Roma a través de los magistrados, era el Senado el que ejercía el poder real. Roma era una oligarquía.
Los mamertinos seguían dando guerra en Sicilia tanto a griegos como a cartagineses, así que, de forma excepcional, los eternos enemigos decidieron unirse para aniquilarlos definitivamente.
En 264 Nicomedes I de Bitinia estrenó capital: la llamó Nicomedia. Había sido una antigua colonia de Megara destruida por Lisímaco y que él se encargó de reconstruir.
Los griegos y cartagineses unidos arrinconaron en Messana a los mamertinos una vez más, pero ahora estaban dispuestos a llegar hasta el final. Los mamertinos estaban en un serio aprieto, pero pensaron que, como eran italianos, podían pedir ayuda a Italia, es decir, a Roma. Así lo hicieron y Roma aceptó inmediatamente la defensa de su causa. Envió a Sicilia un ejército comandado por Apio Claudio Cáudex, (el zoquete), un hijo de Claudio Caecus. A pesar de su sobrenombre, Claudio no tuvo dificultad en batir al ejército de Hierón II en 263. El rey comprendió perfectamente la situación y se apresuró a firmar una paz separada con Roma. Sólo Cartago continuó la guerra, que se convirtió así en la Primera Guerra Púnica, pues los romanos llamaban Poeni (fenicios) a los cartagineses.
Ese año murió Filetero, el gobernador de Pérgamo, y fue sucedido por su sobrino e hijo adoptivo, que más adelante fue recordado como el rey  Eumenes I de Pérgamo, si bien, al igual que su tío, nunca llevó el título real. Antíoco I trató de recuperar el dominio de Pérgamo, pero Eumenes I le derrotó en 262, por lo que a menudo se considera que fue Eumenes I quien logró la independencia del país frente al Imperio Seléucida (bajo Filetero fue independiente porque Antíoco no tuvo tiempo de ocuparse de él).
Ese mismo año Roma obtuvo una gran victoria frente a Cartago en Agrigento, al sur de Sicilia. Sin embargo, tras duros combates, Lilibeo parecía inexpugnable. El problema era que Cartago tenía la mejor flota del Mediterráneo y Roma no tenía más que unos pocos barcos pequeños. Los romanos ni siquiera sabían construir barcos del tamaño y las prestaciones de los cartagineses. Todas las victorias las habían obtenido en tierra, y enfrentarse a Cartago en el mar era una locura. Los barcos romanos eran trirremes, esto es, tenían tres hileras de remos en cada lado, mientras que Cartago contaba con quinquerremes (barcos mucho mayores, con cinco hileras de remos). Roma tuvo la suerte de que un quinquerreme cartaginés naufragó y fue arrojado a la costa meridional de Italia. Los romanos lo estudiaron y, con ayuda de los griegos, lograron construir un quinquerreme.
En 261 murió Antíoco I, y fue sucedido por su hijo Antíoco II. Al año siguiente, en 260, inició la Segunda Guerra Siria contra Egipto. Por aquel entonces Roma contaba ya con una flota de quinquerremes y estaba dispuesta a enfrentarse a Cartago en el mar. Es verdad que, además de los barcos, Cartago tenía siglos de experiencia naval, cosa que no es tan fácil de obtener como una flota. Pero los romanos lo tenían previsto más o menos. Unas pocas naves romanas fueron fácilmente capturadas por barcos cartagineses, pero poco después salió del puerto el grueso de la flota, al mando de Cayo Duilio Nepote (el sobrino, para distinguirlo de un tío tocayo). Los barcos romanos maniobraron para situarse paralelamente a los cartagineses. En principio esta no era una posición favorable, lo ideal (y lo difícil) era ponerse en posición de embestir lateralmente a una nave enemiga, así que los cartagineses no se preocuparon en exceso, pero Duilio había diseñado unos palos con garfios en la punta articulados para caer sobre los barcos enemigos y sujetarlos así para permitir un abordaje. Así sucedió, los soldados romanos saltaron sobre las naves enemigas y libraron una batalla terrestre sobre las cubiertas de los barcos. Los cartagineses, atónitos, no tuvieron nada que hacer. Catorce barcos fueron hundidos y treinta y uno tomados. Pero Cartago contaba con muchos más barcos y Lilibeo continuaba intacta.
En 259 el hijo de Ptolomeo II, gobernador de Canaán, se rebeló contra su padre, pero fue asesinado por sus propios soldados. Mientras tanto Qin logró una victoria definitiva frente a Zhao. Los 200.000 soldados que se rindieron fueron pasados por las armas. En 256 el monarca Cheu reconoció al rey de Qin como rey de toda China.
Los romanos decidieron imitar a Agatocles y atacar a la propia (y aún indefensa) Cartago. La flota partió al mando del cónsul Marco Atilio Régulo (el príncipe) bordeando Sicilia. Frente a la costa de  Ecnomo, se encontró con una flota cartaginesa y allí se libró una batalla naval aún mayor que la precedente, de la que Roma salió nuevamente vencedora. Desde allí se encaminó a Cartago, donde Régulo desembarcó a sus hombres y no tuvo más que presentarse ante las murallas de Cartago para que los aterrorizados cartagineses le pidieran la paz. Sin embargo, Régulo planteó condiciones tan duras que Cartago optó por luchar. Casualmente estaba en Cartago un espartano llamado Jántipo. La grandeza militar de Esparta había desaparecido hace ya tiempo, pero los espartanos seguían pensando como siempre. Jántipo habló elocuentemente a los cartagineses y afirmó que no habían sido derrotados por los romanos, sino por la incompetencia de sus generales. Los cartagineses le dieron el mando, Jántipo logró reunir y entrenar un ejército que contaba con 4.000 jinetes y 100 elefantes. En 255 condujo estas tropas contra los romanos que asediaban la ciudad, algo debilitados en número porque parte de las tropas habían sido trasladadas a Sicilia. El caso es que Régulo fue tomado prisionero y su ejército fue derrotado.
Ese mismo año terminó la Segunda Guerra Siria, y con ella Antíoco II recuperó parte del territorio que su padre había perdido ante Ptolomeo II.
Cuando llegaron a Roma las noticias del desastre de Régulo, el Senado envió la flota a África. La flota derrotó a los barcos cartagineses que trataron de impedirle el paso, pero la astucia con la que habían suplido su falta de experiencia naval para derrotar a los cartagineses no les valió ante un enemigo mayor: los marineros experimentados sabían reconocer los signos de tormenta y se apresuraban para resguardarse en el puerto más cercano. Los romanos carecían de la experiencia necesaria, así que una tormenta les sorprendió en alta mar, la flota fue destruida y miles de soldados murieron ahogados. Los cartagineses, al enterarse de esto, enviaron refuerzos, y hasta elefantes, a Sicilia. Pero Roma construyó una nueva flota en tres meses. Zarpó hacia Sicilia y ayudó a tomar Panormo, pero nuevamente fue sorprendida por una tormenta que la aniquiló, como a la flota precedente.
La Grecia continental dio síntomas de recuperación de su larga decadencia. Desde hacía décadas que estaba sometida al yugo de Antígono Gonatas de Macedonia. No era un yugo muy opresivo, pues Macedonia tampoco tenía la fuerza de antaño, pero, por ejemplo, unos años antes había ocupado Atenas y le había obligado a derruir los Largos Muros. Hacía tiempo que las ciudades-estado se habían aliado en dos "ligas", la Liga Etolia, que reunía a varias ciudades al norte del golfo de Corinto, y la Liga Aquea, que reunía a otras tantas del Peloponeso. Eran dos asociaciones locales de escasa relevancia, pero en 251 un hombre llamado Arato se puso al frente de la liga Aquea y se dispuso a hacer de ella un instrumento eficaz.
La Primera Guerra Púnica continuaba en Sicilia sin que ningún bando mostrara una clara ventaja. Cartago consideró oportuno negociar una paz de compromiso. Envió una embajada a Roma en la que tomó parte Régulo, quien prometió volver a Cartago si la embajada fracasaba. En la audiencia ante el Senado, para espanto de los cartagineses, Régulo dijo que no merecía la pena salvar a prisioneros como él, que se habían rendido en lugar de morir en la batalla, y que la guerra debía continuar hasta el fin. Régulo cumplió su palabra y volvió a Cartago, donde (según los romanos) fue torturado hasta la muerte. La guerra continuó.
En 250 murió Magas, y con su muerte terminó la independencia de Cirene, que pasó a formar parte de Egipto nuevamente.

www.uv.es/ivorra/Historia/Indice.htm

Revisión textual y foto selecta: Alfonso Gil

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