Desde mi celda doméstica
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martes, 5 de mayo de 2015

HACE ALGUNOS AÑOS


Hace algunos años


Mi trato con Molina Moles, el poeta sevillano, avivó en mí el deseo de escribir. Hasta entonces, la lectura me era más atrayente. Iba de Descartes a Heidegger, de Pascal a Marx. Leía cuanto caía en mis manos. Aún conservo el afán por leer. Procuro seguir el consejo de Marco Aurelio de “nulla dies sine linea”. Pero tenía motivos suficientes, allá por 1979, para intensificar la poética. El soneto. Escribía sobre lo poco que vale todo si no hay amor, o sobre la caducidad corporal y la muerte. Ese era el año en que adquirimos casa en propiedad, en que nacía el primer hijo, en que se celebraban elecciones generales en España, y las primeras municipales después de 47 años. 
Mas era el año, también, de la partida al cielo de un santo franciscano, Fray Cándido Albert, al que conocí y con quien conviví, años atrás, no pegándoseme nada de su singular grandeza. Y hube de rendirle homenaje de este modo: “Se nos fue de fray Cándido el semblante / transparencia de vida franciscana / ese rostro, cual sol de la mañana / que alumbraba sin ser alucinante. / Su cuerpo se nos fue, y su talante, / a ambos gobernaba su alma sana / Sabíamos que ya en la edad temprana / su vida era  un orar a cada instante. / Se nos fue, y quedóseme en el alma / cual extraña fusión de gozo y llanto / el vacío de su presencia ausente. / ¡Quién tuviera una vida tan en calma / tan rica, cual la suya, del encanto / de haber hablado a Dios con voz frecuente.”
Me daba perfecta cuenta de que, cuando escribimos, reflejamos un tanto nuestra biografía interior. La exterior es pura anécdota. Como cuando tuve que renovar el DNI. En ese tiempo aún se ponía, junto al nombre, la profesión y el estado civil. Dos largos años costó renovar el mío. Les resultaba difícil entender que fuera sacerdote y casado. Hasta que el cardenal Tarancón dio el plácet. Como anecdótico resultó ser la búsqueda de un muchacho que estaba haciendo la mili en Getafe, del que sus padres, preocupados, no sabían nada  desde tiempo, y es que estaba en chirona castrense por haber disparado a un avión alemán.
España, a mi entender, ya iba cuesta abajo. El terror, la delincuencia, la sinrazón de algunos medios informativos resultaba preocupante. En lo histórico y en lo personal se tendía a interiorizar la reflexión. Pero la TV nos ofrecía buenas representaciones: “Becketh”, “La caza”, “Psicosis”, “Pigmalion”, “Los que no perdonan”, “Ana de los mil días”, “La historia más grande jamás contada”, Holocausto”, Cromwell”, “Los hermanos Karamazov”, “El tormento y el éxtasis”, “Los vikingos”…  Y es que España tenía algo de todo ello.
Alfonso Gil González

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