Desde mi celda doméstica
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jueves, 7 de mayo de 2015

IGLESIA O CRISTIANISMO


Iglesia o Cristianismo


   Para comprender en qué consiste ser cristiano hoy, es imprescindible acudir a las fuentes y a los orígenes del cristianismo. No se trata simplemente de conocer datos y hechos del pasado, sino de encontrar los fundamentos de la vida de la Iglesia y las grandes claves que explican su evolución histórica. Por tanto, si queremos tener un conocimiento claro de nuestra identidad cristiana, personal y comunitaria, hemos de acercarnos a aquellos momentos en que el cristianismo fue más auténtico, es decir, a su nacimiento.
   Bastantes jóvenes y personas mayores manifiestan sentirse atraídos por la figura de Jesús de Nazareth, pero admiten, igualmente, que les resulta más difícil aceptar y creer a la Iglesia. También es frecuente oír que lo importante es el presente y que, por tanto, la historia carece de interés, pues nos habla del pasado. Esta concepción de la Iglesia y de la historia, al estar tan generalizada,  puede también estar afectando a nuestra propia experiencia. 
   De manera que, amable lector, no tengo más remedio que preguntarte si sabríamos, hoy, algo de Jesús de Nazareth si no hubiese existido la Iglesia. O si tienes claro a qué se refieren los medios de comunicación social cuando hablan de la Iglesia. O si sabes cómo quiso Jesús que fuese la Iglesia, o si te parece que la Iglesia actual es fiel a Jesucristo. Porque son tantísimos los disparates que por ahí se oyen, que no tengo más remedio que escribir sobre un tema, ciertamente, apasionante.
   Al buscar los orígenes de la Iglesia nos encontramos, en primer lugar, con Jesús de Nazareth. En Jesucristo está el fundamento y el sentido de la Iglesia, aunque la organización de las comunidades cristianas surja con posterioridad a su muerte y resurrección.  En este sentido, querer hacer distinción entre Iglesia y Cristianismo es, como poco, una falacia. Uno de los datos más significativos recogidos en los evangelios es que la predicación de Jesús se centra en el anuncio del reino de Dios. En consecuencia, para conocer las pretensiones de Jesús, hemos de intentar analizar el sentido de este reino que Él anuncia. Y hemos de buscar las relaciones que existen entre el reino de Dios y la Iglesia.
   Los apóstoles reciben el encargo de seguir la obra de Jesús, por lo que cabría esperar que el reino de Dios fuese el centro de su predicación. Sin embargo, al leer los discursos apostólicos nos encontramos con que lo que anuncia los apóstoles es a Cristo muerto y resucitado. Lo que significa que el reino de Dios se ha hecho plena realidad en la muerte y resurrección de Cristo. De hecho, la primera comunidad, alentada por el encuentro con Cristo resucitado –experiencia pascual- y por la fuerza del Espíritu Santo –Pentecostés-, intenta vivir y construir el reino de Dios. La Iglesia, por tanto, tiene como misión establecer el reino de Dios en el mundo mostrando que el amor de Dios se ha manifestado definitivamente a los hombres en la muerte y resurrección de Jesucristo.
   La principal fuente que tenemos para estudiar la vida de las primeras comunidades cristianas es el libro de los Hechos de los Apóstoles. Los restantes escritos del Nuevo Testamento recogen también datos sobre la vida de la Iglesia primitiva, pero no pretenden narrar su historia como hace el libro de Lucas. Por otra parte, algunos historiadores de la época, tanto judíos –Flavio Josefo- como romanos –Tácito, Plinio el Joven- hacen referencia a la vida de aquellos cristianos. El evangelista Lucas, por su parte, nos presenta, en Los Hechos, la expansión del cristianismo desde Jerusalén hasta Roma, y nos da algunas pinceladas de cómo vivían aquellas comunidades cristianas, que todo lo tenían en común, escuchaban las enseñanzas de los apóstoles, rezaban en el templo y en sus casas, celebraban la eucaristía y enviaban misioneros por todo el mundo conocido.
   Algunos infelices, crédulos a la peregrina idea de que en el 313, con el Edicto de Milán, se inicia la Iglesia tal como ahora la entendemos, olvidan, o no han leído jamás, que ya el Nuevo Testamento hace referencia a su organización, al señalar los ministerios o servicios de que disponían las primeras comunidades cristianas.
   En primer lugar aparece el grupo de los apóstoles, con una autoridad especial, y dentro de ese grupo destaca la figura de Pedro. Cuando la comunidad crece, y los apóstoles no pueden atender las necesidades y problemas nuevos, eligen a los diáconos para un ministerio específico. Vendrán, luego, los presbíteros y los obispos, y otros muchos ministerios que respondan a las necesidades de la comunidad, a cuyo servicio han de estar los carismas o dones que cada uno posee. Y todos los servicios y carismas, bajo el principal de la caridad, sin el que ni la Iglesia ni nada digno es posible.
   Renuévese, sí, la Iglesia. Mírese en las cristalinas aguas de su primigenia fuente, pero no nos hagan comulgar con ruedas de molino aquellos a los que la propia ignorancia les hace pensar y decir que la Iglesia es constantiniana, y que no hay un legítimo eslabón concadenado entre el Pedro martirizado en Roma y Benedicto XVI, a quien esa misma ignorancia martirizaría con gusto.

Alfonso Gil González
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