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jueves, 7 de mayo de 2015

JOSÉ EL PRIMER CRISTIANO


José, el primer cristiano


 El texto de Mateo 2, 19-23 nos conduce más allá de la crónica de un viaje de regreso. Es un breve párrafo que describe luminariamente la actitud creyente: José es un hombre atento al acontecer diario; ese acontecer le lleva a la oración; y la oración le impele a la acción. Es un hombre que “se entera”, no va por ahí somnoliento ni pasota. Ese estar atento a los acontecimientos puede producirle cierto “temor”, pero él ya sabe la clave de la luz y de la paz. Su rápida obediencia, su “levantarse” es la mejor demostración de saber compaginar los hechos, siempre providenciales, con la orientación de su vida: guardar para sí y para el mundo el tesoro de Cristo.
  Dice el biblista Troadec que el juego de las circunstancias providenciales hace que José se establezca en Nazaret, y esto le da ocasión al evangelista para citar un oráculo profético: “Sería llamado el Nazareno”. Ahora bien, puesto que ningún profeta nombra así al Mesías, parece que la palabra griega nazaraios sería la traducción de la hebrea nazur=guardado, en el sentido que le da el profeta Isaías (42, 6 y 49, 6). Y es que en todos los acontecimientos presentados por Mateo, Jesús ha sido guardado, preservado, liberado, como el Siervo de quien hablan los oráculos del libro de Isaías.
  ¿Es esto una palabra de Dios dirigida a cada uno? Por supuesto. La historia cuenta la horrible muerte de Herodes. Su hijo Arquelao, tan cruel como el padre, había hecho matar a 3.000 judíos por una supuesta sedición. El propio emperador Augusto lo tuvo que desterrar a las Galias. Es, por eso, que José, enterado del asunto, se subió con los suyos hasta Galilea por toda la costa mediterránea. Pero, a lo que íbamos.
  “Egipto” siempre estará en nuestras vidas mientras viva el “ego-herodes”. De nada sirve el cambio de lugar, si tal despótico rey nos gobierna, o lo intenta. Hemos de buscar, al menos, ese “camino” de la costa, que José anduvo tras la escucha del Espíritu Santo. Aunque no nos parece creíble muchas veces, Cristo siempre va con nosotros. En realidad, nos envuelve. Formamos parte suya, y Él nuestra. Hay que recorrer el mundo, la vida. Todavía, millones de personas no saben cuál es el “camino de la costa”. Nosotros, es de suponer que sí. Galilea, Nazaret, es la meta. Entonces podrá decirse que somos “nazarenos”, “nazires”, “consagrados”. Y, aunque para algunos, o para muchos, eso es una aldea insignificante y desconocida, allí hemos de pasar, como Jesús, escondidos, la mayor parte de nuestra vida.

Alfonso Gil González
   

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