Desde mi celda doméstica
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viernes, 8 de mayo de 2015

LA ETAPA MADRILEÑA


La etapa madrileña


Inmerso en un mundo nuevo, familia y trabajo me retendrían en Madrid un cuarto de siglo. Era una especie de “cura obrero”, pero aún más comprometido con la vida real. Recuerdo que el horario laboral, que se iniciaba a las 8 de la mañana y concluía a la 6 de la tarde, tenía dos descansos: el del bocadillo, a las 10, y el de la comida, a las 13´30. Estos gastos quedaban cubiertos en parte por la dieta de 800 pesetas mensuales que nos daba la empresa. El tiempo post-laboral pertenecía a la familia y a la Iglesia. El precio del transporte había subido. Un billete de ida y vuelta, en metro, costaba 11 pesetas; y el de autobús, 21.
Un encuentro pastoral en el Colegio Montpellier me permite conocer personalmente a la poetisa Gloria Fuertes, que leyó unos poemas. Con tal ocasión, se representó, además, la obra de Alejandro Casona: “Siete gritos en la mar”. Es por estos días del 78 cuando llego a conocer, también, al poeta sevillano Andrés Molina Moles, letrista de las canciones de Marifé de Triana. Su casa era un pequeño museo. El suegro de Molina Moles era un relojero murciano, del que conservamos un despertador centenario.
El sueldo no nos permitía, aún, tener piso en propiedad. El alquilado había sido adecentado con la ayuda manual del coadjutor de la Parroquia. Dicho cura se presentó con el párroco llevando una cuna, una silla de niño, un “moisés” y un cochecito de bebé, con el deseo de que fueran útiles algún día. La dueña puso una cocina nueva de gas ciudad, y un buen matrimonio nos regaló las lámparas de las mesitas de noche. Estas letras son un público agradecimiento a ellos y a cuantas personas nos hicieron la estancia madrileña tan agradable, que bien podíamos repetir aquello… “de Madrid al Cielo”. 
Por aquellos días, se representaba en el Teatro Monumental, que con el tiempo sería sede del Coro y Orquesta de la RTVE, la comedia musical “El Diluvio que viene”. El tema argumental parecía hecho a propósito a nuestra situación. Otra, en cambio, era la situación madrileña a causa del accidente del Metro, con un centenar de heridos, casi al tiempo en que, en el Palacio de Deportes, daba un Concierto el Coro y Ballet del Ejército Soviético, dirigidos por Boris Alexandrof, que tuvieron la gentileza de cantar en español el “Ay, ay, ay”, “Maite”, “Valencia” y el chotis “Madrid”.
Por aquellos días, me desplacé a Getafe, donde se me ofreció la oportunidad de adquirir, de segunda mano, un SEAT 124 LS, por valor de 300.000 pesetas. Y, aunque a la familia nos prestó un primer y buen servicio, creo que me timaron en la dicha compra, teniendo en cuenta las muchas veces que tuve que llevarlo al taller, con facturas de quince o dieciséis mil pesetas. Claro que, entonces, un televisor en color costaba 110.000 pesetas, la mesa del mismo 7.000, e ir a la peluquería 175 pesetas. Desde entonces me corto el pelo yo solo.
Ese año del 78, una trágica noticia ensombreció a la ciudadanía. El 11 de julio se produce una explosión de una cisterna de propano, en un camping de San Carlos de la Rápita, causando 200 muertos. Ese mismo verano, el 6 de agosto, estando en Misa en la hoy Basílica del Castillo de Caravaca, se nos comunicó el fallecimiento del Papa Pablo VI.
Resultaba curioso, y grotesco, que saliendo de Misa en el Salvador de Caravaca de la Cruz, y entrando a comprar, en la calle Mayor, la Gaceta Ilustrada, ésta sacaba en su portada a un tal Clemente Domínguez, vestido y coronado como antipapa con el nombre de Gregorio XVII. ¿Se acuerdan? Y en páginas interiores iba un reportaje sobre su auto-elección y coronación, con algunos párrafos de su discurso que reflejaban una mente reaccionaria y analfabeta. Afortunadamente, la Iglesia Católica tenía un nuevo Papa, el 26 de agosto, con el nombre de Juan Pablo I, en la persona del patriarca de Venecia, Albino Luciani, que apenas vivió un mes, pues moriría el 29 de septiembre. Con el paso del tiempo se fue especulando sobre las causas de una muerte tan rápida y extraña. Lo cierto es que fallecía repentinamente un Papa que tenía la clarividencia de Juan XXIII, pero que no pudo hacer en la Iglesia la reforma que él mismo había anunciado. Recuerdo que recopilé cuanto de Juan Pablo I se publicaba. Por fin, el 16 de octubre, se producía el nombramiento del nuevo Papa, esta vez polaco, que tomaría el nombre de Juan Pablo II. No seguiría exactamente la línea de su predecesor, pero, con el tiempo, se granjeó el respeto de todo el mundo, siendo artífice de la caída del comunismo en la Europa del Este, y de otros muchos logros, aunque dejó sin resolver el gran problema de la Iglesia: los cien mil curas casados.
En España, el 6 de diciembre, se produciría un referéndum nacional para la aceptación o no del proyecto de la Constitución. Texto que se difundió previamente para su lectura y estudio en todos los ámbitos familiares, institucionales y culturales. La Democracia se iría fortaleciendo. Curiosamente, antes de acabar el año, el día 19 de diciembre, fallecía en Madrid, cerca de nuestra casa, el que fuera arzobispo de Zaragoza y Consejero del Reino, Mons. Pedro Cantero Cuadrado. Pero eso es otra historia.

Alfonso Gil González



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