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viernes, 8 de mayo de 2015

LA IGLESIA ESPAÑOLA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII


La Iglesia española en los siglos XVI y XVII


   Desde el final de la Reconquista (1492) hasta que termina la dinastía de los Austrias (1700), la Iglesia española pasa por una de sus épocas de mayor esplendor. Se trata de un momento histórico en el que el catolicismo es el principal signo de identidad de España.
   Para una descripción esquemática de la vida eclesial en la España de los Reyes Católicos y los Austrias, vamos a centrarnos en los siguientes rasgos fundamentales:
Las tres religiones que convivían en el suelo español en el período de la Reconquista van a dar paso, durante el reinado de los Reyes Católicos, a una única religión, el cristianismo, o mejor, el catolicismo. En realidad, los disturbios promovidos contra los judíos y los moriscos en los siglos XIV y XV se convierten en una justificación política para imponer la unidad religiosa.
Dos medidas encaminadas a lograr la unidad religiosa son la expulsión de los judíos en el año 1492 y la de los moriscos en 1502. Estos hechos tuvieron repercusiones económicas muy negativas. Todavía durante los reinados de Felipe II y Felipe III resurgen sublevaciones de moriscos, que son expulsados definitivamente entre 1609 y 1611.
Otro importante medio de fuerza para conseguir la unidad religiosa es la “Inquisición Española”, que con la aprobación del papa Sixto IV establecen los Reyes Católicos en el año 1498. El primer inquisidor español, Tomás de Torquemada, dominico, escribe unas famosas “Instrucciones” por las que deben regirse los tribunales inquisitoriales.
La Inquisición persigue a quienes, tras convertirse del judaísmo o del islamismo, seguían siendo sospechosos de realizar prácticas según sus antiguas religiones. También persigue cualquier tipo de herejía dentro del cristianismo. El hecho de condenar a muerte por motivos religiosos es una de las graves sombras que empañan la consecución de la unidad religiosa.
El aspecto positivo de la unificación religiosa consiste en que desaparece así un motivo de disturbios y enfrentamientos. Para Felipe II, el gran valor de la unidad religiosa está en que se consigue la identidad entre ortodoxia católica y nación española. Ahora bien, este principio, discutido y discutible, ha motivado graves conflictos en la historia de España.
Desde esta actitud de defensa de la ortodoxia se comprende que hubiese en la Iglesia española un clima favorable hacia lo tratado en el Concilio de Trento.
El Cardenal Cisneros, consejero de los Reyes Católicos y después regente, había fundado el Colegio de San Ildefonso y la Universidad de Alcalá con la intención de formar buenos pastores y teólogos. La Universidad de Salamanca es también otro importante lugar de formación teológica. En estos y otros centros se forman los españoles que destacan en Trento, como los obispos Pedro Pacheco (Jaén), Pedro Guerrero (Granada) y Martín Pérez de Ayala (Valencia). En mayor grado descuellan los teólogos Melchor Cano y Bartolomé Carranza (dominicos), Diego Láinez y Alfonso Salmerón (jesuitas).
Ante la posible influencia de las doctrinas protestantes, la Iglesia y la monarquía españolas se defienden con todos los medios a su alcance. Los pequeños brotes que surgen en Sevilla y Valladolid son reprimidos con toda dureza por la Inquisición.
Como ya hablamos de esto en el tema anterior, aquí sólo cabe destacar que una buena parte de la evangelización de América, con sus glorias y sus sombras, es obra de la Iglesia española.
Durante los siglos XVI y XVII surge en Salamanca un importante movimiento teológico que, a partir de la Escolástica, produce algunos avances significativos en materia de Derecho y Moral. El primer representante es Francisco de Vitoria, que defiende el Derecho Internacional y critica las justificaciones tradicionales de la guerra.
En temas bíblicos destacan los jesuitas Juan Maldonado y Francisco Suárez. Un gran controversista contra el protestantismo es Gregorio de Valencia, también jesuita. Son célebres, por sus disputas sobre el tema de la gracia, el dominico Domingo Báñez y el jesuita Luis de Molina.
Respecto al mundo de la ascética y la mística, nos encontramos en este período con representantes españoles de fama universal: San Juan de Ávila, llamado el “apóstol de Andalucía”, famoso por sus sermones y su celo renovador; Fray Luis de León, autor de obras tan sublimes como “Los nombres de Cristo” y “Exposición del Cantar de los Cantares”; Santa Teresa de Jesús, la más célebre y popular mística y reformadora de la vida religiosa, y autora de cuatro grandes obras: “Libro de la vida”, “Camino de perfección”, “La fundaciones” y “Las Moradas”; San Juan de la Cruz, el más elevado y profundo de los autores místicos, que nos ha dejado obras como “Subida al monte Carmelo”, “Noche oscura del alma”, “Cántico espiritual” y “Llama de amor viva”; y San Pedro de Alcántara, el más grande reformador franciscano de la Iglesia española.
El tema religioso, y más concretamente el catolicismo español, es una clave imprescindible para comprender las grandes creaciones culturales del Siglo de Oro. El teatro de Tirso de Molina, Lope de Vega y Calderón de la Barca, la poesía de Luis de Góngora y Francisco de Quevedo, el ingenio de Miguel de Cervantes, las esculturas de Berruguete y de  Montañés, los cuadros de El Greco, Ribera, Zurbarán, Murillo  y Velásquez. Todo está impregnado de las luces y las sombras del catolicismo español y son, por otra parte, testigos y cronistas a la vez de dicho catolicismo.

Alfonso Gil González

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