Desde mi celda doméstica
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viernes, 8 de mayo de 2015

LA MOTA Y LA VIGA


La mota y la viga


Ya en época de los Padres se recomendaba llorar al propio muerto, es decir, cuidarse de las propias miserias, no de las ajenas. El afán de criticar, juzgar y condenar a los demás no nos hace mejores a nosotros. Todo lo contrario. Se critica cuando revelamos las faltas ajenas. Se juzga, al declarar al otro culpable. Se le condena con el desprecio. Ese tal no es de los nuestros.
Jesús salió al paso de semejante error diciendo que, comparado con las faltas de otros, nuestro juicio es una enorme viga. Viga que impide ver la realidad de la situación del prójimo. Sólo cuando no se juzga o condena, podemos llegar a ver la forma de ayudar a los demás. No se puede tirar la primera piedra si uno no está libre de pecado. O sea, el deseo de apedrear a los pecadores, a los otros, ya se torna injusto por la viga del propio deseo vengativo.
Ciertamente, si cada uno pensara en sí mismo y en cómo corregir sus propias debilidades, no tendría tiempo en toda una vida de mirar inquisitorialmente las de los demás. Es demasiado fácil ver la acción u omisión delictiva. Lo que no es tan fácil es ver el arrepentimiento. Acostumbrados a mirar a nuestro alrededor, no nos percatamos de la interioridad humana, donde se da, primeramente, ese cambio de sentido de la vida, esa inicial conversión del corazón.
Una última reflexión. La salvación es colectiva, como la creación y la redención. Imaginemos un círculo en cuyo centro está Dios y todos nosotros alrededor de la circunferencia. Conforme intentamos acercarnos al centro, unos y otros nos vamos acercando entre sí, y según nos vamos aproximando unos a otros nos vamos dirigiendo a Dios. Aceptemos de una vez por todas que, si es verdad que al hombre no se va sin Dios, tampoco a Dios se va sin el hombre. Aceptémoslo, y no caigamos más en la trampa del fanático fariseísmo de todos los tiempos.

Alfonso Gil González

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