Desde mi celda doméstica
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viernes, 8 de mayo de 2015

LA SOMBRA DE FRAY JUAN


La sombra de Fray Juan


Cuando el sol va decayendo, las sombras que proyectan los objetos son más largas. Cuando se oculta, la sombra es total, al menos, en medio mundo. Así sucede con algunas personas, como fray Juan Zarco de Gea, hace años desaparecido, cuyos restos mortales, por fin, descansan en el cementerio de su pueblo natal. Ya no podremos leer un artículo suyo en el ABC o en la revista IBÉRICA. Ya no tendremos ocasión de escucharle en el casino disertar sobre el peligro atómico. Ya no se le verá por las callejuelas del puntarrón ceheginero visitando a los más pobres con su bondad franciscana. Ya no llevará seráficos al médico. Ya no le escucharemos acompañar con el armonio del coro conventual las angelicales voces de la escolanía. Ya no será puesto por aquel alumno como modelo de personalidad frente a la impersonalidad de sus colegas profesores, que necesitaban imponer el orden a base de castigos. Este trasunto del poverello de Asís no paseará más su hábito por claustros conventuales. Lo luce ahora por los eternos jardines de la casa del Padre, con su cartera bajo el brazo, mientras los ángeles le preparan celda cómoda y espaciosa, y mientras comenta al santo fray Cándido este su último viaje desde el paraninfo terrestre, donde ha dejado a tantos discutiendo sobre si tenía o no razón, precisamente, tras su definitiva conferencia sobre la caridad cristiana. Sólo aquí queda su corrupto cuerpo, en un pobre seno preñado de soledad, a la espera de un triunfante renacer, donde todos seremos testigos de la invitación del Cristo glorioso: “Ven, bendito de mi Padre, porque tuve hambre y sed y estuve desnudo y preso y enfermo, y me atendiste”. 

Alfonso Gil González    

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