Desde mi celda doméstica
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domingo, 3 de mayo de 2015

NOMBRE SOBRE TODO NOMBRE


El Nombre sobre todo nombre


   Acabamos de leer un solo versículo del evangelista Lucas (2, 21). Salta a la vista que estamos ante un paralelo con 1, 59-66, cuando el mismo evangelista dedica, al menos, siete versículos a la circuncisión de Juan. En ambos casos, el interés no está sobre el hecho de la circuncisión, sino sobre el nombre dictado por el ángel.
   No se da aquí la algarabía de parientes y vecinos, curiosos, alegres y expectantes. No. Si nos atenemos a la circunstancias, José y María están solos, y fuera de su hogar de Nazareth. José tendría que hacerle la circuncisión al Niño de ocho días, ayudado, eso sí, por la Madre, que no es poco. Pero la escena real no admite más poesía que la que se desprendiera de aquellos ojos maravillosos que pronto derramarían sus primeras lágrimas.
   Y fue llamado JESÚS. Ya sabemos que era un nombre común, como entre nosotros Pepe o Paco. Las cosas de Dios son así. No le pone a su hijo un nombre extraño, que pudiera colegirse que, efectivamente, no era un nombre terreno. El nombre era la persona, su proyecto de vida, su tarea humana, su identidad. Él se puso el nombre cuya su sola pronunciación le recordaría de por vida la misión, la razón de su existir, la coherencia con el viejo ritual y con el nuevo sello de pertenecer a un Padre de todos.
   Sí, que se doble toda rodilla ante el nombre de JESÚS. No para idolatrarlo, sino para aceptarlo; no porque sea mágica su evocación, sino para que tomemos conciencia de nuestra situación real, que no es otra que la del mismo Universo, factura de su Palabra y de sus manos, es decir, de su amor. Sí, JESÚS es el Nombre sobre todo nombre, amado y temido, alabado y denostado, que no puede quedar indiferente en el corazón de los hombres, al tiempo que estremece a los demonios.
   Sería interesante nos preguntáramos, ahora, cuál sería el nombre que englobara nuestra existencia: ¿Bondad? ¿Solidaridad? ¿Alegría? ¿Gratitud? ¿Salvación? ¿Paz? ¿Bendición? No fuimos salvados por un Nombre, que resultó llevarlo Cristo, sino por el Hombre cuya vida respondió al Nombre puesto por el mismo Dios. No somos, pues, lo que nos llamamos; pero nos llamarán eternamente lo que hayamos sido. Ojalá el de “Benditos de mi Padre”.

Alfonso Gil González
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