Desde mi celda doméstica
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lunes, 28 de septiembre de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Octogesimoquinto)


Capítulo LXXXV


Lluvia en Semana Santa

La primera quincena de abril de 2004 bien pudiera decirse que estaba acaparada por la Semana Santa y sus Procesiones. Mi padre Alfonso, como presidente, la viviría en plenitud, participando, comentándola en la televisión local, revisándola con los presidentes de cofradías, etc… La lluvia pertinaz impidió la salida de las procesiones correspondientes a la noche de Jueves Santo y la mañana de Viernes Santo. Generalmente, en Cehegín llovía por este tiempo primaveral. Tiempo especialmente sagrado.
Fue, también, un mes –este abril 2004- que mi padre dedicó a la buena música, bien escuchando, bien dirigiendo al Coro, bien yendo al auditorio murciano para seguir en vivo la interpretación de la Misa en Si menor de Juan Sebastián Bach, tan conocida y amada por él, como, en general, toda la música bachiana. 
Y fue, igualmente, un mes de actividad en la parroquia de San Antonio de Padua, dando cursillos prematrimoniales, y donde yo me confirmé con mi grupo del Instituto. Varias asistencias a funerales y entierros daban una nota fúnebre a la actividad religiosa paterna en esta primavera de abril. Ciertamente, es parte de la vida el morir y el acompañar la pena de los familiares de quienes dan el paso a la eternidad.
Llamaba mi padre música itinerante a la escuchada mientras tenía que utilizar el coche. Y es que no desperdiciaba ocasión de tener buena música como fondo de sus pensamientos, sentimientos, silencios y oraciones. Que a todo ello ayudaba e invitaba el encuentro con los compositores más o menos clásicos y siempre excelentes. 
Se producía por este final de abril el encuentro de los antiguos alumnos del Colegio Seráfico. Desde Cehegín, mi padre les suponía un eficaz apoyo, cada año, preparando la Eucaristía, el canto de la Tota Pulchra, el restaurante para la comida fraterna y la visita guiada a la ciudad que les había acogido a todos ellos durante los años del bachillerato. La visita a la Virgen de las Maravillas siempre tenía un significado íntimo, filial. 
Es también, en este mes de abril, que papá vuelve a releer los escritos de Anna Catharina Emmerich, a fin de darlos a conocer. Es verdaderamente sorprendente que esa mujer tuviera tantos conocimientos o visiones de la vida de Cristo y su entorno, no saliendo jamás de casa debido a su enfermedad. A papá siempre le sedujeron las almas místicas, amantes de Jesús. Con sus palabras invitaba a todos a que conocieran y amaran al Señor. No en vano, uno de los mejores poetas del siglo XX le llamaba el don juan de las almas.
La visita, desde Madrid, de Maíta, amiga de mi madre, y el hecho de que el Coro fuese a cantar a  Calasparra, fueron acontecimientos muy celebrados en estos días finales de abril de 2004. Y sería a su amigo Juanjo Gómez a quien dejaría el Discurso sobre la Biblia de Donoso Cortés. Por cierto, Donoso Cortés y Vázquez de Mella, por su implicación como políticos en el testimonio público de su fe cristiana, ejercieron en mi padre una gran influencia desde muy joven, cuando estudiaba la filosofía, allá por los primeros años sesenta del siglo XX.
Mayo era continuador de esta actividad plural del padre Alfonso. Una visita el dentista Pedro López Bastida pudo costarle la extracción de  su premolar superior derecho. La toma de augmentine 500, un antibiótico para sanarle la infección lo evitó. Tenía este profesional una salita de espera en la que los pacientes podían leer, mientras, diversos escritos de la Biblia. Y bellos cuadros paisajísticos, con versículos bíblicos, adornaban las paredes de su clínica. Mi padre siempre le alabó esa forma de evangelizar.
Es en este mes de mayo de 2004 cuando recibe la visita de un tal José Antonio García Marín, caravaqueño, que le trajo su curriculum para que pudiera ayudarle a encontrar trabajo. Era redactor del periódico en que escribía papá –El Noroeste-. Era curioso, cuando vivíamos en Madrid, que mi padre buscaba trabajo para los demás, y lo encontraba, al tiempo que él lo perdía por el simple hecho de ser sacerdote casado, o manifestarlo en público. Pero jamás se sintió fracasado.
El 22 de mayo de 2004 se casaban en Madrid los Príncipes de Asturias, Felipe de Borbón y Letizia Rocasolano. Llegarían a reinar en 2014, tras la abdicación del rey Juan Carlos I.
El 31, recibe una llamada de las Clarisas de Hellín para que colabore en la creación de un CD sobre el santo rosario. Era un buen final del mes de María.



Lecturas del Verano

En junio de 2004, recibe la invitación del IES ALQUIPIR, a participar en la jornada de puertas abiertas con celebraba el final de curso. Su director, Onofre, se portó muy atentamente con papá. Hubo exposición y muestra de actividades docentes y complementarias, y se compuso un manifiesto sobre la construcción de la escuela pública como tarea de todos. Y Ginés Martín Cerón impartió una charla sobre el modelo de escuela pública.
En este mes de junio, terminó de leer el libro La amarga pasión de Cristo, de Ana Catalina Emmerich, ya citada, y empezó el  Catecismo de la Oración, de Patricio Sandini. Y otro nuevo sobre comunidades cristianas. Entretanto, su amigo Pepe Mora le invitaba, desde Huelva, a un encuentro islámico-cristiano en la Puebla de Don Fadrique (Granada), en cuya universidad islámica se juntó un buen grupo de sacerdotes casados que dialogaron, rezaron y compartieron la comida con los responsables de aquel centro de estudios árabes. Fue una jornada, la del 19 de junio, muy enriquecedora.
Fue a finales de este mes de junio de 2004 en que falleció Elena Matallana, mujer de Andrés “el Quinto”, en Murcia, en cuyo Tanatorio de Jesús se presentó para dar el pésame a la familia. Sus cenizas fueron arrojadas al Mediterráneo, en la playa de Mazarrón, donde solía veranear con su familia.
Ya en julio de 2004, mi padre lee el libro de Cortés Un Señor como Dios manda. Y otros dos libros que le dejó su amigo Juanjo Gómez que, junto con su esposa Juana Mari, marchaba hacia la India para estar allí unos quince días. Experiencia del que se enriquecería, a su regreso, el grupo de oración de los sábados dirigido por mi padre Alfonso.
El 13, se acercaba al convento franciscano de Cehegín para hablar con su amigo y compañero de carrera, José Martínez Cano, del que hablaré más tarde, morador por entonces del convento de Almansa, que acabaría por cerrarse por falta de vocaciones. Recordaron viejos tiempos, y la muerte, en febrero, de Jesús Celada Moreno, compañero de ambos, que cayó gravemente enfermo el día que se había hecho a la idea de venir a ver a papá. Al día siguiente, marchaba mi padre a Murcia para ayudarme en el traslado a mi nuevo piso de estudiante, en la calle Álvarez Quintero, en el barrio del Carmen. Tomando, Lugo, un tentempié en La Papa, se encontró con un matrimonio de Pliego (Murcia), que le enseñó la foto de su nuevo hijo.
El fallecimiento en Cehegín de Pura la Gitana, amiga de casa, provocó un pequeño revuelo de asombro. Pues, al asistir a su sepelio uno de sus parientes, que estaba preso en la cárcel, asistieron al mismo tantos gitanos como guardias civiles. Una nota de humor en medio del dolor por la muerte de una mujer muy buena y muy atenta con mis padres.
En agosto, invitado por Manuel Gea Rovira, asiste en Jumilla al Homenaje que a éste le hicieron, tras el Pregón que dio de Fiestas en el Teatro VICO de aquella ciudad. Mis padres ocuparon los números 5 y 7 de la fila 8 del patrio de butacas. La cena posterior fue dada en el Jardines Restaurante Media Luna, ocupando la mesa 11, junto a familiares del pregonero anfitrión. El menú fue espléndido, como el de una boda de postín. Manuel Gea Rovira era un antiguo colega de papá, algo mayor que él, que no llegó a terminar la carrera sacerdotal por enamorarse de una tal Faustina Bustamante, poetisa jumillana y piadosa mujer. Su amistad con mi padre la mantuvieron de por vida.
El 18, asistía, en Caravaca, al funeral por el alma de Soledad, madre de Alfonso Ortíz, párroco de la Purísima Concepción, fallecida a los 101 años de edad. Concelebraron cincuenta sacerdotes y presidió la Eucaristía el señor Obispo.
Por este tiempo, alrededor de la fiesta de San Ginés, ayudábamos, en el molino de la huerta de mis tíos Franco y Paquita, a echar tomate en conserva. Era todo un ceremonial: preparar los frascos, encender la lumbre, llenarlos de tomate, colocarlos en bidones para su cocimiento durante 20 minutos, sacarlos y cubrirlos, colocarlos adecuadamente, etc…
Y agosto de 2004 se cerraría asistiendo, en el Ayuntamiento a la entrega de diplomas a los usuarios de Betania, por sus trabajos en el cursillo de arte y artesanía –hay que tener en cuenta que aún era mi padre presidente de Betania-, y con la lectura de las Cartas Íntimas de Thailard de Chardin, auténticas joyas de su pensamiento creyente y sabio. Lectura de un libro que le llevaría varios días en acabar.

Para alabanza de Cristo. Amén.

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