Pensar a lo divino
Sigamos en este "Curso de Milagros".
Nuestra salvación no quedó sellada con la crucifixión, sino con la Resurrección. Dios no cree en el castigo. El sacrificio es una noción que Dios desconoce por completo. Procede únicamente del miedo, y los que tienen miedo ya sabéis lo crueles que pueden llegar a ser.
Por otra parte, la inocencia es incapaz de sacrificar nada, porque la mente inocente dispone de todo y sólo se esfuerza por proteger su plenitud. Es decir, la salvación de por sí sólo irradia verdad. Es, por tanto, el epítome de la mansedumbre y derrama únicamente bendiciones. La inocencia es sabiduría porque no tiene conciencia del mal, y el mal no existe. La Resurrección de Jesucristo demostró que nada puede destruir la verdad. La inocencia de Dios es el verdadero estado de su Filiación única.
Nadie es capaz de negar completamente la verdad, aunque piense que puede. La inocencia no es un atributo parcial. Lo que pasa que no es real hasta que es total. Los que son parcialmente inocentes, a veces, tienden a actuar neciamente. Su inocencia no pasa a ser sabiduría, porque aún no la aplica universalmente.
Así, pues, tenemos miedo de la Voluntad de Dios porque usamos la mente, que Él creó a su semejanza, para crear falsamente. Cuando la voluntad de la Filiación y la del padre son una, la perfecta armonía entre ellas es el Cielo.
Nada puede prevalecer contra el Hijo de Dios que deja su espíritu en manos del Padre. El Hijo de Dios es parte de la Santísima Trinidad, pero la Trinidad en sí es una sola entidad. No hay confusión en las Personas, porque estas son de una sola Mente y de una sola Voluntad. Esto es lo que quiere decir la Biblia con: "Cuando Él aparezca seremos como Él, pues le veremos tal cual Él es".
por eso tenemos que corregir nuestra percepción. Si no, nada sabremos. Saber es tener certeza. En cambio, la percepción es temporal. Todas nuestras dificultades proceden de que no nos reconocemos como somos, ni reconocemos a nuestros hermanos, ni reconocemos a Dios. La Biblia nos exhorta a conocernos, es decir, a que tengamos certeza. La certeza es algo propio de Dios. Cuando amamos a alguien lo percibimos tal cual es, y eso nos permite conocerlo. Mientras no lo percibamos así, no lo podemos conocer. Mientras sigamos cuestionando lo que él sea, estaremos implicándonos en el desconocimiento de Dios.
Si atacas el error que ves en otro, te harás daño a ti mismo. No puedes conocer a tu hermano si lo atacas. Los ataques siempre se lanzan contra extraños, porque al percibir falsamente a tu hermano lo conviertes en extraño y, por lo mismo, no puedes conocerlo. Le tienes miedo porque lo has convertido en extraño.
En la Creación no hay extraños. Dios conoce a sus hijos con absoluta certeza. Los creó conociéndolos. Los reconoce perfectamente. Cuando ellos no se reconocen entre sí, no lo reconocen a Él. Cuando la Biblia dice: "No juzguéis y no seréis juzgados", quiere decir que si juzgamos la realidad de otros no podemos evitar juzgar la nuestra. La decisión de juzgar, en vez de conocer, es lo que nos hace perder la paz. Los juicios siempre entrañan rechazo.
No tenemos idea del tremendo alivio y de la profunda paz que resultan de estar con los hermanos o con nosotros mismos sin emitir juicios de ninguna clase. Cuando reconozcamos lo que somos y lo que son nuestros hermanos, nos daremos cuenta de que juzgarlos no tiene sentido. Dios ofrece únicamente misericordia. Nuestra palabras deben reflejar sólo misericordia, porque eso es lo que hemos recibido y eso es lo que deberíamos dar.
Sólo los que abandonan todo deseo de rechazar pueden saber que es imposible que ellos puedan ser rechazados. La paz es el patrimonio natural del Espíritu. Los juicios siempre aprisionan, ya que fragmentan la realidad con las inestables balanzas del deseo.
Comer la fruta del árbol del conocimiento es una expresión que simboliza la usurpación de la capacidad de auto-crearse. El hecho de que Dios nos haya creado constituye nuestro cimiento. Nuestro punto de partida es la verdad y hay que retornar a nuestro Origen.
La rama que no da fruto será cortada y se secará. ¡Alégrate de que sea así! La luz brillará desde la verdadera fuente de la Vida, y nuestra forma de pensar quedará corregida. No puede ser de otra manera. Tenemos miedo de la salvación y elegimos la muerte.
Vida y muerte, luz y oscuridad, conocimiento y percepción son conceptos irreconciliables. Al mundo no se le abandona mediante la muerte, sino mediante la verdad, y la verdad sólo la pueden conocer aquellos para quienes el reino de Dios fue creado.
Alfonso Gil González