LA CONJURACIÓN DE CATILINA
El partido popular romano ya no contaba con líderes idealistas que buscaran realmente el beneficio del pueblo, sino que en él se reunían todos aquellos que creían poder satisfacer sus ambiciones o sus deseos de venganza logrando el apoyo de las masas. Sin duda los conservadores tampoco contaban con muchos dechados de virtud, pero hay que reconocer que entre sus filas se encontraban al menos dos hombres de buena fe. Uno era Cicerón, y el otro Marco Porcio Catón, bisnieto del viejo censor del mismo nombre, también conocido como Catón el Joven. Había servido a las órdenes de Lúculo, y admiraba su sentido de la disciplina. Si admiraba a un hombre con fama de antipático e intolerante era sin duda porque él pecaba de lo mismo. Catón ajustó su conducta a los principios morales implícitos en las historias sobre los antiguos romanos. Nunca dejaba de hacer ostentación de su virtud, por lo que no resultaba muy simpático. Además era inflexible con toda debilidad ajena, y sus escrúpulos le impedían toda clase de compromiso donde hubiera indicios de algo turbio, así que en Roma no tenía nada que hacer. Cicerón, en cambio, era más operativo. Ambos coincidían en que el hombre más peligroso en la Roma de la época era Lucio Sergio Catilina. Éste volvió a presentarse como candidato al consulado junto a su colega Marco Antonio. Cicerón decidió presentarse también, y los elegidos fueron Cicerón y Marco Antonio, que tomaron posesión del cargo en 63 a. C..
Ese año falleció el Pontifex Maximus, la máxima autoridad sacerdotal de Roma, y César presentó su candidatura, pese a que se le consideraba muy joven para el cargo. Su rival, Catulo, intentó sobornarle para que renunciara a la candidatura, pero la respuesta de César fue "Pediré prestado para luchar aún más contra ti". Catulo era muy influyente, y César era consciente de que estaba corriendo un grave riesgo al enfrentarse a él, pues la mañana de la elección le dijo a su madre: "Madre, hoy verás a tu hijo convertido en Pontifex Maximus o en un proscrito". Afortunadamente para su madre, fue elegido.
Ese año Catilina volvió a presentar su candidatura para el consulado del año siguiente, y Cicerón también se presentó a la reelección. Incidentalmente, Cicerón descubrió que Catilina estaba planeando asesinarlo el mismo día de las elecciones. Se proveyó de una escolta y frustró así el plan de Catilina. Poco después, Catilina empezó a reclutar un ejército en Etruria con la intención de tomar Roma. Convocó una reunión clandestina de la que Cicerón tuvo noticia, pero apenas tenía unos pocos datos sobre lo tratado, y no tenía pruebas de nada. Al parecer, Catilina había dispuesto que unos sicarios asesinaran a Cicerón en su casa. Al amanecer, Cicerón se aseguró de tener testigos que vieran a los enviados para asesinarlo, los cuales se dieron a la fuga. Logró que el Senado declarara el estado de excepción, protegió la ciudad y acudió al Senado con la escasa información que poseía. También fue Catilina (era senador), y Cicerón pronunció un soberbio discurso en el que aparentó conocer la conjuración hasta el último detalle y que estaba esperando a averiguar los nombres de todos los conjurados para arrestarlos a todos. A medida que acusaba a Catilina, los senadores sentados a su alrededor se iban levantando para sentarse lejos de él, de modo que al final quedó aislado. Cicerón le incitó a abandonar Roma y ciertamente lo atemorizó lo suficiente para que siguiera su consejo. Con ello su culpabilidad quedaba de manifiesto.
Con otro discurso ante el pueblo, puso a toda Roma en contra de los conspiradores. Entre ellos estaban, sin duda, César y Craso, pero Craso supo mantenerse al margen y César fue más allá y aportó datos sobre la conjuración en una carta a Cicerón. Hubo otras delaciones, y al cabo de unas semanas Cicerón tuvo todas las pruebas que necesitaba para emprender acciones legales. Hubo muchas detenciones y el paso siguiente era procesar a los detenidos, pero Cicerón temió que el juicio fuera demasiado lento, o que la corrupción imperante en la ciudad permitiera que los detenidos se escabulleran. En su lugar, reunió al Senado para que tomara una decisión sobre ellos. Básicamente, estaba pidiendo que autorizara un linchamiento.
Tal y como esperaba Cicerón, las primeras intervenciones solicitaron un "castigo ejemplar", que era una forma fina de decir "pena de muerte". Sin embargo, César sorprendió con una pieza maestra de oratoria. Aconsejó no dejarse llevar por los sentimientos. En su opinión, los dirigentes del estado no debían ceder al amor, al odio o a la cólera, máxime cuando ningún castigo sería suficiente para los criminales. César no dudaba de la legalidad de la pena de muerte, aunque la consideraba contraproducente. Creía que la ejecución inapelable de ciudadanos tan distinguidos e ilustres no respondía ni a la costumbre ni al derecho, ni siquiera tratándose de una situación de emergencia:
Todos los malos ejemplos se han originado a partir de buenas acciones [...] En el consulado de Cicerón se ha conjurado el peligro, pero en el futuro puede no suceder lo mismo. Quizá otro cónsul con un ejército a su disposición pueda hacer creer lo falso como cierto. Siguiendo con nuestro ejemplo, si un cónsul desenvaina la espada por orden del Senado, ¿quién limitará su acción o la devolverá a su vaina? [...] ¿Quiere esto decir que soy partidario de liberar a los detenidos para que refuercen el ejército de Catilina? ¡En absoluto! Yo propongo la confiscación de sus bienes y el confinamiento, bien custodiados, en las ciudades más poderosas de Italia.
El argumento de César bien podría suscribirlo hoy en día cualquier detractor de la pena de muerte, pero teniendo en cuenta cuándo fue elaborado, lo único que delataba es que César estaba implicado en la conjuración. Craso ni siquiera se atrevió a acudir al Senado. En su réplica, Cicerón llamó a Cesar, no sin ironía, el más clemente y compasivo de los hombres, pero el discurso de Cicerón no surtió pleno efecto, algunos senadores cambiaron de opinión, y explicaron que se les había malinterpretado. Hasta el hermano de Cicerón se mostró partidario de la propuesta de César. Sin embargo, la intervención del moralista Catón volvió a cambiar el rumbo de la discusión, y finalmente se votó mayoritariamente la pena de muerte más la confiscación de bienes, tal y como había propuesto César. Éste protestó aduciendo que despreciaban el lado humano de su propuesta y aplicaban la resolución más dura, pero lo único que consiguió es que los senadores arremetieran contra él. Los equites que custodiaban la asamblea irrumpieron en ella y amenazaron a César con sus espadas, los senadores se apartaron de él como habían hecho con Catilina, hasta que un grupo de amigos lo rodearon y lo sacaron de allí salvándole la vida.
Los conspiradores fueron ejecutados sin juicio. En 62 un ejército se enfrentó al de Catilina a unos 300 kilómetros al norte de Roma. Catilina fue derrotado y terminó suicidándose. Cicerón fue aclamado como el salvador de Roma. Ese año se produjo un incidente relacionado con César. Publio Clodio Pulcro era famoso en Roma por vividor, juerguista y carente de escrúpulos. Se había encaprichado de Pompeya, la segunda esposa de César, y pensó que la festividad de Cibeles sería una buena ocasión para abordarla. Ese día se celebraba una fiesta sólo para mujeres en la casa del Pontifex Maximus, o sea, César, y Clodio se presentó disfrazado de mujer, pero fue descubierto por la madre de César antes de que pudiera acercarse a Pompeya, y tuvo que huir al galope. César se divorció de Pompeya y Clodio fue procesado por sacrilegio. Cuando César fue llamado a declarar en el juicio afirmó que él no había estado presente en la fiesta y que no sabía nada de los cargos que se imputaban a Clodio. Se le preguntó entonces por qué había repudiado a Pompeya, y su respuesta fue que la mujer de César ha de estar por encima de toda sospecha. En el juicio, Cicerón intervino como testigo. Sus sarcásticas intervenciones le valieron el odio del acusado, que finalmente fue absuelto gracias a sustanciosos sobornos. César había salvado su imagen al tiempo que mantuvo una buena relación con Clodio, cuya enemistad con Cicerón debió de parecerle interesante.
Por cierto, que Clodio tenía una hermana, llamada Clodia, que fue inmortalizada con el nombre de Lesbia por Cayo Valerio Cátulo, un joven nacido en Verona que acababa de llegar a Roma ese mismo año y compuso poemas de inspiración muy desigual. Hay desde epigramas satíricos y obscenos hasta delicados y conmovedores versos de amor hacia Lesbia. Perteneció a un grupo de "nuevos poetas" influidos por la poesía alejandrina y abrió las puertas al desarrollo posterior de la poesía latina.
César fue elegido propretor para Hispania Ulterior, adonde partió en 61. Ese fue el año en que Pompeyo regresó a Roma. En los últimos años había estado organizando todos los territorios que había anexionado a Roma en Oriente. A su llegada recibió el más magnífico triunfo que Roma había visto hasta entonces. El Senado temía que Pompeyo usara su ejército y su fama para imponer una nueva dictadura como había hecho Sila, pero en cambio, Pompeyo disolvió su ejército confiado en que Roma sería incapaz de negarle nada. Pidió que el Senado ratificase en una única votación todos los tratados que había firmado, las provincias que había instituido y los reyes que había depuesto o instalado. Pidió también que se distribuyesen tierras entre sus soldados, pero, para su sorpresa, Pompeyo se encontró con que había perdido todo su poder. Catón pidió que cada uno de los actos de Pompeyo fuese discutido separadamente, Lúculo fue especialmente enconado y Craso puso al partido popular en contra de Pompeyo. La situación no era nueva. Lo mismo le había sucedido a Escipión después de vencer a Aníbal, y a Mario después de vencer a los cimbrios y los teutones.
Hacía algún tiempo que las distintas tribus galas rivalizaban entre sí. Antes de que Roma ocupara la Galia Narbonense, los arvernos eran la tribu dominante, pero sufrieron derrotas importantes ante los romanos y la hegemonía pasó a los eduos. En 60 los secuanos trataron de imponerse y para ello pidieron ayuda a un caudillo suevo llamado Ariovisto, el cual hizo lo que Roma llevaba haciendo durante siglos: cruzó el Rin, ayudó a los galos y terminó quedándose con la tercera parte de sus campos de cultivo.
En contrapartida, los eduos enviaron a Roma a Diviciaco, uno de sus gobernantes, para solicitar protección. El Senado se limitó a ordenar vagamente que el procónsul de la Galia Narbonense debía proteger a los eduos y a todos los pueblos amigos de Roma. Ese año César regresó de España. Había obtenido algunas victorias militares en la parte occidental de la provincia que, pese a no ser gran cosa, él se encargó de presentarlas como heroicas. Había obtenido el suficiente dinero como para saldar sus deudas con Craso. Esto no significa que esquilmara a la provincia según la costumbre. Aunque algo de eso hubiera, parece que se preocupó por mejorar la administración y los provincianos quedaron contentos con su gestión.
Lo primero que se encontró César en Roma fueron problemas burocráticos, que naturalmente reflejaban problemas de fondo mucho más graves. Se le acababa el plazo para presentar su candidatura al consulado del año próximo, y para presentarla tenía que personarse él mismo en el Senado. Por otra parte, si entraba en la ciudad antes de celebrar el triunfo que le correspondía, se veía obligado a renunciar a él. César envió un representante al Senado pidiendo que se le eximiera de presentar personalmente su candidatura al consulado, lo cual se hacía habitualmente en situaciones similares, pero Catón pronunció un largo discurso oponiéndose a ello que ocupó toda la sesión impidiendo que se produjeran réplicas.
César, irritado, tuvo que renunciar al triunfo y presentó su candidatura. Estaba claro que tenía muchos enemigos políticos y tenía que buscar aliados. Los hombres más útiles que encontró fueron Craso, con su dinero, y Pompeyo, que seguía reclamando tierras para sus soldados, estaba deseando vengarse del Senado y sólo necesitaba que alguien le dijera cómo lograrlo. Los dos no estaban muy bien avenidos, pero César supo reconciliarlos. Se formó así una asociación conocida como el primer triunvirato (que en latín significa, simplemente, grupo de tres hombres). La presencia de Craso puso de su parte al partido popular. César ganó las elecciones y fue elegido cónsul para el 59. Lo máximo que lograron los conservadores fue que el otro cónsul fuera de los suyos y éste trató de sabotear sistemáticamente las iniciativas de César, pero pronto fue neutralizado: Hacía un tiempo que Clodio aspiraba al cargo de tribuno de la plebe. Para ello tenía que ser plebeyo y no lo era, pero bastaba con ser adoptado por una familia plebeya. Encontrar familia era fácil, pero la adopción requería el consentimiento del colegio de sacerdotes, que hasta el momento se lo había denegado, pero ahora César hizo que se lo concedieran. Así Clodio logró el tribunado y se puso al servicio de César. Clodio tenía a su servicio una banda de matones que atemorizaron al otro cónsul hasta el punto de que apenas salía de casa, y César tuvo las manos libres para que se aprobara una ley de reforma agraria que, entre otras cosas, proporcionaba tierras que distribuir entre los veteranos de Pompeyo (aunque la ley benefició a otras muchas familias romanas, especialmente a las familias numerosas). También logró que el Senado ratificara todas las decisiones de Pompeyo en Oriente, tal y como éste reivindicaba.
Luego Clodio la emprendió con Cicerón. Lo acusó de haber linchado sin juicio a los conspiradores cinco años atrás. Cicerón no pudo hacer que la responsabilidad recayera en el Senado, pues era algo vanidoso y en muchas ocasiones se había atribuido el mérito de haber salvado a la patria con su iniciativa. Como tribuno, Clodio aprobó una ley que castigaba con el destierro y la confiscación de bienes a todos los que hubieran ordenado ejecutar a ciudadanos romanos sin el consentimiento del pueblo (o sea, una ley a la medida de Cicerón), el cual prefirió exiliarse voluntariamente antes de que se le aplicara la nueva ley, y marchó a Épiro. Clodio movió al pueblo para que destruyera su casa, y sus propiedades fueron confiscadas.
Por su parte, César se encargó él mismo de Catón. Negoció con Ptolomeo XII: el Senado le reconocería oficialmente como rey de Egipto a cambio de la isla de Chipre, que debía pasar a ser administrada por Roma porque era un refugio de piratas y Egipto era incapaz de controlarlos. El rey aceptó encantado, y César logró que el encargado de convertir a Chipre en provincia romana fuera precisamente Catón, que así se vio obligado a abandonar la ciudad. Con él fue su sobrino Marco Junio Bruto.
Las cosas iban bien para los triunviros, pero al terminar su consulado César podía encontrarse con un millar de acusaciones y pleitos, así que se las arregló para ser designado procónsul, es decir, gobernador militar. Concretamente, el Senado le otorgó el gobierno de la Galia Cisalpina e Iliria, pero poco después murió accidentalmente el procónsul de la Galia Transalpina y el Senado, a propuesta de Pompeyo, le adjudicó también a César esta provincia por un periodo inusualmente largo de cinco años.
Antes de abandonar Roma, César quiso dejar sus relaciones bien atadas, así que logró que Pompeyo se casara con su hija Julia, y él contrajo terceras nupcias con Calpurnia, hija de Lucio Calpurnio Pisón, amigo de Pompeyo que al año siguiente ocupó el consulado y se encargó de que las leyes aprobadas por César no fueran derogadas.
Ptolomeo XII venía esquilmando a Egipto como no lo había hecho ninguno de sus predecesores, pues nadie había tenido que pagar tanto a Roma como él. La cesión de Chipre lo hizo más impopular todavía, y su ratificación en el trono por parte de Roma debió de ser vista como una condena para los egipcios. El caso es que en 58 hubo una revuelta y fue expulsado del país. El poder quedó en manos de su hija Berenice, que comprendió que a la cabeza de Egipto debía haber un hombre y, como su marido Seleuco no le pareció adecuado, lo estranguló y procedió a casarse con el rey Arquelao de Capadocia. Ptolomeo XII acudió a Roma en busca de apoyo.
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Revisión textual y foto elegida: Alfonso Gil