Desde mi celda doméstica
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martes, 16 de agosto de 2016

GRANDES TEMAS PARA ENTENDER AL HOMBRE - 52


MARIO Y SILA  

Al inicio del siglo I a. C., había tres grandes potencias en el mundo: El Imperio Chino, el Imperio Parto y Roma. Hacía relativamente poco tiempo que China había descubierto la existencia de la civilización occidental, y no tardó en aprovecharla diseñando una política comercial adecuada. Cada año partían hasta diez caravanas hacia Occidente. China dominaba el pasillo asiático por el que la llamada ruta de la seda llegaba hasta Farganá, desde donde se bifurcaba en dos ramas, una hacia el norte, hacia Maracanda (la actual Samarcanda) y otra hacia el sur, hacia Pamir. Las exportaciones chinas terminaban mayoritariamente en manos de los partos, que a su vez las vendían a los reinos helenísticos y a Roma. China convirtió la fabricación de la seda en un secreto nacional. De hecho, la procedencia de la seda era un misterio para los occidentales. La conjetura más aceptada era que el hilo de seda se debía de extraer de un árbol, pero, fuera cual fuera su origen, lo cierto es que Roma llegaba a pagar un kilo de oro por cada kilo de seda. En esta época vivió Sima Qian, autor de la primera obra histórica de la literatura china: las Memorias Históricas (Shiji) en ciento treinta volúmenes que abarcan la dinastía Qin y el principio de la dinastía Han. En ella alternan anales imperiales, monografías sobre los pueblos de Asia y biografías. Constituye una de las cinco obras que los chinos consideran clásicas. Otras dos son el Shijing (una antología de trescientos once poemas chinos cuya selección se atribuye a Confucio, aunque abarca obras compuestas entre los siglos VI y II) y el Shujing (El Libro de la Historia, que primitivamente estuvo formado por una selección de textos históricos y políticos escogidos por Confucio, pero que se perdió cuando Qin Shi Huang Di ordenó la destrucción de libros y fue reconstruida también por esta época). Los cinco clásicos se completan con el Chunqiu de Confucio y el Yijing (el Libro de las Mutaciones), el más antiguo de los cinco, que describe un sistema de adivinación. A los cinco clásicos se añade a menudo los Cuatro Libros, redactados por los discípulos de Confucio, que son el Lunyu, el Zhongyong, el Daxue y el Mengzi. El conocimiento de los clásicos daba acceso a las carreras administrativas y confería la calidad de letrado.
Mientras los tokarios se instalaban en Bactriana, hordas de escitas y partos destruyeron los reinos indogriegos fundados por los bactrianos y en su lugar crearon nuevas monarquías que pronto absorbieron la cultura india.
Roma acababa de entrar en un periodo de calma: Yugurta había muerto, las incursiones de cimbrios y teutones habían sido neutralizadas, la insurrección de los esclavos de Sicilia estaba sofocada. En estos momentos, el peor enemigo de Roma era la propia Roma. La política romana degeneraba cada vez más. Estaba dividida en dos facciones: el partido popular o demócrata y el partido conservador o senatorial, pero estos nombres significaban cada vez menos. Simplemente eran las dos alternativas que tenía un político para satisfacer sus propios intereses: ganarse el apoyo de las clases humildes o el de la aristocracia. Las clases humildes de Roma se habían convertido en un proletariado cada vez menos interesado en lograr tierras o un buen trabajo, y más bien preocupado en apoyar a los políticos que más les dieran a cambio.
En estas fechas el líder indiscutible del partido popular era Mario, que estaba en su sexto consulado. Mario se había visto obligado a reclutar un ejército de voluntarios para enfrentarse a Yugurta, y luego los había conducido contra los cimbrios y los teutones. Ahora necesitaba recompensarlos con tierras, y para ello necesitaba hacer expropiaciones. El instrumento adecuado eran las leyes de los Gracos. Sin embargo, la política romana requería en la época un talento que Mario no tenía. Era un buen militar, pero un mal político. Pronto acabó dominado por el tribuno Lucio Apuleyo Saturnino, que unos años antes había sido cesado de un cargo por el Senado, y desde entonces se volvió un demócrata radical. Hizo aprobar las leyes que quería Mario, para lo cual tuvo que intimidar a muchos senadores mediante disturbios y movilizaciones de muchedumbres violentas. Llegó a obligar al Senado a jurar que cumplirían las leyes aprobadas en un plazo de cinco días. El único que se negó a jurar fue Quinto Cecilio Metelo, hijo y tocayo del general que había participado en la Guerra de Yugurta. Metelo optó por el exilio voluntario.
Sin embargo, Saturnino defendió, como Cayo Graco, que los italianos recibieran la ciudadanía romana, y los conservadores aprovecharon una vez más este punto para excitar el egoísmo del proletariado. Organizó al populacho y los tribunos se vieron obligados a declararse en rebelión abierta. Entonces el Senado exigió a Mario, en calidad de cónsul, que sofocase la revuelta. Mario consideró que, ciertamente, ése era su deber y, en una batalla campal librada en el foro, Saturnino y sus partidarios fueron obligados a rendirse, tras lo cual fueron asesinados por una multitud violenta. Todo esto sucedió en el año 100. Como consecuencia de su intento de nadar y guardar la ropa, Mario perdió el apoyo de los populares sin ganar por ello el de los conservadores, así que tuvo que retirarse de la política.
En 98 el gobierno chino logró imponer un monopolio sobre el vino. En 97 Sila fue elegido propretor para Cilicia. Cilicia era la región costera meridional de Asia Menor, que en los últimos años se había convertido en refugio de piratas. En su lucha contra los piratas Roma se había apoderado de algunas posesiones en la región, y ahora Sila era el delegado del pretor de Asia en Cilicia, cuya misión era enfrentarse a los piratas.
En 96 murió Ptolomeo Apión, el rey de Cirene, que legó su territorio a Roma, como había hecho Atalo III de Pérgamo años atrás. En una revuelta palaciega murió Antíoco VIII, rey de lo que ya es absurdo seguir llamando Imperio Seléucida, pues sus dominios se reducían a una parte de Siria. Fue sucedido por su hijo Seleuco VI, pero su tío Antíoco IX, que gobernaba Fenicia y parte de Siria, trató de quedarse con todo el reino. En 95 Seleuco VI, con la ayuda de sus hermanos, venció a Antíoco IX, que resultó muerto, pero su hijo Antíoco X logró el control del reino de su padre y continuó la lucha con Seleuco VI, lo destronó y lo condenó a la hoguera ese mismo año, pero sus hermanos continuaron la lucha contra Antíoco X.
Sila contribuyó a que Capadocia se independizara del Ponto, instaurando al rey Ariobarzanes I.
El rey parto Mitrídates II puso como rey de Armenia a un pariente suyo, llamado Tigranes I. (Para algunos es Tigranes II, porque el nombre correspondía a un legendario rey armenio que había gobernado siglos atrás.) Armenia pasó a ser prácticamente una posesión parta, y el rey decidió hacerse llamar Mitrídates el Grande.
En 94 dos de los hermanos del difunto Seleuco VI lograron hacerse con el poder de la parte de Siria que había pertenecido a su padre y se proclamaron reyes, pasando a ser conocidos como Antíoco XI y Filipo I, pero esto no puso fin a la guerra contra Antíoco X. Poco después murió ahogado en un río Antíoco XI, y su hermano Filipo I compartió el reino con otro hermano, Demetrio III. Ese mismo año murió el rey Nicomedes III de Bitinia, y fue sucedido por su hijo Nicomedes IV.
En 92 Sila firmó en nombre de Roma un tratado de amistad con el rey parto Mitrídates II.
En 91 Roma eligió un nuevo tribuno reformista: Marco Livio Druso. Su padre había sido tribuno junto a Cayo Graco, y se había opuesto a las reformas, pero el hijo resultó ser un demócrata convencido, tal vez uno de los pocos idealistas que quedaban en Roma. Su preocupación principal fue el sistema judicial. Cayo Graco había tratado de quitar poder al Senado a costa de concedérselo a la clase media (los equites). Sin embargo, los "caballeros" no tardaron en mostrarse tan corruptos como los senadores. Tenían a su cargo la recaudación de impuestos, que era subastada al mejor postor, de modo que quien recibía la contrata tenía manos libres para recaudar lo necesario para proporcionar al estado la suma pactada y obtener un margen de beneficios. Los senadores miraban con desprecio a los equites, pero a menudo pactaban con ellos. Los gobernadores de las provincias eran normalmente de la clase senatorial, y recibían considerables sumas de dinero de los equites a cambio de consentir que los impuestos recaudados excedieran con creces lo teóricamente aprobado por Roma. Cayo Graco había logrado que los jurados de los tribunales estuviesen formados igualmente por senadores y equites, lo cual benefició sin duda a éstos últimos, pero no a la justicia, pues lo que sucedió es que unos y otros se encubrían mutuamente sus escándalos y aceptaban sobornos por igual.
Druso trató de ganarse a los equites proponiendo que pudieran ser jueces además de jurados, pero a cambio proponía también que se nombraran comisiones especiales para juzgar los casos de corrupción. Su plan era lograr que una clase vigilara a la otra y que, en definitiva, ambas se vieran obligadas a ser honestas. Para ganarse al pueblo presentó el programa habitual de reforma agraria, pero no dejó de incluir la funesta idea de conceder la ciudadanía a todos los italianos. Nada de esto fue adelante, porque Druso fue asesinado. Nunca se supo quién fue el asesino.
Para los italianos, ésta fue la gota que colmó el vaso. En los últimos años habían visto con desazón cómo fracasaban todos los intentos de concederles la ciudadanía. El argumento principal de los senadores era el temor de que los italianos terminaran gobernando Roma, pero esto era impensable, porque la ley establecía que para votar era imprescindible trasladarse a la ciudad. En cambio, la ciudadanía habría aportado a los italianos la exención de impuestos, cosa que Roma se podía permitir holgadamente. Los samnitas proclamaron una República Italiana con capital en Corfinio, unos 130 kilómetros al este de Roma. La rebelión se estuvo fraguando durante mucho tiempo, por lo que una Roma desprevenida tuvo que enfrentarse de repente a una secesión bien organizada. Se inició así la llamada Guerra Social, del latín socius (aliado).
Roma reunió apresuradamente un ejército, que se puso bajo el mando del cónsul Lucio Julio César. Tras sufrir varias derrotas en el Samnio, César decretó en 90 que se otorgaría la ciudadanía a los italianos que permanecieran fieles a Roma. Mario acababa de regresar de una gira por el este, y el Senado se vio obligado a recordar que, al fin y al cabo, era un buen general, así que se le pidió que aceptara el mando de un ejército. Mario aceptó con renuencia. Él había estado en su día a favor de conceder la ciudadanía a los italianos, y ahora se veía obligado a luchar contra ellos por pedir algo que él estimaba justo. Aceptó, pero en todo momento trató de que los combates fueran poco sangrientos para ambas partes.
Mientras tanto el rey Mitrídates VI del Ponto invadió Bitinia y derrocó a Nicomedes IV. Éste pidió ayuda a Roma que, pese a sus problemas internos, envió una embajada exigiendo a Mitrídates VI que abandonara Bitinia. Aunque Roma no estaba en su mejor momento, es posible que su fama hiciera vacilar a Mitrídates VI, que optó por acatar la orden y así Nicomedes IV recuperó su trono.
En 89 murió César, y el Senado confió el mando supremo a Sila, el cual, desprovisto de los reparos de Mario, no tuvo dificultad en barrer a los rebeldes en todas partes. El Senado anunció que concedería la ciudadanía a todos los italianos que la pidieran en un plazo de sesenta días, lo cual hizo abandonar la lucha a la mayoría de los italianos, pero los samnitas continuaron hasta el fin.
Los dos hermanos, Demetrio III y Filipo I habían logrado arrebatar a Antíoco X la mayor parte de sus posesiones, pero tras repartirse los territorios conquistados pelearon entre sí. En 88 Demetrio III fue capturado por el rey parto Mitrídates II y su fragmento de trono sirio fue reclamado por su hermano Dionisio, que pasó a llamarse Antíoco XII. A su vez, Mitrídates II no tardó en morir, y el Imperio Parto se vio envuelto en querellas internas, pues su estructura era feudal, y había muchos señores poderosos que se veían con posibilidades de hacerse con el trono. Esto permitió al rey Tigranes I de Armenia librarse del yugo parto y selló una alianza con Mitrídates VI del Ponto.
También murió el rey Gauda de Numidia, y fue sucedido por su hijo Hiempsal II.
El rey de Egipto Ptolomeo X se había ganado la enemistad de su corte al profanar la tumba de Alejandro. Además se había destacado por su protección hacia los judíos de Alejandría, que cada vez se llevaban peor con los griegos. Todo esto permitió a su hermano Ptolomeo  IX volver a Egipto y recuperar el trono. Ptolomeo X tuvo que huir y murió en una batalla naval cerca de Chipre. La ciudad de Tebas se rebeló y Ptolomeo IX tuvo que enviar un ejército para asediarla.
En Italia Sila puso fin a la Guerra Social. Las medidas que tomó Roma en los años siguientes para garantizar la lealtad de Italia incluyeron, entre otras cosas, la eliminación paulatina de las lenguas italianas diferentes del latín, especialmente el osco, la lengua de los samnitas. Poco tiempo después el latín era la única lengua de Italia.
En realidad Roma hubiera podido derrotar a los italianos sin necesidad de concederles la ciudadanía, pero para ello habría necesitado algo más de tiempo, y todo hacía prever que el rey Mitrídates VI del Ponto podía atacar los intereses romanos en Asia de un momento a otro (más que nada porque Roma había estado estimulando a Nicomedes IV de Bitinia para que invadiera el Ponto en venganza por la invasión que éste había sufrido dos años antes.) En efecto, Mitrídades VI se enfureció y sus ejércitos invadieron de nuevo Bitinia, Galacia, Capadocia y ocuparon también la provincia de Asia. El rey ordenó matar a todo comerciante italiano que se hallase en Asia Menor, y se dice que el número de víctimas fue de unas 80.000, aunque la cifra puede ser exagerada. Luego pasó a las islas griegas y finalmente invadió la propia Grecia. Los griegos celebraron encontrar a alguien capaz de resistir a Roma y se unieron a Mitrídates VI.
La reacción de Roma se vio entorpecida porque había dos generales adecuados para la misión y cada uno de ellos tenía el apoyo de uno de los partidos, y ninguno de los dos estaba dispuesto a permitir que el candidato del partido contrario volviera triunfante a Roma. Los generales eran, naturalmente, Mario y Sila. El Senado nombró rápidamente a Sila como general en jefe, amparándose en que era él quien había puesto fin a la Guerra Social. Mario abordó al tribuno Publio Sulpicio Rufo, que estaba ahogado por unas deudas, y le prometió pagarlas con los beneficios de la guerra. Rufo no tardó en descubrir su vocación demócrata, e hizo aprobar una ley que aumentaba el peso de los votos de los ciudadanos italianos. A continuación se encargó de transportar a la capital el número oportuno de votantes y logró que Mario fuera elegido como general en jefe. El resultado fue que ni Mario ni Sila podían partir hasta que se decidiera quién tenía realmente el mando. Más exactamente, lo que sucedía es que ninguno estaba dispuesto a abandonar Roma dejando a su rival en la ciudad con un ejército a sus órdenes.
El ejército de Sila le esperaba en Nápoles, Sila tuvo que escapar de Roma para unirse a él, pero no partió hacia oriente, sino que marchó sobre Roma. Así empezó la Primera Guerra Civil, del latín ciuis (ciudadano), en la que un general romano se enfrentaba a otro. Sila logró expulsar de Roma a Mario y a Rufo. El segundo fue capturado y asesinado a poca distancia, mientras que Mario fue detenido algo después, escapó milagrosamente de la muerte y finalmente pudo abrirse camino hasta la costa, donde embarcó hacia África. Halló refugio en una isla situada frente a la costa cartaginesa, donde se puso al frente de un grupo de proscritos.
Sila era ahora un indiscutido procónsul. En principio un procónsul era alguien en el que un cónsul delegaba parte de sus funciones, pero ahora quería decir simplemente que ejercía de cónsul aunque no había sido elegido como tal. Hizo aprobar unas leyes constitucionales por las que el Senado tenía únicamente la potestad de dictar leyes (pero no, por ejemplo, la de destituirlo a él).
En 87 murió el emperador chino Wudi. No se había designado ningún heredero, y las familias de las emperatrices compitieron por que el nuevo emperador saliera de su seno. Como no se llegaba a ninguna salida, se acordó designar como heredero a un hijo de ocho años del difundo emperador que no estaba ligado a ninguno de los grandes clanes que competían entre sí, al tiempo que se establecían tres regentes, el más influyente de los cuales era Huo Guang. El nuevo emperador recibió el nombre de Zhaodi.
La situación del país era crítica. La política intervencionista de los Han había dificultado la vida de gran parte de la población. Además los hunos habían logrado recientemente algunas victorias en el norte. Se habían producido revueltas que fueron sofocadas con dificultad y con la muerte del emperador el funcionariado logró cierta independencia de la corte, más preocupada de las intrigas palaciegas que de gobernar la nación.
Mientras tanto moría en el cautiverio el rey seléucida Demetrio III. Sila partió finalmente hacia Grecia y no tardó en ocupar Tesalia y Beocia. Los populares reaccionaron en Roma eligiendo cónsul a Lucio Cornelio Cinna, que había tratado inútilmente de detener la expedición de Sila. Luego trató de aplicar una ley que convertiría en ciudadanos a aquellos italianos que no habían podido obtener la ciudadanía al final de la Guerra Servil. El otro cónsul se opuso y Cinna fue expulsado de Roma. Entonces pidió el apoyo de los italianos y logró que Mario volviera a Italia. Juntos marcharon contra Roma y la tomaron. Mario se tomó venganza de todas las ofensas que a su juicio le había infligido el Senado. Mató a todos los que consideró sus enemigos, entre los cuales se encontraban numerosos senadores. En toda la historia de Roma el Senado nunca había sufrido una afrenta como ésta, y nunca se recuperó de ella. Su autoridad dejó de ser considerada indiscutible, y en el futuro fueron muchos los generales que no dudaron en pasar por encima del Senado cuando lo estimaron conveniente.
En 86 Mario obligó al Senado a que le nombrara cónsul, pero murió pocos días después, de modo que la ciudad quedó bajo el dominio de Cinna. Mientras tanto Sila sitiaba Atenas, que no tardó en caer y fue sometida al pillaje. Después Sila se enfrentó a Mitrídates VI en Queronea. Mitrídates fue derrotado y tuvo que huir a Asia. Los romanos le siguieron. El rey Tigranes I de Armenia empezó a expandir su reino a costa del revuelto Imperio Parto y así se hizo con el control del norte de Mesopotamia.
Cinna envió con un ejército a Asia Menor a un general de simpatías democráticas con la orden de reemplazar a Sila, pero el nuevo ejército se unió al de Sila y el enviado se suicidó. Sila derrotó nuevamente a Mitrídates VI, que en 85 tuvo que firmar una paz en la que se comprometía a devolver la provincia de Asia, liberar Bitinia y Capadocia (con lo que Nicomedes IV y Ariobarzanes I recuperaron sus coronas), ceder a Roma una flota de setenta navíos y pagar una pesada indemnización. Pasó el invierno en Éfeso, desde donde reorganizó la provincia de Asia, recompensó a las ciudades que habían permanecido fieles a Roma y castigó a las que se habían unido a Mitrídates VI, luego volvió a Grecia, dejó dos legiones en Asia Menor y volvió a Italia con sus tropas más leales.
Tras tres años de asedio, la ciudad de Tebas sucumbió ante los ejércitos de Ptolomeo IX. El rey la saqueó tan brutalmente que la antigua capital faraónica ya no se recuperó jamás.
En 84 murió Cinna en un motín, pero Sila tuvo que enfrentarse a los samnitas y a las tropas leales a los seguidores de Mario, entre los que se encontraba su sobrino Cayo Mario el Joven. A su lado tenía a Metelo, que dejó su exilio para unirse a él, así como un joven de 22 años llamado Cneo Pompeyo. Era de familia plebeya. Su padre había destacado en la Guerra Social y había procurado mantenerse neutral en la lucha entre Mario y Sila, pero el hijo simpatizaba con los aristócratas. Mientras Mario dominó Roma, Pompeyo trató de pasar inadvertido, pero cuando oyó que Sila volvía de Asia se apresuró a reunir un ejército por su cuenta para unirse a él.
También murió el rey seléucida Antíoco XII, en una expedición contra los árabes. Sus descendientes no pudieron ocupar el trono, pues en 83 Tigranes I de Armenia, tras apoderarse de Cilicia (la costa meridional de Asia Menor), ocupó la parte de Siria que había gobernado Antíoco XII. Ese año murió también Antíoco X, luchando contra los partos, y Tigranes I se hizo con toda Siria. Construyó una nueva capital, Tigranocerta, al norte de Mesopotamia, cerca de la frontera con Asia Menor. Se hizo llamar Tigranes el Grande y Rey de Reyes.
En 82 Sila estaba en condiciones de entrar en Roma. Tuvo que enfrentarse a los ejércitos conducidos por los cónsules Cneo Papirio Carbón y Cayo Mario el Joven. Tras una batalla ante la Puerta Colina de Roma (la misma puerta a la que se acercó Aníbal en su día), entró en la ciudad. Los cónsules lograron escapar, pero Mario fue derrotado en las proximidades y se suicidó para no caer en manos de Sila. Por su parte, Papirio Carbón logró huir hasta Sicilia.
Ahora fue Sila el que "depuró" Roma con el mismo rigor que Mario había empleado unos años antes. Más aún, Sila no sólo hizo ejecutar a sus adversarios políticos, incluidos algunos senadores, sino que incluyó en su lista ciudadanos con propiedades valiosas. La ley establecía que las propiedades de un condenado por traición pasaban a disposición del gobierno y debían ser subastadas. Como nadie se atrevía a pujar contra Sila y sus amigos, éstos terminaron con sus haciendas sensiblemente engrosadas. Se calcula que unas tres mil personas fueron víctimas de la persecución.
Tal vez el más beneficiado por las expropiaciones de Sila fue Marco Licinio Craso. Su padre y su hermano habían muerto durante el gobierno de Mario, y él pudo salvarse huyendo al sur de España y luego a África, pero se unió a Sila junto con Pompeyo cuando éste volvió a Italia. Craso ya era rico, pero ahora se había convertido en el hombre más rico de Roma y era conocido como Crassus Diues (Craso el rico). Se cuenta que montó una especie de cuerpo de bomberos, de modo que cuando se incendiaba una de las muchas casas míseras de madera que había en la ciudad, sus hombres se presentaban al instante y negociaban con el propietario para comprarla a un precio ínfimo, tras lo cual apagaban el fuego. A menudo los vecinos vendían también sus casas a bajo precio, pues de lo contrario los "bomberos" no impedían que el fuego se extendiera. Así Craso se hizo con una buena parte de las propiedades urbanas de Roma.
Hubo un joven de veinte años que se libró de milagro de la muerte. Se llamaba Cayo Julio César, y era hijo del general Lucio Julio César (muerto dos años antes) que había intervenido no muy airosamente en la Guerra Social. Aunque su familia era de origen aristocrático, ninguno de sus miembros había desempeñado ningún cargo político relevante. La familia había tratado de conservar su prestigio mediante matrimonios, cosa bastante habitual en la época. Así, Julia, la hermana de Lucio Julio se había casado con Mario, y su hijo Cayo se había casado a su vez con Cornelia, hija de Cinna. Estos parentescos hicieron que Cayo estuviera mejor relacionado con los populares que con los conservadores. Sila le ordenó que se divorciara, pero él tuvo el valor de negarse. Las súplicas de su familia convencieron a Sila para dejarle con vida, pero dicen que dijo:"Vigiladlo. En ese joven hay muchos Marios." De todos modos, Cayo no tardó en abandonar Roma, instalándose en la provincia de Asia.
Sila se hizo nombrar dictador, pero no como en tiempos de Cincinato o de Fabio Máximo, cuando el cargo tenía una duración de seis meses y se recurría a él por una situación extrema. La dictadura de Sila tenía duración ilimitada, lo que le convertía en un monarca absoluto o un dictador en el sentido moderno de la palabra.
Desde Roma, Sila no tuvo dificultad en hacerse con el control de toda Italia. De hecho hizo desaparecer los últimos vestigios de las culturas etrusca y samnita. En 81 envió a Pompeyo a Sicilia, donde Papirio Carbón resistía todavía. Allí obtuvo victorias arrolladoras, tras las cuales pasó a África, donde Mario había dejado seguidores. Antes de que acabara el año había vuelto a Roma cubierto de gloria. Sus soldados le dieron el sobrenombre de Pompeyo Magno (el grande). Tal era su fama que Sila decidió concederle un triunfo (una entrada solemne en Roma aclamado por el pueblo), pese a que no reunía los requisitos establecidos: no era un funcionario gubernamental y no tenía la edad suficiente.
A partir de este año Sila se dedicó a reformar las instituciones romanas. Debilitó a los equites, que le eran hostiles, retirándoles la recaudación de impuestos en Asia y el poder judicial, que devolvió a los senadores. Los tribunos perdieron el derecho de veto, el derecho de convocar al Senado y el derecho de iniciativa en materia legislativa, ya que sus proposiciones de plebiscitos no podían ser sometidas al pueblo sin la aprobación del Senado. También prohibió a los tribunos de la plebe acceder a las magistraturas. La composición del Senado pasó de 300 a 600 miembros, de los cuales 500 eran elegidos por Sila, si bien 300 de ellos debían pertenecer al orden ecuestre. Disminuyó la autoridad de los cónsules y separó la administración civil de la militar. Ahora los cónsules y los pretores eran gobernadores civiles, mientras que los procónsules y los propretores dirigían los ejércitos.
En materia jurídica clarificó el derecho penal, agravó las penas, reforzó las medidas represivas contra la inmoralidad y el lujo. Agilizó la justicia separando los tribunales criminales. También trató de apaciguar a las masas con medidas sociales: baja obligatoria de los precios, disminución de las deudas, llevó a cabo obras públicas en Italia y fundó colonias militares para 120.000 veteranos en las tierras incautadas a sus adversarios.
Sila se paseaba por la ciudad acompañado por veinticuatro lictores, como los antiguos reyes de Roma y protegido por una guardia de corps al estilo oriental. Llegó a acuñar monedas con su efigie, con lo que, a todos los efectos, se había convertido en rey de Roma.
Este mismo año murió Ptolomeo IX. Había recuperado Cirene para Egipto, territorio que Ptolomeo Apión había legado a los romanos pero del que Roma nunca llegó a tomar posesión. El rey murió sin descendencia, y el único miembro de la familia real que podía ocupar el trono legítimamente era un hijo de Ptolomeo X que se había educado en el Ponto, pero que ahora estaba en Roma. En 80 llegó a Egipto, donde fue reconocido como Ptolomeo XI y se casó con la reina Cleopatra Berenice, pero luego la mandó matar y los alejandrinos le mataron a él antes de que terminara el año. En su testamento legó Egipto a Roma.
Tras la muerte del rey Bocco I de Mauritania, el trono fue ocupado por su hijo Bocco II.


www.uv,es/ivorra/Historia/Indice.htm

Revisión textual y fotografía escogida: Alfonso Gil
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