Un dúo particular
El título hace referencia a Tchaikovsky y a Vladimir Ashkenazy. Era febrero de 1995 y el CD del mes salía con obras del "genio asequible", que diría Fontova, tal como su Quinta Sinfonía, dirigida por un pianista que había llegado al podio de los elegidos.
Peter Maag dirigía a "Don Giovanni" en Canarias.
La mezzo-soprano Brigitte Fassbaender cantaba en el teatro de la Zarzuela de Madrid.
Pau Monterde era director de escena de "Il Trovatore" de Verdi, en distintas poblaciones catalanas.
Sobre Tchaikovsky escribía Franco Sgrignoli, fijándose en su idea del destino, en los procedimientos operísticos y en los efectos escénicos. Por su parte, Claudio Casini, hablando del ruso genial, resaltaba su felicidad prohibida y la huida al sueño del arte, mientras resltaba el decadentismo europeo y la oposición en Rusia. William Weaver tomaba nota de los falsos mitos que provocaba Tchaikovsky, los tópicos, sus complejos y la modernidad de su música. Incluso el séptimo arte había quedado inspirado por la vida de este compositor único y universal.
Uno de los directores más grandes del momento, Pierre Boulez, había cumplido 70 años. Iba para matemático, pero llegó a ser uno de los pilares de la música del siglo XX.
La programación de un ciclo de conciertos de las sonatas de Beethoven daba pie a recorrer el emocionante camino de Maurizio Pollini, su intérprete pianístico del aquel momento. Afrontó el estudio e interpretación de las 32 sonatas beethovenianas.
Y se descubría la voz de Anna Caterina Antonacci, con sólo 23 años, de una intensidad dramática.
Alfonso Gil González
Ashkenazy tocando el Concierto Emperador, de Beethoven
Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, por Thomas Dausgaard