NO ME DEJES, SEÑOR
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No me dejes, Señor, en la ribera
de este caminar extravagante.
No me dejes, Señor, di “adelante”
como hicísteme ayer por vez primera.
No dejes que el alma se me muera
sin llevar una vida edificante.
Y, pues, esto lo pido suplicante,
tu abrazo olvidará lo que yo fuera.
Oh deseo de Ti, jamás saciado,
agua viva que mana en mi desierto,
calma, al fin, este ansia dislocada.
Mira que mi alma, enamorada,
no quiere que su cuerpo quede yerto
sin haberse contigo desposado.
Alfonso Gil González
Cehegín, enero 2008