JESÚS DE NAZARET
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La
vieja religión romana, como en su día le había ocurrido a la griega, estaba
prácticamente muerta. En sus inicios, tomada en gran parte de los etruscos,
había sido una religión de agricultores, con ritos sencillos destinados a
garantizar buenas cosechas y, más en general, a adivinar el futuro para elegir
los mejores momentos para cada acción, lo que después adquiriría gran
importancia en las cuestiones militares. Después se fundió con la religión
griega, lo que le dio una mayor riqueza, atractivo y valor literario, pero no
más credibilidad. En tiempos del Imperio eran pocos los romanos para los que
Júpiter, Marte, Venus, etc. significaban realmente algo, si bien esto no era
óbice para que el escrupuloso cumplimiento de los ritos y el respeto hacia los
dioses diera buena imagen y fuera considerado signo de honorabilidad. Esta
circunstancia le permitió sobrevivir formalmente, pese a su agonía interna. Además,
con la muerte de Augusto se instituyó definitivamente el Culto Imperial, por el
que los emperadores recibían honores divinos en vida y eran considerados dioses
de pleno derecho tras su muerte. El Culto Imperial fue uno de los soportes de
la autoridad del emperador. Por ejemplo, los soldados romanos, en su juramento
de lealtad, tenían que reconocer la naturaleza divina del emperador, de modo
que cualquier intento de rebelión podía desatar la venganza de los dioses, una
posibilidad capaz de inquietar a muchos legionarios rudos, pero supersticiosos.
De este modo, el fomento del Culto Imperial iba acompañado necesariamente de un
estímulo de las creencias religiosas tradicionales, pues una manifestación
pública de ateísmo, o simplemente de falta de devoción, podría confundirse
fácilmente con un desacato al mismo emperador.
Augusto
trató en vano de conseguir que los romanos creyeran sinceramente en sus dioses,
al tiempo que trató de desalentar los cultos extranjeros. Sin embargo, bajo
Tiberio éstos últimos volvieron al primer plano, si es que habían dejado de
estarlo alguna vez. Las religiones orientales resultaban más atractivas en
muchos aspectos. El culto a las diosas Démeter, Cibeles e Isis eran
particularmente gratos a las mujeres, pues se las consideraba diosas amorosas y
compasivas. La diosa Isis se asociaba especialmente con el amor maternal hacia
su hijo Horus. Para los hombres con ideales más viriles estaba Mitra, el dios persa del Sol, al que se le
representaba como un hombre joven apuñalando a un toro. Era un guerrero invicto
que no envejecía ni perdía vigor. Su culto, con un fondo de mazdeísmo, se
convirtió en una religión de soldados, del que las mujeres estaban excluidas.
También estaba Serapis, la versión grecolatina de Apis, el
toro sagrado egipcio encarnación de Osiris. (Serapis es una deformación de
Osiris-Apis). Éstas eran religiones para gentes sencillas. Los más refinados
tenían a su disposición las religiones mistéricas griegas, que, envueltas en su
aureola esotérica, habían conservado su vigor pese al declive de Grecia. La más
famosa era la de los misterios eleusinos. Todas estas religiones tenían un
punto en común que las diferenciaba de las creencias tradicionales de griegos y
romanos: los dioses "usuales" podían proporcionar protección o buenas
cosechas, pero apenas se interesaban por el individuo. Por el contrario, cada
cual a su manera, de un modo u otro, las creencias que acabamos de mencionar
involucraban alguna forma de salvación tras la muerte, de contacto con lo
divino, de consuelo ante las adversidades y, en definitiva, todas daban un
sentido a la vida.
Una
alternativa a la religión para dar sentido a la vida era la filosofía. Platón y
Aristóteles eran demasiado intelectuales para alcanzar mucha popularidad, pero,
por el contrario, la filosofía epicúrea (que, muy resumidamente, propugnaba la
búsqueda del placer dentro de la moderación) tuvo incontables seguidores entre
los griegos cultos y no tardó en contagiar a los romanos. Tanto fue así que
"epicúreo" se convirtió casi en sinónimo de griego. En Judea, donde
la cultura griega ejercía gran influencia desde la época del dominio seléucida,
los judíos conversos eran llamados epicúreos, y aún hoy se les conoce como "apikoros". Otra escuela filosófica en boga
(bastante menos popular, pero más admirada), fue el estoicismo, la vieja
doctrina fundada por Zenón de Citio unos trescientos cincuenta años atrás, que
propugnaba el autodominio y la indiferencia ante el placer y el dolor.
Sin
embargo, el mayor fenómeno religioso de la época estaba a punto de hacer su
aparición en Judea o, más precisamente, al norte, en Galilea. Judea era sin
duda la zona del Imperio donde se registraban más tensiones, precisamente por
motivos religiosos. En 26 Tiberio consideró finalmente que podía
confiar a Sejano el gobierno del Imperio y se retiró a la isla de Capri, en la bahía de Nápoles. Los
historiadores romanos contaron que allí se dio a toda clase de orgías, pero es
difícil creerlo si tenemos en cuenta que el emperador contaba ya con sesenta y
ocho años, que toda su vida había estado marcada por la austeridad y que no era
la primera vez que los muchos senadores que habían visto menguadas sus
prerrogativas trataban de difamarlo. Ese mismo año Sejano nombro procurador de
Judea a uno de sus protegidos: Poncio
Pilato. Fue el sexto
procurador romano en la región desde que Augusto depusiera a Arquelao.
Mientras
tanto Galilea seguía gobernada por Herodes Antipas, que se las arreglaba para
contener el desagrado que los judíos mostraban ante un rey de origen idumeo.
Uno de sus críticos más severos fue un predicador llamado Juan el Bautista. Vivía al este del Jordán y allí
instaba a los judíos a retomar su fe con nuevas fuerzas, arrepintiéndose de sus
pecados pasados. Como símbolo de este arrepentimiento Juan "lavaba"
los pecados de sus seguidores mediante una ablución en las aguas del Jordán.
"Bautista" significa en griego "que sumerge en el agua".
Su más
famoso discípulo se llamaba Joshua (Yahveh salva) pero es más conocido
por la versión latina de su nombre: Jesús
de Nazaret. (Nazaret, sin duda su lugar de nacimiento, era
una ciudad de Galilea.) Fue uno de los muchos a los que algunos judíos tomaron
por el Mesías, con la diferencia de que la historia ha hecho que hoy en día
medio mundo siga creyéndolo. En un momento dado, Jesús dejó a su maestro y se
retiró al desierto por un tiempo, tras lo cual, en 28, empezó a predicar su propia doctrina. El
rey nabateo (padre de la esposa que Herodes había repudiado para casarse con
Herodías) había declarado la guerra a Herodes. La cosa había quedado en nada
gracias al poderío romano, pero Herodes se sintió humillado. Juan el Bautista
intensificó sus acusaciones de incesto hacia Herodes (por haberse casado con su
sobrina Herodías), y sus palabras fueron especialmente ofensivas para con la
reina. En parte por esto y en parte porque Herodes acusó al Bautista de estar
pagado por el rey nabateo, el predicador fue encarcelado ese mismo año y
ejecutado un tiempo después, a instancias de Herodías.
Volviendo
a Jesús, hay que decir que las fuentes históricas sobre su vida son
problemáticas. Las principales son los cuatro evangelios que forman parte de la
Biblia, textos basados en una tradición que fue transmitida oralmente durante
casi cuarenta años. Estos textos contienen mucho material ficticio destinado a
"demostrar" que Jesús era realmente el Mesías. Aquí hemos de incluir
en particular todos los datos sobre su vida anterior a su carrera como
predicador, en especial las circunstancias de su nacimiento. Así, por ejemplo,
el evangelio según san Mateo empieza con una supuesta genealogía de Jesús que
lo remonta al mismo rey David (pues el Mesías debía ser un descendiente de
David). También explica que, pese a que los padres de Jesús vivían en Nazaret,
el nacimiento tuvo lugar en Belén (al sur de Jerusalén), que era precisamente
el lugar de nacimiento del rey David:
Por aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto mandando
empadronar a todo el mundo. Éste fue el primer empadronamiento hecho por
Cirino, (que después sería) gobernador de Siria. Y todos
iban a empadronarse, cada cual a la ciudad de su estirpe. José, pues, como era
de la casa y familia de David, vino desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la
ciudad de David, llamada Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa
María, la cual estaba encinta. Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora
del parto. (Lc II, 1-6)
El
relato también pretende (Mt II) que unos magos (o sea, sacerdotes persas)
preguntaran al rey Herodes por el Rey de los Judíos, cuyo nacimiento les había
sido anunciado por una estrella. Herodes entonces, pensando que su trono
peligraba, ordenó matar a todos los niños de menos de dos años nacidos en
Belén. Así fue como la fama de infanticida que tenía Herodes por haber matado a
algunos de sus hijos se multiplicó desaforadamente.
Irónicamente,
este celo por justificar que Jesús cumplía todos los requisitos para ser el
Mesías delata la adulteración de las fuentes, pues también se justificó lo que
nunca debió justificarse: Según los evangelios, la madre de Jesús (llamada Miriam, o María en su forma latina) fue siempre
virgen, lo que ratificaba así una profecía que en realidad no era tal, sino tan
sólo un error de traducción cometido por los redactores griegos de la Biblia de los
Setenta.
Los
evangelios están saturados de pasajes tan poco fidedignos como éstos. Por
ejemplo, a Jesús se le atribuyen numerosos milagros, pero la mayoría de ellos
son "remakes" de milagros anteriores, principalmente
de Elías y Eliseo:
Vino a la sazón un hombre de
Baalsalisa que traía para el varón de Dios panes de primicias, veinte panes
de cebada y trigo nuevo en su alforja. Y dijo Eliseo: Dáselo a la gente para
que coma. A lo que respondió el criado: ¿Qué es todo eso para ponerlo delante
de cien personas? Replicó Eliseo nuevamente: Dáselo a la gente para que coma;
porque esto dice el Señor: Comerán y sobrará. Finalmente lo puso delante de
la gente, y comieron todos, y sobró, según la palabra del Señor. (Re II, 42-44)
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Al caer la tarde, sus
discípulos se llegaron a él diciendo: El lugar es desierto y la hora es ya
pasada. Despacha a esas gentes para que vayan a las poblaciones a comprar que
comer. Pero Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse: dadles vosotros de
comer. A lo que respondieron: No tenemos aquí más de cinco panes y dos peces.
Díjoles él: Traédmelos acá. Y habiendo mandado sentar a todos sobre la
hierba, tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo
los bendijo, y los partió, y dio los panes a los discípulos, y los discípulos
los dieron a la gente. Y todos comieron, y se saciaron, y de lo que sobró se
recogieron doce canastos llenos de pedazos. El número de los que comieron fue
de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. (Mt XIV, 15-21)
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Sin
embargo, esto no significa que Jesús no tuviera en vida fama de hacer milagros.
Aquí conviene hacer una reflexión general: los evangelios contienen tantos
pasajes fantasiosos que algunos historiadores han recelado de su valor
documental, llegando incluso a dudar de la existencia misma de Jesús. Sin
embargo, sucede que los propios evangelios aportan uno de los argumentos más
convincentes en favor de su trasfondo histórico. Aunque los evangelistas no
dudaron en añadir cuantos pasajes juzgaron necesarios
para presentar la imagen de Jesús tal y como fue concebida tras su muerte por
sus seguidores, sin embargo, no se atrevieron a eliminar algunos pasajes que contradecían dicha
imagen. La única explicación para la presencia de estos pasajes
"embarazosos", para los que posteriormente hubo que encontrar
delicadas justificaciones, es que realmente existió un Jesús histórico que no
era exactamente lo que luego se dijo que era, y ello quedó reflejado en varias
tradiciones tan firmemente arraigadas que sus discípulos no pudieron negarlas,
y lo máximo que pudieron hacer fue disimularlas entre otras ficciones acordes
con la imagen de Jesús que pretendían transmitir. Ya hemos visto algún ejemplo
débil de este fenómeno: si Jesús no hubiera existido, se habría criado sin duda
en Belén, y no en Nazaret, de modo que no habría hecho falta recurrir a un
empadronamiento para que su nacimiento se hubiera producido en Belén.
Otro
ejemplo, del que podemos deducir que, en efecto, Jesús tuvo fama de sanador y
taumaturgo, es que los evangelios reconocen que cuando trató de predicar en
Nazaret, donde le conocían de niño, apenas fue tomado en serio:
¿No es éste aquel artesano, hijo de María, hermano de Santiago, y
de José, y de Judas, y de Simón?, ¿y sus hermanas no moran aquí entre nosotros?
Y estaban escandalizados de él. Mas Jesús les decía: Cierto que ningún profeta
está sin honor sino en su patria, en su casa y en su parentela. Por lo cual no
podía obrar milagro alguno; curó solamente algunos pocos enfermos,
imponiéndoles las manos. (Mc. VI, 3-5)
(La
interpretación oficial dice que los "hermanos" de Jesús citados aquí
eran en realidad "primos hermanos", pues pretender que María tuvo
otros hijos sin dejar de ser virgen era ya excesivo.) En aquellos tiempos, al
igual que hoy en día, un curandero no podía "curar" a los escépticos.
Más en general, Jesús se muestra incapaz de hacer milagros siempre que le son
requeridos como prueba de su calidad de profeta. Si Jesús no hubiera existido,
habría protagonizado numerosos pasajes como éste, más propios de la tradición
judía:
De nuevo dijo Elías al pueblo: He quedado yo solo de los profetas
del Señor; cuando los profetas de Baal son en número de cuatrocientas cincuenta
personas. Se nos den dos bueyes, de los cuales escojan ellos uno y, haciéndolo
pedazos, pónganlo sobre la leña, sin aplicarle fuego, que yo sacrificaré el
otro buey, lo pondré sobre la leña y tampoco le aplicaré fuego. Invocad
vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de mi Señor; y
aquel dios que mostrare oír enviando el fuego, ése sea tenido por el verdadero
Dios. Respondió todo el pueblo a una voz, diciendo: Excelente proposición. [Los profetas intentan el milagro
infructuosamente ante las mofas de Elías, en cambio Elías dispuso su altar,
incluso hizo mojar la leña, e invocó a Yahveh:] Óyeme, oh Señor, escúchame a fin de
que sepa este pueblo que tú eres el Señor Dios, y que tú has convertido de
nuevo sus corazones. De repente bajó fuego del cielo, y devoró el holocausto, y
la leña, y las piedras, y aun el polvo, consumiendo el agua que había en la
reguera. Visto lo cual por el pueblo, se postraron todos sobre sus rostros,
diciendo: El Señor es el Dios, el Señor es el Dios. Entonces les dijo Elías:
Prended a los profetas de Baal, y que no se escape ninguno de ellos. Presos que
fueron, los mandó llevar Elías al arroyo de Cisón, y allí les hizo quitar la
vida. (1 Re XVIII, 22-40)
Jesús
eligió doce discípulos, que fueron sus principales seguidores. Sus nombres eran Simón, Juan, Santiago el Mayor, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé,
Mateo, Santiago el Menor, Simón el Zelote, Judas Tadeo y Judas Iscariote. De entre ellos Simón fue el más allegado a Jesús. Éste le
puso el sobrenombre de Cefas, "piedra" o "roca", al parecer como
símbolo de que iba a ser su principal apoyo o fundamento. La palabra
"cefas" es masculina en arameo, pero femenina en latín (petra), de modo que el nuevo
nombre de Simón pasó a ser Petrus en latín, es decir, Pedro. Respecto al último discípulo, el apelativo
"Iscariote", añadido probablemente para distinguirlo del otro Judas,
no significa nada en Arameo ni en Hebreo, pero parece ser una deformación de
"Sicario". Jesús tuvo la prudencia de no meterse con Herodes, al
contrario que Juan el Bautista, así es que pudo predicar en paz y poco a poco
fue ganándose la confianza y la admiración de muchos galileos. En ello debió de
influir, sin duda, su gran personalidad, pero no menos la doctrina que
predicaba. Es probable que una muestra representativa de ella sea el sermón de
la montaña:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la
tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia. Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos
verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos
de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia [por ser justos], porque de ellos es el Reino de los
Cielos. [...]
No
penséis que yo he venido a destruir la Ley ni los profetas. No he venido a
destruirla, sino a darle cumplimiento. Que con toda verdad os digo que antes
faltarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse perfectamente cuanto
contiene la Ley, hasta un solo ápice de ella. Y así, el que violare uno de
estos mandamientos, por mínimos que parezcan, y enseñare a los hombres a hacer
lo mismo, será tenido por el más pequeño en el Reino de los Cielos; pero el que
los guardare y enseñare, ese será tenido por grande en el Reino de los Cielos.
Porque
yo os digo, que si vuestra justicia no es más plena y mayor que la de los
escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. Habéis oído que se
dijo a vuestros mayores: no matarás, y que quien matare, será condenado a
muerte en juicio. Yo os digo más: quien quiera que tome ojeriza con su hermano,
merecerá que el juez le condene. [...] Por
tanto, si al tiempo de presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu
hermano tiene alguna queja contra ti, deja allí mismo tu ofrenda delante del
altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y después volverás a
presentar tu ofrenda. [...] Habéis oído que se dijo a vuestros
mayores: no cometerás adulterio. Yo os digo más: cualquiera que mirare a una
mujer con mal deseo, ya adulteró en su corazón. Que si tu ojo derecho es para
ti una ocasión de pecar, sácalo y arrójalo fuera de ti; pues mejor te está el
perder uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. [...] También habéis oído que se dijo a
vuestros mayores: No jurarás en falso, antes bien cumplirás los juramentos
hechos al Señor. Yo os digo más: que de ningún modo juréis, ni por el cielo, pues
es el trono de Dios, ni por la tierra, pues es la peana de sus pies, ni por
Jerusalén, pues es la ciudad del gran rey, ni tampoco juraréis por vuestra
cabeza, pues no está en vuestra mano el hacer blanco o negro un solo cabello. [...] Habéis oído que se dijo: ojo por
ojo y diente por diente. Yo empero os digo que no hagáis resistencia al
agravio; antes si alguno te hiriere en la mejilla derecha, vuélvele también la
otra, y al que quiere armarte pleito para quitarte la túnica, alárgale también
la capa, y a quien te forzare a andar cargado mil pasos, acompáñale otros dos
mil. Al que te pide, dale, y no tuerzas el rostro al que pretende de ti algún
préstamo. Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu
enemigo. Yo os digo más: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
aborrecen, y orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de
vuestro Padre Celestial, el cual hace nacer su sol sobre buenos y malos, y
llover sobre justos y pecadores. Que si no amáis sino a los que os aman, ¿qué
premio habéis de tener?, ¿no lo hacen así aun los publicanos? Y si no saludáis
sino a vuestros hermanos, ¿qué tiene eso de particular?, ¿por ventura no hacen
también esto los paganos? Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre
Celestial es perfecto.
Guardaos
bien de hacer vuestras obras buenas en presencia de los hombres con el fin de
que os vean; de otra manera no recibiréis su galardón de vuestro Padre, que
está en los cielos. Y así, cuando das limosna, no quieras publicarla a son de
trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas, y en las calles o plazas,
a fin de ser honrados de los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su
recompensa. Mas tú cuando des limosna, haz que tu mano izquierda no perciba lo
que hace tu derecha, para que tu limosna quede oculta, y tu Padre, que ve lo
oculto, te recompensará. [...]
No
amontonéis tesoros en la tierra, donde el orín y la polilla los consumen, y
donde los ladrones los desentierran y roban. Atesorad más bien para vuestros
tesoros en el Cielo, donde no hay orín ni polilla que los consuma, ni tampoco
ladrones que los desentierren y roben. [...] Ninguno
puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro o,
si se sujeta al primero, mirará con desdén al segundo. No podéis servir a Dios
y a las riquezas. En razón de esto os digo: no os acongojéis por el cuidado de
hallar qué comer para sustentar vuestra vida, o de dónde sacaréis vestidos para
cubrir vuestro cuerpo. ¿Que no vale más la vida que el alimento y el cuerpo que
el vestido? Mirad las aves del cielo, cómo no siembran, ni siegan, ni tienen
graneros; y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿Pues no valéis vosotros
mucho más, sin comparación, que ellas? [...] Y acerca del vestido, ¿a qué
propósito inquietaros? Contemplad los lirios del campo, cómo crecen y florecen.
Ellos no labran, ni tampoco hilan. Sin embargo, yo os digo que ni Salomón en
medio de toda su gloria se vistió como uno de estos lirios. Pues si una hierba
del campo, que hoy está y mañana se echa en el horno, Dios así la viste,
¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Así que no vayáis diciendo
acongojados ¿dónde hallaremos qué comer y beber? ¿Dónde hallaremos con
qué vestirnos?, como hacen los paganos, los cuales andan ansiosos tras todas
estas cosas, que bien sabe vuestro Padre la necesidad que de ellas tenéis. Así
que buscad primero el Reino de Dios y su justicia, que todo lo demás se os dará
por añadidura. No andéis, pues, acongojados por el día de mañana, que el día de
mañana harto cuidado traerá por sí; bástale a cada día su propio afán. [...] (Mt V-VI)
Así
pues, el núcleo de la predicación de Jesús era la inminente llegada del Reino
de los Cielos, que era concebida según la tradición farisea de origen persa
sobre el Juicio Final, en el que los muertos resucitarían y un enviado de Dios,
identificado con el Mesías, juzgaría a vivos y muertos:
... Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre, a
cuya vista todos los pueblos de la Tierra prorrumpirán en llantos; y verán al
Hijo del Hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. [...] Os
aseguro que no se acabará esta generación hasta que suceda todo esto. (Mt. XXIV, 30-34)
La
misión de Jesús era prevenir a los judíos para que, llegado ese día, fuesen
dignos de la salvación. Para ello los conmina a respetar el espíritu de la ley
mosaica y no sólo su forma, como hacen los fariseos. Aquí hay que entender que
Jesús era fariseo en cuanto a sus creencias, pero él usa el término en el
sentido en que hoy diríamos "puritanos" o "beatos". Al
igual que logró la admiración de las gentes humildes a las que ofrecía
consuelo, no tardó en ganarse la hostilidad de los judíos
"respetables" a los que ponía en evidencia:
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, porque sois
semejantes a los sepulcros blanqueados, los cuales por fuera parecen hermosos a
los hombres, mas por dentro están llenos de huesos de muertos, y de todo género
de podredumbre. (Mt. XXIII, 27)
La
doctrina de regeneración moral que propone Jesús sigue la línea de los antiguos
profetas, pero va mucho más allá en exigencia. De hecho propugna una actitud
similar a la de los filósofos cínicos: renunciar a toda posesión y vivir de la
naturaleza ejercitándose en la virtud. No es imprescindible, pero sí
conveniente:
Acercósele entonces un hombre joven que le dijo: Buen maestro,
¿qué buenas obras debo hacer para conseguir la vida eterna? El cual respondió:
¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Por lo demás, si quieres entrar
en la vida eterna, guarda los mandamientos. Le dijo él: ¿qué mandamientos?
Respondió Jesús: No matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no levantarás
falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre y ama a tu prójimo como a ti
mismo. Le dice el joven: Todos esos los he guardado desde mi juventud, ¿qué más
me falta? Le respondió Jesús: Si quieres ser perfecto anda, vende cuanto tienes
y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Ven después y sígueme.
Habiendo oído el joven estas palabras, se retiró entristecido, y era que tenía
muchas posesiones. Jesús dijo entonces a sus discípulos: En verdad os digo que
difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. (Mt. XIX, 16-23)
Los
seguidores de Jesús pretendieron que su mensaje de salvación iba destinado a
toda la humanidad, pero uno de los pasajes más "molestos" de los
evangelios lo desmiente:
Cuando he aquí que una mujer cananea venida de aquel territorio
empezó a dar voces, diciendo: Señor, hijo de David, ten lástima de mí. Mi hija
es cruelmente atormentada del demonio. Jesús no le respondió palabra. Y sus
discípulos, acercándose, intercedían diciéndole: Concédele lo que pide a fin de
que se vaya, porque viene gritando tras nosotros. A lo que Jesús, respondiendo,
dijo: Yo no soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. No
obstante ella se llegó y lo adoró diciendo: Señor, socórreme. El cual le dio
por respuesta: No es justo tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros.
Mas ella dijo: Es verdad, Señor, pero los cachorros comen de las migajas que
caen de la mesa de sus amos. Entonces Jesús, respondiendo, le dice ¡Oh mujer,
grande es tu fe! Hágase conforme tú lo deseas. Y en la misma hora su hija quedó
curada. (Mt. XV, 22-28)
"Perros"
era una expresión habitual que los judíos usaban para referirse a los gentiles
(los no judíos). Así pues, Jesús tenía por "perros" a los gentiles y
declara abiertamente que no ha sido enviado para ellos. Es cierto que termina
atendiendo a la cananea, pero lo hace sorprendido y como una excepción. Los
discípulos tampoco encuentran mejor motivo para atenderla que lograr que se
vaya de una vez. Tal y como hemos comentado antes, si algo de los evangelios es
auténtico, este pasaje tiene que serlo, porque si no, no estaría ahí. Es
razonable inferir entonces que toda la doctrina de mansedumbre y de amar a los
enemigos se refería a las relaciones de los judíos con los judíos (sin duda,
Jesús no amaba a los cananeos).
En
este pasaje, la cananea llama a Jesús hijo de David. Así pues, lo reconoce como
el Mesías, al igual que hizo mucha gente. En los evangelios, Jesús afirma una y
otra vez que es el Mesías, pero es poco creíble que hiciera tales
declaraciones. Es muy probable que se tuviera realmente por un enviado de Dios,
e incluso que anunciara la inminente llegada del Mesías, pero el Mesías del que
él mismo hablaba era un juez poderoso que iba a ensalzar a los justos y
condenar a los pecadores, exactamente como los judíos esperaban que fuera, y,
ciertamente, un débil predicador no estaba a la altura del papel. Más tarde,
sus seguidores afirmaron que Jesús era el Mesías en otro sentido, pero Jesús nunca trató de explicar que
la concepción judía del Mesías fuera errónea. Más bien la confirmó. Un
argumento de más peso es que si, con el revuelo que suscitaba, se hubiera
declarado el Mesías, rey de los judíos, ya habría sido prendido y ejecutado
mucho tiempo antes, acusado de traición.
En
efecto, los sacerdotes judíos estaban buscando desesperadamente motivos para
arrestar a Jesús. La situación en Jerusalén era tensa. Pilato había tomado
posesión de su cargo con arrogancia y había introducido tropas romanas en la
capital. Las tropas llevaban imágenes de Tiberio, y los judíos consideraron la
presencia de tales imágenes como idolatría. Ello ocasionó revueltas, hasta el
punto de que Pilato fue finalmente convencido para eliminar las imágenes. No
obstante los sacerdotes sabían que Pilato estaba ansioso por tener una excusa
para actuar, y no querían dársela. Un brote de mesianismo era lo último que
deseaban en ese momento, pero los únicos cargos que podían presentar contra
Jesús eran no lavarse las manos antes de comer, no respetar el ayuno, y cosas
parecidas. Nada que pudiera preocupar a Pilato. Que la gente lo tuviera por el
Mesías no era suficiente si él mismo no lo reconocía. Los evangelios recogen un
intento de acusar a Jesús de un delito grave:
Entre tanto, los fariseos se retiraron para tratar entre sí cómo
podrían sorprenderle en lo que hablase. Y le enviaron sus discípulos con
algunos herodianos, que le dijeron: Maestro, sabemos que eres veraz, y que
enseñas el camino de Dios conforme a la pura verdad, sin respeto a nadie,
porque no miras la calidad de las personas. Esto supuesto, dinos qué te parece
de esto: ¿es o no es lícito pagar tributo a César? A lo cual, Jesús, conociendo
su malicia, respondió: ¿por qué me tentáis, hipócritas? Enseñadme la moneda con
que se paga el tributo. Y ellos le mostraron un denario. ¿De quién es esta
imagen y esta inscripción? Le respondieron: De César. Entonces les replicó:
Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Con cuya
respuesta quedaron admirados y, dejándole, se fueron. (Mt. XXII, 15-22)
No es
razonable pensar que los fariseos estuvieran dando palos de ciego. Todo el
preámbulo estaba dispuesto para poner en evidencia a Jesús si se desdecía
públicamente de lo que, con gran probabilidad, había afirmado en otras
ocasiones en ausencia de testigos fiables que los fariseos pudieran emplear en
su contra. Así lo reconoce Jesús en su respuesta: si realmente considerara
correcto pagar tributos a Roma, la pregunta no habría sido una tentación. Pero
Jesús hizo gala de una astucia viperina, y logró que su respuesta pudiera
entenderse bien como que le parecía correcto pagar los impuestos, bien como que
no reconocía la legitimidad del dinero romano.
Finalmente
Jesús cometió un error. Se decidió a entrar en Jerusalén, y allí su fama le
precedía: la multitud lo aclamó como el Mesías. El suceso fue lo
suficientemente destacado como para que los sacerdotes se atrevieran a
prenderlo y llevarlo a Pilato acusado de erigirse en Mesías, rey de los judíos
y traidor a Roma. El castigo que correspondía a tal delito era la crucifixión,
y así la solicitaron los sacerdotes. Al parecer, se encontraron algunos
testigos falsos que declararon contra él. Los evangelios dicen que Jesús reconoció
ser el Mesías ante Pilato, pero, una vez más, esto no es plausible, pues en tal
caso habría sido condenado sin más trámite, mientras que la narración bíblica
afirma que Pilato no consideró razonable tal castigo, y en su lugar lo hizo
azotar y lo presentó al pueblo sugiriendo su indulto. En efecto, era costumbre
que el procurador indultara a un preso cada año por la festividad de la Pascua,
a petición del pueblo. Es probable que Pilato mandara azotar a Jesús para
presentarlo en un estado lastimoso y lograr así que el pueblo se apiadase de
él, pero el efecto fue el contrario: los judíos que unos días antes habían
recibido eufóricos a Jesús como el Mesías se sintieron defraudados ante un
Mesías que, en vez de acabar con todos sus problemas, se dejaba capturar por
los romanos y reducir a tan lamentable estado. La conclusión obvia fue que ése
no era el Mesías, sino un estafador que les había engañado, por lo que
insistieron en que fuera crucificado ante el sorprendido Pilato. Así sucedió.
Jesús fue crucificado al día siguiente, que según los evangelios era el viernes 7 de abril de 30, el año en que la festividad de la Pascua
cayó en jueves. Nadie podía imaginar entonces las consecuencias que iba a tener
esta crucifixión.
Revisión textual y foto selecta: Alfonso Gil