Los vicios malvados
Evagrio Póntico era un monje que vivió entre el 345 y el 399. Su fama de santidad, de ciencia y oratoria era enorme. A él se debe, entre otras cosas, el tratado "sobre los ocho vicios malvados, que, como veréis, amplían en una interesante explicación. En el catecismo católico romano se llaman los "siete pecados capitales". Pero como la verdad sólo tiene un camino, ahí os esquematizo el pensamiento de este "monje del desierto", cuya doctrina es tan actual después de 17 siglos.
- Quien domina el propio estómago hace disminuir las pasiones. Un vientre indigente prepara para una oración vigilante. La nube esconde los rayos del sol, y la digestión pesada ofusca la mente. Como el fango no puede emanar fragancia, tampoco en el que tiene GULA sentimos el suave perfume de la contemplación. Su alma enumera el recuerdo de los mártires, mientras que la del temperante imita su ejemplo.
- El frecuentar mujeres atiza la llamarada del placer. Mirar a una mujer es como un dardo venenoso, hiere al alma, nos inocula el veneno y, cuanto más perdura, tanto más arraiga la infección. Evita la intimidad con las mujeres si deseas ser sabio, y nos les des la libertad de hablarte ni confianza. No te dejes engañar ni siquiera de aquellas que se sirven de discursos discretos. Acércate al fuego ardiente antes que a una mujer joven. Una columna se apoya en una base, y la pasión de la LUJURIA tiene sus cimientos en la saciedad. El alma del sabio busca la soledad. Un semblante embellecido de mujer hunde más que un oleaje marino. La vista de las mujeres excita al intemperante. Cuando el recuerdo de la mujer te empuja a verla, entonces considérate fuera de la virtud. Una insistente fantasía de mujeres destruye la sabiduría adquirida. El recuerdo de la mujer, persistiendo, enciende el deseo.
- La AVARICIA es la raíz de todos los males. Quien desee hacer retroceder a las pasiones, que extirpe la raíz. El mar jamás se llena del todo a pesar de recibir la gran masa de agua de los ríos; de la misma manera el deseo de riquezas del avaro jamás se sacia.
- La IRA es una pasión furiosa que con frecuencia hace perder el juicio a quienes tienen el conocimiento, embrutece al alma y degrada todo el conjunto humano. El agua se mueve por la violencia de los vientos, y el iracundo se agita por los pensamientos alocados. La mansedumbre del hombre es recordada por Dios y el alma apacible se convierte en templo del Espíritu Santo. Cristo reclina su cabeza sobre los espíritus mansos, y sólo la mente pacífica se convierte en morada de la Santa Trinidad.
- La TRISTEZA es una abatimiento del alma y se forma de los pensamientos de la ira. El deseo de venganza, en efecto, es propio de la ira y el fracaso de la venganza genera la tristeza. El triste no conoce la alegría espiritual. Tener los pies amarrados es un impedimento para carrera: así la tristeza es un obstáculo para la contemplación. Quien vence el deseo vence las pasiones, y el vencedor de las pasiones no será sometido por la tristeza. La presencia de una pasión se demuestra por la tristeza. Aquel que ama al mundo se verá muy afligido, mientras que aquellos que desprecian lo que hay en él serán alegrados por siempre. La continua fusión empobrece el plomo y la tristeza por las cosas del mundo disminuye el intelecto. Dulce es para todos los hombres la salida del sol, pero incluso de esto se desagrada el alma triste. Aquel que desprecia los placeres del mundo no se verá turbado por los malos pensamientos de la tristeza.
- La ACEDIA es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la naturaleza ni se enfrenta noblemente a la tentación. Las tentaciones consolidan la firmeza del alma. La acedia no doblega al alma bien apuntalada. Cuando lee, el acedioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el sueño, se restriega los ojos, se estira y, quitando la mirada del libro, la fija en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la palabra se fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos, desprecia las letras y los ornamentos y, finalmente, cerrando el libro, lo pone debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego el hambre le despierta el alma con sus preocupaciones.
- La VANAGLORIA es una pasión irracional que fácilmente se enreda con todas las obras virtuosas. El vanaglorioso es un trabajador sin salario: se esfuerza en el trabajo pero no recibe ninguna paga. La continencia del vanaglorioso es como el humo del camino: ambos se difuminan en el aire. La piedra lanzada arriba no llega al cielo, y la oración de quien desea complacer a los hombres no llega hasta Dios. La vanagloria es un escollo sumergido: si chocas con ella corres el riesgo de perder la carga. La vanagloria aconseja rezar en las plazas, mientras que el que la combate reza en su pequeña habitación. La virtud del vanaglorioso es un sacrifico agotado que no se ofrece en el altar de Dios. La gloria humana habita en la tierra y en la tierra se extingue su fama.
- La SOBERBIA es un tumor del alma lleno de pus. Si madura, explotará, emanando un horrible hedor. La presencia de la vanagloria anuncia la soberbia. El alma del soberbio alcanza grandes alturas y desde allí cae al abismo. No entregues tu alma a la soberbia y no tendrás fantasías terribles. Aquel que se opone a Dios rechazando su ayuda, se ve después asustado por vulgares fantasmas. No desprecies al humilde: efectivamente, él está más seguro que tú. El soberbio es como un árbol sin raíces que no soporta el ímpetu del viento. Un soplo revuelve la pelusa y el insulto lleva al soberbio a la locura. Dios se dobla ante la oración del humilde y se exaspera con la súplica del soberbio. Aquel que cae al pavimento rápidamente se reincorpora, pero quien se precipita de grandes alturas corre riesgo de muerte.
Alfonso Gil González
Alfonso Gil González