La especie humana
Me cuestionaba, hace años, cómo hablar del hombre en general a sabiendas de las enormes diferencias de raza, de cultura, de épocas; aspectos todos ellos a tener en cuenta si queremos hablar del hombre real y no de una simple abstracción de lo humano. Claro que, a pesar de todas las diferencias, descubrimos en todos los hombres un algo que los hace ser, precisamente, hombres. Y de eso quiero tratar, si ustedes me lo permiten.
Las teorías evolucionistas presentan como evidente que el universo no es algo estático, sino en continuo cambio o transformación. Esto ya ha sido aceptado como científicamente cierto y demostrado. Por otra parte, ha tiempo que los filósofos mantenían la convicción de que era posible la generación espontánea, o sea, que la materia inorgánica tenía capacidad de producir, per se, seres vivos. Pero esta idea ha sido rebatida permanentemente. Por su parte, la teoría mecanicista sostiene que la naturaleza es como una enorme máquina cuya actuación se explica por modelos físicos y matemáticos. Algunos, tras la insatisfacción de las teorías anteriores, abogaron por el “principio vital” o alma como factor explicativo de los fenómenos de la vida. Otros, entre los siglos XVII y XIX, creyeron demostrar que todo ser vivo sólo podía proceder de otro ser vivo preexistente. Hubo que esperar al siglo XX para que la bioquímica pudiera constatar la visión evolutiva dentro de un proceso unitario y gradual de todos los seres.
Es de toda evidencia que, en los períodos de transformación que sufrió la tierra, se fue llevando a cabo un desarrollo de los diferentes grupos de organismos hacia una mayor complejidad. Y es, a esa luz, como se deduce que la aparición del hombre supone la última fase de ese proceso histórico de la tierra. El problema surge en determinar cuándo acontece ese momento. Los paleontólogos descubren que, tras un larguísimo proceso de hominización, aparece el “homo habilis” y, sucesivamente, el “homo erectus” y el “homo sapiens”. Es este homo sapiens el que logra la supervivencia de la especie humana, no por su capacidad genética, solamente, sino por la educación en el seno del grupo, es decir, por su evolución cultural, pues con ella la humanidad alcanza un dominio, cada vez mayor, de los recursos de la naturaleza.
Todos los hombres actuales pertenecemos a esa única especie del “homo sapiens”, sean del color que sean, pues la pigmentación de la piel se debe a la adaptación al medio y, lógicamente, es hereditaria. Junto a la evolución cultural se ha producido la conducta humana en sus distintas formas de comportamiento, incluida la agresividad. La etología, la psicología, la biología y la sociología estudian ese fenómeno humano que es su conducta. Para Freud, por ejemplo, hay en el hombre una tendencia natural a la destrucción y a la muerte. En explicación de Heiss y Mitscherlich, las tensiones impulsivas movilizan los procesos afectivos, y éstos hacen actuar a los mecanismos pulsionales. Todos ellos nos dejan la grave incógnita de si el hombre está condenado irremediablemente a la agresividad. Y, lo que sería más terrible, si ello justificaría las tentaciones que incitan a la violencia en algunos partidos de los que el próximo 26 de junio vamos a votar. Pero este es un tema que abordaré otro día.
Alfonso Gil González