Desde mi celda doméstica
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jueves, 16 de junio de 2016

FE Y SOCIEDAD... 6

Dios en el Antiguo Testamento

Volvemos a hablar con José Ramón García-Murga, quien nos previene diciendo que el cristiano considera con atención el Antiguo Testamento porque en él se encuentra el Nuevo como de manera implícita, y porque sólo desde la perspectiva del Antiguo nos entrega el Nuevo toda su riqueza. Añade que en la historia de Israel podemos distinguir cuatro grandes etapas: el patriarcado, el éxodo, la monarquía y el exilio. En todas ellas nos encontramos con un DIOS LIBERADOR. Dios se acerca, desciende hasta el hombre. Dios es el único de quien podemos afirmar con toda verdad que es lo que hace y hace lo que es.
Sin embargo, Dios no sustituye al Hombre. Libera a través del hombre, a quien exige actitudes correspondientes a las suyas. Por eso no tolera que éste tenga otros dioses: riqueza, vicios, comodidades... A Dios le urge la liberación de la opresión y de la injusticia, y la creación de un pueblo abierto hacia un futuro mejor.
Reconocer que todo está en manos de Dios, y mantener por ello la serenidad de ánimo, tanto en la felicidad como en la desgracia, constituye una forma muy profunda de adoración. Se subraya así la gratuidad de la afirmación de Dios, querido y aceptado por sí mismo y no por los beneficios que la adhesión a Él pueda reportar. Job expresa así probablemente su íntima convicción de que tampoco Dios está de acuerdo con su desgracia. Las mediaciones son necesarias, pero no para aferrarse a ellas. La desgracia que destruye las mediaciones de esta vida no es el MAL absoluto; sólo la privación de Dios lo sería.
La aceptación de Dios pasa en nuestros días por el convencimiento de que Él ha tomado partido por el hombre. Sin embargo, Dios no es caprichoso, ni intervencionista. La ira de Dios es su amor desdeñado por el hombre, que lleva la penitencia en su propio pecado. A través de Jesús, Dios actúa libremente y con una intensidad inimaginable a favor del hombre. Quien se cierra al amor percibe el rostro de Dios como airado.
El monoteísmo constituye el rasgo más característico de la fe israelita. La exigencia monoteísta es el mandamiento primero y el más importante tanto para el israelita como para el cristiano. Creer en un solo Dios significa "someterse" a Él de manera absoluta. Nada ni nadie debe reemplazar a Dios en el corazón del hombre.

Alfonso Gil González

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