DONES DE DIOS
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Entre todas las flores del convento
son las rosas las mías preferidas;
en mis manos se quedan las heridas
cuando asirlas con ansia yo lo intento.
Sus espinas excitan el contento
por las suaves fragancias absorbidas,
que es como vivir miles de vidas,
pues, al instante, tan feliz me siento.
Las rosas conventuales son los dones
que Dios nos concedió para los otros,
aspirantes de olores inefables.
Las espinas, en cambio, son portones
que hemos de cruzar, también nosotros,
dejando tras de nos cosas mudables.
Alfonso Gil González
Cehegín, mayo 2016