LA CAÍDA DE ESPARTA
En 389 a. C., el rey Amintas III se hizo con el trono de Macedonia. Entabló una alianza con Esparta, que le protegió contra Olinto.
Por esta época Siracusa se había afirmado como la mayor potencia de occidente, gracias al gobierno autoritario del tirano Dionisio, que tras asegurarse el dominio de Sicilia había enviado ejércitos al sur de Italia y en el 387 dominaba casi totalmente la región. Estableció colonias y puestos comerciales en la costa del Adriático, una de las cuales estaba muy al norte, cerca de la moderna Venecia. También impuso su dominio sobre Épiro, al otro lado del mar.
Es conocida la leyenda de Damocles, un cortesano que envidiaba abiertamente la fortuna de Dionisio, y un día éste le ofreció ser tirano durante una noche. Damocles aceptó y esa noche se sentó en el sitio de honor durante un banquete, sin embargo pronto descubrió que Dionisio había mandado colgar de un hilo una espada sobre su cabeza. El tirano le explicó que su vida estaba siempre pendiente de amenazas, de modo que si Damocles quería disfrutar las ventajas de su posición durante toda la noche, también debía sufrir sus inconvenientes.
En efecto, parece ser que Dionisio tomaba muchas medidas de seguridad. Se dice que había construido una cámara acampanada sobre la prisión que conectaba con su habitación, de modo que podía oír las conversaciones de los presos. Dejando las leyendas, uno de los muchos griegos que acudieron a la lujosa corte de Dionisio fue, cómo no, Aristipo, que se las arregló para disfrutar de la vida según su costumbre, para lo cual tuvo que soportar constantemente el desprecio que le demostraba el tirano. Cuentan que una vez Dionisio le escupió en la cara, y que más tarde Aristipo dijo a sus amigos: "Un pescador ha de mojarse más para capturar un pez más pequeño que un rey".
Dionisio tenía un hijo del mismo nombre, así como una hermana, que se había casado con un joven siracusano llamado Dión. El tirano lo puso al mando de su flota y estando en Tarento conoció a Platón, por el que sintió gran admiración y al que decidió invitar a Siracusa, para que se encargara de la educación de su sobrino Dionisio. Platón aceptó, pero su encuentro con el tirano no fue muy afortunado. El tirano pensó que podía tratar a Platón como hacía con Aristipo, y en un momento dado le dijo "hablas como un estúpido", pero Platón le respondió: "y tú como un prepotente", tras lo cual Dionisio prendió al filósofo y lo vendió como esclavo.
Afortunadamente, Platón tenía muchos admiradores, y no tardó en ser rescatado por un tal Aníceres de Cirene, que pagó las tres mil dracmas requeridas y luego se negó a aceptarlas de los amigos de Platón. Platón volvió a Atenas, donde fundó una escuela filosófica. Al parecer, el propietario anterior del terreno donde fue instalada se llamaba Academo, por lo que la escuela fue conocida como "la Academia", y alcanzó tal fama que este nombre se aplicaría después para nombrar cualquier centro de enseñanza. En efecto, la Academia fue una especie de universidad elitista. Sus alumnos vestían lujosas capas y se distinguían por su esmerada forma de hablar y de comportarse. No pagaban matrícula, pero, como provenían de las familias más ricas de Atenas, era frecuente que la Academia recibiera sustanciosos donativos. Allí aprendían matemáticas, astronomía, música, derecho y ética, entre otras cosas. El sistema de enseñanza incluía clases, diálogos, conferencias y debates públicos. Las mujeres también eran admitidas. Platón demostró ser un feminista convencido.
Con Platón la filosofía griega alcanzó una de sus mayores cotas. Expuso sus teorías en forma de diálogos, pues consideraba que el diálogo era la forma natural de plasmar el razonamiento humano (sin duda una herencia de Sócrates). La creación platónica más genuina es su teoría de las ideas. Platón defendía que la existencia de un objeto material presupone la existencia de su idea, esto es, no podrían existir mesas si no existiera previamente la idea de mesa, no como un contenido mental de los hombres, sino como algo objetivo e inmutable. Los objetos reales son reflejos imperfectos de las ideas y el conocimiento que obtenemos de su observación es impreciso e incompleto, como el de quien observa las sombras en lugar de los objetos que las producen. Sólo la razón proporciona el verdadero conocimiento. Para explicar cómo es esto posible, Platón concluye que las almas viven en el mundo de las ideas hasta que son unidas a los cuerpos, momento en que olvidan todo lo que han aprendido, pero van recordándolo paulatinamente. Para Platón, la más excelente de todas las ideas es la idea del Bien, en un sentido amplio que contiene el aspecto moral, pero que no acaba ahí. Conocer la idea de Bien es también comprender lo que es un argumento bien construido, comprender lo que es una obra de arte bien hecha y, en suma, comprender plenamente todas las demás ideas. Las ideas platónicas son eternas y no podrían ser de otro modo sino como son, así que es absurdo pretender que sean obra de un dios más o menos caprichoso. Sin embargo, Platón admite la necesidad de que el caótico mundo sensible sea obra de un creador, pero aún aquí introduce una novedad, y es que no presenta a dicho creador como un dios omnipotente, sabio y justo, sino más bien un dios menor. Platón lo llama el demiurgo (el artesano), un dios cuyas capacidades limitadas únicamente le han permitido crear un mundo imperfecto, en el que las ideas se ven pálidamente reflejadas y, a menudo, desvirtuadas.
Al margen de todo el folklore con que Platón adornó sus teorías, lo cierto es que fue el primero que planteó de un modo suficientemente argumentado y racional el principio según el cual las ideas son algo objetivo más allá de los contenidos mentales de cada individuo particular, principio sobre el que los filósofos han debatido durante siglos hasta la actualidad y constituye la base de las distintas corrientes idealistas de la filosofía occidental.
Volviendo a 387, Esparta, preocupada por la derrota que Ifícrates le había infligido tres años antes, había estado negociando la paz con Persia y finalmente se firmó la Paz de Antálcidas, llamada así por el principal negociador espartano. Esparta tuvo que devolver a Persia todas las ciudades griegas de Asia Menor, mientras que Persia reconocía la libertad de las demás ciudades griegas. De todos modos, Persia tampoco quería problemas, y las ciudades de Asia Menor fueron gobernadas muy suavemente, hasta el punto de que conservaron sus propios gobernantes.
Una vez libre de Persia, Esparta trató de reafirmar su posición en la Grecia continental. Arguyó que la libertad de las ciudades griegas que había pactado con Persia suponía que todas las ciudades griegas debían ser libres, o sea, independientes unas de otras, por lo que instó a Corinto y Argos a que disolvieran su reciente unión y la ciudad de Mantinea se vio así mismo obligada a disolverse en cinco aldeas. (Naturalmente Esparta no pensó en liberar a las ciudades que tenía bajo su yugo). De este modo Esparta consiguió debilitar en parte a sus enemigos.
En 386 murió Aristófanes. Antes que él murió su género. Al parecer, el público debió de hastiarse de sus comedias satíricas llenas de calumnias e infamias. El caso es que sus últimas obras eran comedias frívolas sobre maridos que engañan a sus mujeres, mujeres que engañan a sus maridos, siervos que engañan a sus señores, etc.
Roma iba recuperándose de la invasión gala. Eran tiempos difíciles donde los más perjudicados eran, por supuesto, los pobres. Muchos plebeyos fueron esclavizados por deudas. Un patricio llamado Marco Manlio Capitolino (porque al parecer había salvado el Capitolio de un ataque galo) vio cómo un soldado que había servido valientemente bajo sus órdenes corría esta suerte, así que decidió pagar la deuda del soldado. Luego empezó a vender sus propiedades y anunció que mientras él tuviera dinero ningún hombre sería esclavizado. Naturalmente, los demás patricios desaprobaron esta conducta, afirmaron que Manlio estaba tratando de ganar popularidad para proclamarse rey (y el pueblo romano no podía concebir traición más horrenda), tras lo cual fue juzgado y ejecutado en 384.
En 383 Dionisio de Siracusa trató de tomar Segesta, uno de los pocos reductos cartagineses en la isla. Con ello estalló una nueva guerra contra Cartago.
Esparta seguía afirmando su posición frente a las demás ciudades griegas. El rey Agesilao II estaba especialmente interesado en Tebas, a causa de la humillación por la que le había hecho pasar antes de su campaña contra Persia. Tebas era la cabeza de la confederación beocia y le exigió que la disolviera. Tebas se negó, pero algunos aristócratas tebanos, partidarios de Esparta, tomaron la Cadmea (la ciudadela fortificada tebana) y se la entregaron a Esparta, que la tomó en 382. Con las tropas espartanas en la Cadmea, Tebas se convertía en territorio espartano. En 380 murió el rey Agesípolis de Esparta (ese mismo año murió también su padre Pausanias) y fue sucedido por su hermano Cleómbroto I.
Por esta época empezó a hacerse oír en Atenas uno de sus más famosos oradores: Isócrates. En realidad no tenía mucha voz y no se le daba bien pronunciar discursos, pero escribió mucho, y fue el maestro de toda una generación de oradores. Isócrates insistía en que los griegos debían dejar de luchar entre ellos, que debían unirse en una liga panhelénica. Incluso propuso una guerra contra Persia si ello servía para unir a los griegos. Sin embargo, estaba luchando contra la esencia del carácter de sus paisanos y no tuvo ningún éxito.
Por su parte, Persia, tras haber hecho las paces con los griegos, se preparaba para recuperar Egipto. En 379 subió al trono de Egipto el primer rey de la XXX dinastía. Era Nectanebo I, quien contrató los servicios como mercenario de Cabrias, un general ateniense con numerosas victorias en su "hoja de servicios". Cabrias reorganizó el ejército egipcio y lo instruyó en las técnicas de combate más modernas. Convirtió el Delta en un campamento poderosamente defendido. Artajerjes II no se atrevió a atacar, sino que en su lugar presionó a Atenas para que llamara a Cabrias. El general obedeció, pero había hecho un buen trabajo. Artajerjes II atacó pero los egipcios supieron defenderse y los persas tuvieron que retirarse.
Entre tanto los cartagineses lograron infligir una dura derrota a Dionisio de Siracusa cerca de Panormo, el cual se vio obligado a pedir la paz, pagar una fuerte indemnización y permitir que los cartagineses extendieran su dominio de la isla unos 50 kilómetros hacia el este.
En 378 volvió a Tebas un hombre llamado Pelópidas, que había permanecido exiliado en Atenas desde que Esparta ocupó su ciudad, pero que ahora regresaba para encabezar una conspiración. Cierto día que los ocupantes espartanos celebraban una fiesta, Pelópidas y un pequeño grupo de hombres se unieron al banquete disfrazados de mujeres. Se dice que en el último momento un traidor tebano envió un mensaje al general espartano para advertirle de la conjuración, pero éste despachó al mensajero diciendo "los asuntos, para mañana". Los infiltrados sacaron sus cuchillos e hicieron una matanza. Entre la confusión reinante, los tebanos se apoderaron de la Cadmea. Los comandantes espartanos fueron devueltos a Esparta, donde fueron ejecutados por rendirse.
En 377 llegó al poder el sátrapa Mausolo, gobernador de Caria, en el interior de Asia Menor. Antes de las invasiones dorias los carios dominaban también las costas, pero se replegaron al interior cuando llegaron los griegos, fueron dominados por los lidios y, cuando Ciro II conquistó Caria, sus príncipes conservaron el poder en calidad de sátrapas con gran independencia. Mausolo expandió sus dominios a costa de las ciudades griegas. Trasladó su capital a la ciudad costera de Halicarnaso y empezó a construir una flota. Ese mismo año murió Hipócrates.
Tebas se alió con Atenas contra Esparta. Atenas estaba rehaciendo la antigua confederación con las islas, sólo que ahora de forma más diplomática, sin intentar imponerse como en tiempos de Pericles. Esparta no podía consentir esta alianza y se inició una nueva guerra. En ella destacó Epaminondas, amante de Pelópidas, que encabezó un grupo especial de soldados comprometidos a luchar hasta la muerte. Era la Hueste Sagrada, con la que pudo mantener a raya a los espartanos. Mientras tanto Atenas lograba victorias navales. Esparta trató de organizar una flota, pero en 376 fue interceptada en Naxos por la flota ateniense y quedó prácticamente destruida. Siracusa envió barcos en ayuda de Esparta, con lo que las fuerzas quedaron equilibradas de nuevo.
Un nuevo líder unificó Tesalia mediante maniobras políticas y el uso de tropas mercenarias. Se llamaba Jasón, y había nacido en la ciudad de Feres, en el centro de Tesalia. En 371 fue elegido general en jefe de los clanes tesalios. Puesto que Esparta se oponía a toda confederación en Grecia, Jasón se alió con Tebas. En este momento la guerra entre Esparta y la coalición Tebas-Atenas había llegado a un punto muerto y ambos bandos eran partidarios de firmar la paz. Sin embargo, el rey Agesilao II se dejó llevar por su odio hacia Tebas, y exigió que cada ciudad de Beocia debía firmar la paz por separado, de modo que no aceptaría que Tebas firmara por todas. Con ello logró que Atenas firmara la paz con Esparta, mientras que ésta seguía en guerra con Tebas. El rey Cleómbroto I dirigió el ejército espartano contra ella.
La costumbre griega en el combate era desplegar los soldados en un máximo de ocho filas, de modo que todos podían combatir simultáneamente. En estas condiciones, Tebas no habría tenido nada que hacer contra Esparta, pues los espartanos eran los mejores soldados. Sin embargo, Epaminondas empleó otra estrategia. Dividió su ejército en tres partes. Dispuso el centro y la derecha según la disposición habitual, pero la parte izquierda (que se enfrentaría a los mejores soldados espartanos, según la costumbre de éstos) la ordenó en una columna de cincuenta filas de profundidad. Esta estructura recibió el nombre de falange tebana, de una palabra griega que significa "leño", pues el plan de Epaminondas era que actuase como un ariete que penetrara en las filas espartanas sumiéndolas en la confusión.
Los ejércitos se encontraron en la aldea de Leuctra, a 15 kilómetros de Tebas. Los espartanos vieron la extraña formación tebana y reforzaron sus líneas hasta formar en doce filas, pero no fue suficiente. Todo sucedió según los planes de Epaminondas, las líneas espartanas se quebraron y murieron mil de sus hombres, incluido Cleómbroto I. Fue el fin del dominio espartano.
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Fotografía seleccionada: Alfonso Gil