Quinta Sinfonía de Tchaikovsky
El crítico musical M. R. Hofmann nos dice que, refiriéndose a esta Sinfonía, Tchaikovsky comunicaba a su mecenas, la señora von Meck, que tenía dificultad en extraer una obra así de su cabeza cansada. ¡Dios mío! La empezó en mayo de 1888 y la terminó en agosto. La estrenó en noviembre, dirigiéndola él mismo. Era, en sus propias palabras, el segundo combate de la lucha contra la fatalidad, o mejor, "resignación total frente al destino, frente a las vías impenetrables de la Providencia".
Impresionante el "andante" inicial que se desglosa en golpes que reclaman una marcha, precediendo al tema principal del "allegro con anima" y en un tema de balada de carácter casi épico, intensificándose el ritmo.
El segundo tema formula una especie de llamada, de plegaria, al que responde la voz cálida, emocionada y conmovedora de las cuerdas, surgiendo, luego, un motivo accidental, "molto piu traquillo", que tiene todo el aspecto de un falso vals sincopado. De la disolución musical del primer movimiento surge una melodía prodigiosa, cantable y serena. Viene como de lejos, asumida poco a poco por la orquesta.
Hay como un himno a la contemplación que se eleva majestuoso. El clarinete canta una frase pastoril y melancólica. Pero, de repente, los metales lanzan el tema de la fatalidad. Se acabó todo consuelo. Pero la música de un nuevo vals melancólico y de exquisita gracia vuelve a aparecer. Y, nuevamente, el tema de la fatalidad acaba con el vals.
Un último y falso consuelo sobreviene. El destino avanza solemnemente y llama al orden a quien cree que no es del común de los mortales. En vano el pueblo se regocija.
Alfonso Gil González