Desde mi celda doméstica
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viernes, 24 de julio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Quincuagésimo)



Capítulo L


La vuelta temporal a casa

Por fin, el día 12 de febrero de 1993, tras treinta y seis de Sanatorio, ha vuelto nuesro hijo a casa. Para celebrarlo, nos hemos comido una cajita de “yemas de santa Teresa”, cuya vitola guarda el padre Alfonso en la página correspondiente de su diario. Y, ese día, escribe:
“Señor, no quiere volver al Hospital. Sin embargo, ya le han dicho que, el miércoles próximo, vaya a hacerse análisis y a someterse a radioterapia. Y que, el próximo viernes, vayamos todos a que nos estudien la médula. ¿Hasta cuándo, Señor, permitirás que todo suceda como si Tú no intervinieses? Danos la seguridad de tu acción taumatúrgica.”
Día 13, sábado:
“Pasó muy buena noche y un buen día. Visitas y llamadas fueron continuas. Por todo, ¡gracias, Señor! Sigo pensando en lo terrible que es una vuelta al Sanatorio. No debieron ponerle un compañero que había recaído. Pero Tú, Señor, sabrás en realidad por qué. Ya en casa, fortalécele para que no tenga que volver nunca más, y ¡seas bendito por siempre y por todos!”
Al día siguiente, llevé al chache Pedro al Auditorio Nacional, a que oyera un Concierto: la Sinfonía n. 1 de Scriabin; ya que, por la tarde, marcharía a Cehegín. Y escribe:
“Visitas y llamadas como ayer. Sigue su caminar. Todos, con algo de miedo, porque Tú te muestras con gran misterio y respeto en todo cuanto haces.”
Día 15 de febrero:
Nos visita José Antonio, nuestro tío de Caravaca. Anoto:
“Sigue su recuperación. Está más alto y más delgado. Desde que cayó enfermo, le han llamado, además de Madrid, los de Cehegín, Caravaca, Murcia, Alicante, Sevilla, San Leonardo de Yagüe, San Luis de USA, Tres Cantos, Huelva, Mallorca, Godella, Hellín, Cartagena… Por eso también, ¡gracias, Señor Jesús! Sí, Tú, que eres la salud de los enfermos, no le dejes con la duda, la triste duda… ¡Sánalo definitivamente, por favor!”
Día 16 de febrero:
Señor, dame la confianza necesaria para no dudar de tu acción protectora sobre él, al que vemos progresar en su convalecencia.”
Las visitas continuaban, y yo ya hacía la jornada laboral completa. Desde el pasado viernes, volvimos a las lecturas espirituales de la noche. Y a escuchar esa música bella en la que, también, Dios se mostraba para gozo y paz del alma.
Día 17, la vuelta al Sanatorio:
“Señor, ha vuelto al sanatorio, esta tarde. Dicen los médicos que, ahora que está “bien”, debe iniciar su segundo ciclo de quimioterapia, y, luego, volver a casa a reponerse un poco. Yo te digo esto con toda humildad: No lo entiendo, me cuesta aceptar la realidad. Siempre he creído o pensado que confiar en Ti es sorprendente. Sí, Tú, Jesús de Nazaret. Y espero no quedar eternamente defraudado.”
Era evidente el disgusto del padre Alfonso por la vuelta de su hijo al Hospital; pero, como él dice en su diario:
“Empezó su segundo ciclo. ¡Qué diferencia entre este primer día -18 de febrero- y aquel otro del 8 de enero. ¡Gracias, Señor! Sí, sé que está en tus manos, Señor. Pero no me arrepiento de sufrir como Tú, de sentir como Tú, de llorar como Tú, de temer como Tú, de suplicar como Tú…, porque sé que tu voluntad no es un ciego e irrevocable destino o decisión, sino que esperas la respuesta de nuestra fe. ¡Gracias!”
19 de febrero:
“Segundo día del segundo ciclo, que está llevando con tu ayuda, Señor, extraordinariamente. Come y cena muy bien.”
Mamá sigue quedándose con él por las noches. A mí, que tengo que ir al trabajo, me suplen, durante el día, Cesi y Maita. Hoy tuvimos que ir todos al centro de transfusiones para el estudio de nuestra sangre, que resultaría incompatible. El día 20, como era sábado, pasé toda la jornada con él, que sigue el segundo ciclo con normalidad. Paco, el del capítulo anterior, se mantiene fiel en su visita diaria, por si se le necesita. El padre Alfonso comenta: “También te muestras en eso, Señor.” Y añade: “Leer el Evangelio es toparse continuamente con tu poder, con tu misericordia, con tu acción salvadora para quien te lo suplica. Sé que no quedaré defraudado, como no quedó el que a Ti se acercó suplicante.”
Día 21, domingo:
“Como ayer, pasé el día con él, y, por él, ¡gracias, Señor! Estoy casi indigesto de tanta palabra.” (Se refiere a la gente que iba a consolarle, a los que él aseguraba la salud de su hijo). “Sé que Tú puedes y quieres sanarle. Del todo. Nuestro hijo desea la salud, supongo, también total. Como yo la mía. Por eso, no entiendo tu demora, aunque sé que puedes esperar la consolidación de nuestra fe. Pero, ¿no te basta con saber nuestras necesidades? Pues ¡no tardes en acudir a su remedio! Y que los médicos vean claramente. Allí está por ellos. ¿O es por Ti?”



Tiempo de una doble Cuaresma

Entre los días 22 y 26 de febrero de 1993, el padre Alfonso escribe:
“Gracias, Señor, por este rato de estar contigo a solas. Ya nos conocemos. Sobre todo, Tú a mí. Y sé que no necesitas te diga nada más, aunque estoy dispuesto a cansarte, si es necesario. Gracias, también, por los 84 años de mi madre, a quien tanto debo de mi infancia. Gracias, por las llamadas que no cesan, y por las visitas, y por las ayudas de los demás.
Lo veo muy infantilizado. No parece sino que su enfermedad apenas le afectara. Y, si eso es signo de su salud, ¡gracias, Señor! Parece que, mañana, cumple su segundo ciclo de quimioterapia, con ración, además, de radioterapia. ¡Señor, que no se equivoquen los médicos! Que sepan dejarse llevar por tus manos y pensamientos, aunque no te conozcan demasiado. Que no cometan un irreparable y absurdo error.”
El 24 de febrero era Miércoles de Ceniza y, en la Iglesia, se inicia el tiempo de Cuaresma.
“Sí, Jesús. La enfermedad de es un buen motivo de conversión para toda la familia, empezando por sus padres. Volver a Ti de todo corazón. Experimentar la salvación que brota del amor tuyo hacia tus criaturas, hacia nosotros…, hacia Israel, aunque ni él ni nosotros del todo entendamos. Dicen que está bien, que sigue bien. ¡Gracias a Ti por siempre! ¡María, madre de Jesús y nuestra, intercede por él!
La enfermedad, Señor, nos debe permitir una visión más exacta de la vida… y de la Vida. Debe ser difícil elegir la Vida, pero Tú, Señor, que eres el dueño de la vida, de toda vida, enséñanos a optar sabiamente. Que sepa, también, optar, porque en ello, como a todos, le va su auténtica felicidad. Y que sepamos seguirte a través de la misericordia para con los demás. ¡Gracias, Señor!
Se siente bien. Mamá me preocupa, Señor, porque está sufriendo de otra manera. Su tiroides, operado en 1977, le está jugando una mala pasada. Pero a Ti, Señor, nada te es desapercibido. Le dije cómo puede aprovechar su larguísimo tiempo en el Sanatorio. Gracias, Señor, por su recuperación y por su evolución. Que él descubra tu presencia, su felicidad, a través de estos acontecimientos tan personales.”
Y es que, también, la salud de mamá se estaba resintiendo gravemente. Poco a poco, lo irá reflejando en su Diario. Ella va a compartir sus preocupaciones de cada día. Aunque conscientes, los hermanos eran demasiado pequeños aún. La Parroquia de Nuestra Madre del Dolor tendría que duplicar sus oraciones. Entre todos se haría posible el doble milagro.
Como cada sábado, yo pasaba todo el día con él. “La verdad es que se encuentra bien”, escribe. Fueron a verle sus compañeros del Colegio Caldeiro. Así, “ellos también son testigos de Tu presencia salvadora”. Y añade: “Mamá, mejor. Que pongamos en nuestra vida, como base, la humildad, y, como desarrollo, el amor.”
“Ahora resulta que nadie se explica por qué está tan bien. Algunos sabemos que es por ti, Señor. Y estamos alegres, alegres y preocupados. ¿Acaso los médicos reconocerán  que Tú has intervenido y que no hay que hacerle mucho más? Así que, Señor, también ahora necesitamos luz, tu luz, sin la que el hombre no puede acertar de ninguna manera.”
El 1 de marzo de 1993, cumplía yo 50 años. Dejaré escrito: “¡Gracias, Señor, por este medio siglo que no he sabido aprovechar al máximo para Ti! Señor, dice el médico que sigue bien. Y así lo creo yo,¡gracias! Pero si el doctor no sabe que lo has curado, seguirá con los tratamientos, exponiéndolo a la peligrosísima toxicidad de la quimioterapia. De manera, Jesús mío, que el médico o yo debemos ver clara su curación, para que no vaya más allá de lo que deba y pueda soportar. Eso no debe ser para Ti muy difícil, ¿no te parece? ¡Gracias!
Sigue bien, aunque ayudado por las plaquetas. Señor, si vuelve a casa curado, debemos ver una señal tuya –y Tú sabrás cómo- para que no vuelva al Sanatorio. ¡Hazlo, Señor!
Mamá también estuvo de médicos: una radiografía y unos análisis. Y mañana más. Que no sea nada, Señor. Pareciera que los males se acumulan de pronto. Que de todo salgamos más fortalecidos para Ti.”

Para alabanza de Cristo. Amén.

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