Concierto para piano, de Robert Schumann
Oía desde la calle unas melodías de puro romanticismo. No pude entrar en el Auditorio. Al acabarse la obra interpretada, tuve la suerte de ser informado por un amigo, que sí pudo entrar a tiempo y gozar de semejante espectáculo. Se trataba del Concierto en La menor para piano y orquesta. Me dijo que ésta era judía, pues algunos componentes varones llevaban su cabeza tocada con esa especie de solideo que usan nuestros obispos, y que la sala estaba adornada con banderines del estado israelí, seguramente conmemorando alguna efemérides nacional. Natural.
Del director no me supo decir más que que llevaba una chaqueta blanca, que usaba gafas y que era de mediana edad, ni joven ni mayor. Al decirme lo de la chaqueta blanca, me vino a la memoria el abucheo que recibió una orquesta en Madrid por haberse quitado los músicos la chaqueta a causa del excesivo calor. Y es que el público es exigente y, a veces, inmisericorde. –Pero, hombre, ¿no llevas ni siquiera un programa de mano?
En cambio, del solista de piano si me informó con cierto detalle, pues ya lo había visto en alguna otra ocasión. Se llamaba Amir Katz, jovencísimo, vestido de riguroso negro. Este joven intérprete, me dijo, era judío también, que, en opinión de los que salían del Concierto, era un pianista de técnica depurada, sacando sonoridades relevantes a una música de por sí bellísima, haciendo una actuación guiada por la más neta sensibilidad artística. El caso es que yo notaba en el rostro de los que salían de aquella sala de conciertos una clara expresión de agradable satisfacción. Y me alegré por ellos tanto cuanto deploré no ser yo uno de esos afortunados.
-¿Tú sabes quién era Schumann?, le pregunté a mi amigo. Pues no te viene mal que conozcas su origen alemán. Se llamaba Robert Fernando Albert Schumann y había nacido en 1810, falleciendo 46 años más tarde. Si el siglo XIX dio románticos al mundo, Schumann es de los principales. Aunque no he tenido la suerte de escuchar, como tú, su Concierto para Piano, sé que lo compuso para su esposa Clara, que era eminente pianista, y que lo estrenó en Leipzig en 1846. Precisamente, gran parte de la fama que adquirió Robert Schumann la debe a su querida esposa, que le fue fiel en vida y en muerte, a pesar de los galanteos de su común amigo Johannes Brahms. Tendremos ocasión de hablar de él.
Alfonso Gil González
He aquí un ejemplo de este Concierto, aunque con otros intérpretes