Desde mi celda doméstica
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domingo, 26 de julio de 2015

FLORECILLAS ALFONSINAS (Capítulo Quincuagesimosecundo)




Capítulo LII


Semana Santa en Madrid

Ya todos en casa, se reanudan las lecturas espirituales de la noche. Es curiosa la nota que pone el padre Alfonso, el 24 de marzo de 1993, tras pedir al Señor por un amigo fallecido:
“¡Gracias!, porque nuestro hijo sigue muy bien, y, si no debe volver al sanatorio, a no ser para tu gloria, debes manifestarlo claramente. ¡Que sería una pena curar a un sano!
Se le van pasando los días de casa. Se encuentra bien. La ignorancia del porqué de su tratamiento hace que no entendamos el que tenga que volver al Hospital. Pero, ¡gracias, Señor!
Parece mentira, Señor, lo bien que se encuentra. ¡Gracias! Todo esto que nos está pasando debe hacernos más buscadores de Ti, de lo que realmente Tú eres para los hombres, para nosotros.”
El 27, hace un pequeño balance de la situación, y siempre reacio al regreso de su hijo al Hospital:
“Hace dos meses, ya no daba señales de su enfermedad. Aún así, ha tenido que continuar el tratamiento en el Hospital, con breves estancias de descanso en casa. De hecho, hoy se acercó por primera vez a Caldeiro. Pero, pasado mañana, Señor, tendrá que volver al Sanatorio, y, si Tú no lo dices claro, le tendrán que reingresar, porque los médicos se lo han propuesto.”
Es de imaginar lo corto que se le haría a nuestro padre el tiempo de estar mi hermano en casa. De hecho, al día siguiente, 28, que era domingo, y celebró la Eucaristía en casa, tras hacernos ver lo significativo de las lecturas litúrgicas de ese día (Ezequiel 37,12-14; Romanos 8,8-11 y Juan 11,1-45), añade en su diario:
“Mañana vuelve al Hospital, Señor, no entendiendo que sea así, a pesar de haberle Tú sanado. ¿O es que no le has sanado? Así tengo que hablarte, pues necesitamos una señal evidente que convenza a los médicos.”
Día 29.
“De nuevo en el Hospital, para someterse al tercer ciclo de quimioterapia. Señor, no sólo a él. Tú conoces y amas a todos los enfermos que con él están. Manifiéstate en sus vidas. Tú eres un Dios de vivos, no de muertos, y sólo los vivos pueden glorificarte en la Tierra. Tú que puedes, haz lo que está de tu parte.”
Día 30.
“Esta vez, el catéter se lo han puesto en el lado izquierdo del pecho. Mucho mejor. Señor, cuando lo contemplo, lo veo como en un laberinto. Si Tú lo llevas de la mano, saldrá felizmente. Hasta ahora, así es, y te doy gracias por ello. Cuando salga, podrá ayudar a otros a que Te cojan de la mano confiadamente.”
Sé que estos escritos del padre Alfonso también llevan esa intención: ayudar a otros, a enfermos y familiares, a que confíen como él confía, y no quedarán defraudados.
Día 31.
“Parece como si los médicos tuvieran prisa por el tratamiento, que hoy lo reinició con regular talante. Ha vomitado mucho. ¿Qué quieres que te diga, Señor? Sí, Jesús. El dolor es muy frecuente en la vida. Tú, que eres el vencedor de todo mal, ¡ten piedad de nosotros!”
Día 1 de abril.
“¿Tú crees, Señor, que lo que hacen es lo correcto? Hoy, como ayer, lo encuentro algo raro. ¡Sería una pena que te pusiera a prueba un error médico! Tú sabes lo que quiero decir, aunque sé que nada debe temer estando en tus manos. ¡Ayúdale decisivamente! A él y a todos, pero es que es él a quien me has confiado en este mundo…”
Y termina apoyándose en el evangelio del día: “¡Que tu Palabra nos mantenga vivos por siempre! (Juan 8, 51-59)”.
El 2 de abril de 1993 era Viernes de Dolores. Papá, que había ido al trabajo, como cada día, al volver al Hospital, escribe: “En pleno tercer ciclo, que acabará el Domingo de Ramos. Después, la bajada de sus defensas y plaquetas, y su posterior subida.”
Era el parte médico, que seguía minuciosamente. Luego, pasa a una reflexión cristiana:
“Este año, una Semana Santa de verdad, configurándose con Cristo sufriente y triunfador a un tiempo. Días para las reflexiones más profundas del ser humano. ¡Gracias, Señor, por tu amor!”
Al día siguiente, 3 de abril, lo pasó en el Hospital. Anota: “La quimioterapia le está influyendo en la parte de la cabeza que recibió la radioterapia. Él se encuentra con buen ánimo. Comulgamos.”
Día 4, Domingo de Ramos:
“Es muy confortante que Tú te hayas acercado tanto al hombre. Y muy interpelante. Y, no obstante, sigues misterioso, arcano, y nos obligas a replantear continuamente los conceptos que, a nuestra medida, de Ti tenemos los hombres. No tiene más apoyo que tu hijo Jesús, que no filosofó sobre Ti, sino que Te dio a conocer a través de su misericordia para con todos. ¡Esa misericordia es la esperanza suya y la nuestra!”
Esta Semana Santa no iríamos a Cehegín. En cambio, el chache Pedro estaría con él todo el tiempo posible. Juntos la viviríamos en Madrid. 
“Tu cruz, Señor, se prolonga en la él y en la de todos los enfermos. Principalmente, de los que sufren sin saber por qué, sin entender cómo, de la noche a la mañana, puede perderse la salud. Pero también experimentan tu amor, el gozo de volver a la vida, el gozo de tu paso salvador.”
El Martes Santo, hace una oración que considero sublime:
“No hay nada en el ser humano, no hay nada en mí que pueda obligarte, Señor, a que te vuelques misericordiosamente sobre él y sobre cuantos sufren. Nos amas porque eres amor. No me atrae de Ti quién eres, sino el cómo eres, que lo uno y lo otro se funden en Ti, y en tu hijo Jesús, por quien me atrevo a acercarme a Ti, a llamarte Padre y a pedirte que tu voluntad se manifiesta en él y en cada uno de nosotros.”
Al día siguiente, mi hace media jornada laboral, pasando toda la tarde con su hijo en el Sanatorio. Y escribe:
“Aunque rodeado de gente, Señor, el enfermo soporta, solo, la enfermedad. Y las mil y una preguntas sobre su futuro. Y presiente que sus proyectos se le derrumban. Y no logra entender casi nada de cuanto sucede y de cuanto se le dice para consolarle. De modo que eres Tú, Señor, quien debe hablarle, y darle luz, y manifestarle la verdad de su vida.”
El 8 de abril de  1993 era Jueves Santo. A las 7 de la tarde, el vicario episcopal, José Varas, celebró la Eucaristía en el Capilla del Hospital. Y, luego, subió a la planta sexta para verle. Al salir de la habitación, dijo a papá que contara con sus oraciones. Pero el padre Alfonso escribió en su diario: 
“Eres Tú, Señor, quien debe contar con ellas. A Ti se te dirigen las súplicas, no a mí. Porque Tú puedes hacer lo que ni yo ni nadie de este mundo puede. Decía nuestro hijo que hubiese querido llevar un paso en las procesiones. Pero ¡menudo “paso” está llevando desde hace meses!”
Día 9, Viernes Santo.
“Ha soñado con las procesiones de Cehegín, todo el día. Bajo de plaquetas, le están subiendo ya los leucocitos. Se halla bien, Señor, y te lo agradezco. Ha comulgado.”
Como ayer y anteayer, pasa todo el día con su hijo. Al salir al pasillo, mi padre cogió frío. Como el enfermo cumplía cuatro años de su Bautismo, papá escribe:
“Que sea tuyo, Señor, en este mundo, para tu gloria y bien de los demás hombres.” 
Día 11, Domingo de Pascua.
Por encontrarse resfriado, hoy ha sido el único día que no pudo estar con él que, desde anoche, está en plena bajada de plaquetas. No volverá a casa hasta que recupere un mínimo. Y papá deja escrito en su diario:
“Sí, sé que a Ti se te debe pedir la vida, pues nadie puede darla sino Tú. Y esa es tu voluntad: que confiemos en Ti, que nos fiemos de Ti… Si no, ¿cómo creer que has resucitado?”



Tentación política y doble cruz

El 12 de abril de 1993, el padre Alfonso vuelve al trabajo, y su hijo sigue con fiebre y muy decaído. Cuando, al regresar del trabajo, visita a su hijo y le acompaña a que le realicen una radiografía del tórax, deja escrito:
“Ya no te digo nada, Señor, porque bien sabes Tú lo que pasa antes que nadie. Sé que eres el Fiel.”
Por aquel entonces, papá recibía comunicaciones de una tal Alicia, que era una señora muy buena cristiana e inquieta, para que se inmiscuyera en política. Creía esta buena alicantina que, si mi padre se metía en política con la “rasera del Evangelio”, según sus palabras, todo iría mucho mejor en España. Pero el padre Alfonso no estaba para esos trotes. No veía claro lo que la tal Alicia quería para él. Ella, como nosotros, sabía que seguía siendo el gran dialogador de Dios. El lector también lo ha percibido sobradamente, y no sólo a causa de la enfermedad de su hijo. Nosotros le decíamos que él siempre estaba conectado con el más allá. Y era verdad. Dios, Jesucristo, era su gran obsesión. Y éramos conscientes que todo lo demás lo tenía en muy poca estima. Por eso, fue feliz, aun en situaciones en las que un hombre normal habría tirado la toalla. En realidad, el padre Alfonso era incombustible.
Día 13.
“¡Qué suerte la de Juan (20,11-18): te vio y te oyó! Cuando lo veo, como hoy, a pesar de saber que está en tus manos, no puedo evitar los pensamientos sin sentido que Tú tan sólo conoces, porque te afecta a Ti solamente, Señor. Me pide que rece. Lo hago. Pero su calvario, y el de su compañero, y el de tantos otros, sigue ahí, machacándole, torturándole… ¿A qué esperas para una intervención propia de Ti?”
Día 14.
“Señor, si Tú eres Tú, también debes darle, y a cada enfermo, lo que tienes, que no es otra cosa que lo que eres. Que ni él ni nadie se sienta defraudado al dirigirse a Ti, con unas u otras palabras, con unas u otras actitudes. Que, después de todo, Tú eres Tú, y nosotros somos nosotros, para que tu Ser, que es Amor, más grande y eficazmente resplandezca.”
A partir de ahora, nuestra situación familiar iba a quedar atípica: mamá, hospitalizada; papá, en el trabajo; su hijo, luchando contra lo que buscaba su muerte; mi hermano y yo, entre el colegio y la casa; la abuela Flora, atendiéndonos como puede; el chache Pedro, cada dos noches quedándose con él; la prima Isa, pasando con nosotros unos pocos días de descanso.
El día 15 de abril de 1993, mamá quedó ingresada en el Hospital de la Princesa, dos plantas más debajo de su hijo. Él, en la habitación 611, ella en la 413: números que sumaban la misma cifra, el 8, que acostado, es el signo del infinito. Papá escribe en su diario:
“Sé que hay familias que aún sufren más, Señor, pero para nosotros esto es suficiente. ¿Acaso las oraciones que lo sostienen no pueden sacarlo indemne de la cama? Pero parece que el caminar por la fe ha de ser a ciegas.”
Y, el día 16, añade:
“Acabo de leer que ningún otro puede salvar, excepto Tú, Jesús (Hechos 4,1-12). ¿Dejarás de hacerlo, siendo el único que puede?”
Día 17.
“No, Señor.  No quiero caer en la tentación de pensar que eres insensible al dolor humano, al dolor suyo. Pero reconoce conmigo que, cuando te hablo, reaccionas como si no oyeras, ni vieras, ni sintieras… Y eso sería terrible para la humanidad esperanzada. ¡Padre, ayúdame! –me pide. Y yo a Ti lo mismo suplico para él, pues casi nada puedo hacerle. ¡No serás Tú tan impotente como yo! Perdona, Dios mío, mi atrevimiento.”
Día 18, domingo.
Mamá sigue ingresada en el Hospital. La preparan para una decisiva intervención en el tiroides. Nosotros, como siempre, vamos a Misa a Caldeiro. Papá, que está con nuestro hermano, escribe en su diario:
“Sí, debo ser creyente y fiarme de Ti, y reposar gozoso y tranquilo en tus brazos. No obstante, Señor, voy a procurar hacer realidad tu consejo de que pidamos, y llamemos, y busquemos. Y todo, con perseverancia. Porque está en juego su vida y la de miles de niños inocentes en el mundo, que sufren y mueren sin saber porqué, que es la forma más estúpida de sufrir y morir.”
Día 19.
“No sé si pretendes, Señor, llevarme a un silencio total, a un dejarme quieto, casi inánime, ante la triste realidad del sufrimiento de nuestro hijo, y de tantos otros… Pero Tú no remitías los enfermos a los médicos. Tú los curabas personalmente, o por tu voluntad. Al menos, eso dice el Evangelio. Y te compadecías de los que a Ti acudían, como yo ahora, temeroso casi, casi sin fuerzas. ¡No quede defraudada mi confianza en Ti!

Para alabanza de Cristo. Amén.

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