LA VOLUNTAD DE DIOS
Os decía en el anterior capítulo que es ésta una expresión frecuentemente usada y manipulada: LA VOLUNTAD DE DIOS. Mas recordemos lo dicho en el primer capítulo acerca de la importancia de que fe y razón vayan de la mano. Y la razón me dice que Dios, autor de la creación y del hombre, es el único que sabe cuál es el camino por el que sus criaturas deben avanzar.
Los varios medios por los que se manifiesta la voluntad de Dios podrían reducirse a dos: la voluntad manifestada y la voluntad de beneplácito. En la unión de ambas voluntades en mí está el éxito de llevar una vida conforme al plan determinado desde toda la eternidad. Esa "voluntad manifestada" se ha llamado LEY DE DIOS, y afecta absolutamente a todos los hombres, sean o no creyentes, pues va ínsita en el corazón de cada ser humano, y puede resumirse así: NO HAGAS A NADIE LO QUE NO QUIERES QUE ALGUIEN TE HAGA A TI. Es como un precepto negativo que te advierte sobre cómo pensar en coherencia antes de realizar una acción.
Sin embargo, cuando esa "ley interior y universal" se pone en positivo, cual lo hizo Jesús de Nazareth, entra en juego la "voluntad de beneplácito", la gracia de Dios, el impulso vivificador y humanizante, la regla de oro del mismo reino de Dios: COMPÓRTATE CON LOS DEMÁS COMO DESEAS QUE LOS DEMÁS SE COMPORTASEN CONTIGO. De modo que, creyentes y no creyentes, expresa y sabida la Voluntad de Dios y, lo que es más definitivo, las preguntas del examen que toda persona debe superar, quiéralo o no.
Cuestión aparentemente distinta es el conocimiento de los deberes de cada cual, expresados en los distintos códigos de conducta, en razón al estado propio o a la profesión en que se ejercita lo que llamaríamos la VOCACIÓN PERSONAL. Deberes que, lógicamente, facilitan la convivencia colectiva, con su propia exigencia de solidaridad.
Dos males son de temer: la IGNORANCIA, que no conoce, y la ILUSIÓN, que conoce mal, siendo ésta, tal vez, el mal más común que, como dijimos al principio de este tratado, se alimenta de caprichos, sensiblerías, usos y costumbres y, sobre todo, de conveniencias, que los diversos responsables pueden utilizar a su antojo, para imponerse, y los demás para desestabilizar el orden social, por ejemplo.
De manera que, para andar siempre en perfecta armonía, externa e interna, digamos que el camino único es la Voluntad de Dios. Ella sola nos traza la acción y la omisión, pudiéndose deducir que lo que no esté claramente trazado por ella, está fuera de camino. Y ahora entendemos por qué el libro de la Santidad, como dicen los santos, lleva por título HACER LA VOLUNTAD DE DIOS.
Permitidme que deje para el siguiente capítulo el tema de la "acción divina" en nuestro diario quehacer.
Alfonso Gil González