Capítulo LVI
1994: la vida continúa.
Ya más tranquilo por la situación de su hijo, el padre Alfonso inicia el Año Nuevo ofreciéndolo al Señor, con el deseo de que sea pleno de vida para el sanado. Como así sucederá, a pesar de los vaivenes de las frecuentes revisiones, que siempre comportan algo de preocupación.
Estábamos aún en Cehegín. Sería, al día siguiente, cuando regresamos a Madrid por los mismos medios en que hicimos la ida.
El carpintero fue a casa para colocar los muebles encargados meses antes. Estuvo varios días en esa faena. El día 9, mi padre escribe:
“Señor, no podemos evitar que se acuerde de su enfermedad pasada, porque ha de seguir vigilando su restablecimiento. Pero Tú sí puedes hacer que él se recupere YA, para que seas glorificado en TODO. ¡Gracias, Señor!”
El 12, veíamos por televisión el caso de un chico cordobés que, enfermo desde siempre, era un ejemplo de optimismo, fortaleza de ánimo e ilusión. Eso ayudaría a su hijo a superarse a sí mismo.
Es curioso que papá, el 21, se dirija así en su oración:
“No me gusta lo que oigo, Señor. No son los hijos quienes tienen que dar ejemplo, sino nosotros a ellos.”
Al día siguiente, inició unas clases de repaso de latín a Olga, que era hija de María la confitera y amiga de mamá.
El 27 hubo Huelga General en toda España, aunque casi todo el mundo trabajó.
El mes de enero de 1994 se cerraba con el incendio del Liceo de Barcelona.
El 8 de febrero, mi padre escribe:
“Señor, comprendemos que esté raro, pues a cada instante se tropieza con el recuerdo de su pasada enfermedad. ¡Ayúdanos a ayudarle!”
Y añade, el 9:
“Señor que nuestra casa gire alrededor de Ti. Tú, el centro, luz y guía de nosotros y de nuestros hijos.”
La enfermedad de su notario, al que habían operado de un quiste en el cuello, hizo que el padre Alfonso le visitara varias veces. Estaba en deuda con él por muchos motivos. Máxime, cuando él estaba dispuesto a pagar todos los posibles gastos que hubiera generado la enfermedad de nuestro hijo.
El 15, a petición, nuevamente, de Eduardo Malvido, Hermano de la Salle, mi padre prepara un artículo de ocho folios sobre La familia, educadora de la fe.
Como, el 22, habíamos visto la película Francisco, el Juglar de Dios, al acostarnos hicimos una reflexión y oración sobre la misma. Al día siguiente, el padre Alfonso escribe en su diario:
“Señor, Tú me entiendes más que yo a mí mismo! No necesito más que mirarte, que decirte “Señor”. ¡Hágase tu voluntad!”
Todo un místico, mi padre, que, el 25 por la noche, tuvo una Eucaristía con los vecinos que se reunían en el 4º C, dos pisos más arriba del nuestro. A otro día, asistiría a un encuentro de Moceop, en Moratalaz, y, por la tarde, se acercaría a la Clínica de La Luz para visitar a Pepe el de Julita, operado de próstata, que era muy amigo nuestro.
El 28, a causa de la reacción de su hijo mayor, escribe nuestro padre:
“Señor, ayúdale. Que se sienta feliz de aceptar tu voluntad, para que su curación sea plena.”
Y así acabó el mes.
Ya en marzo, en su cumpleaños, da gracias a Dios y le pide que, aunque se resista, haga de él lo que quiera. Y pide por su sobrino Juan Ramón, bajo en plaquetas, aunque, posteriormente, se comprobó que ello le era congénito.
El 12, sábado, visita al Sr. Ruiz, aquel que le había colocado, hace años, en la empresa de maderas, porque estaba aquejado de un tendón del pie. Rezó con él en su casa.
En este mes, hace gestiones para la adquisición de un coche nuevo para la familia y que ayude a viajar más cómodamente. Y consigue un Nissan Serena. Era de ocho plazas, de color azul, cuya matrícula respondía a M-0545-PG. Con él viajaríamos, el 25 a Cehegín, para pasar allí la Semana Santa. El coche que dejamos se lo regaló a su cuñado Pedro en gratitud por su dedicación en el Hospital. Antes del Triduo Sacro, asiste a dos actos culturales, celebrados en la Casa de la Cultura: el 25, a la obra de teatro La Paz, de Francisco Nieva, que era una celebración grotesca sobre Aristófanes, interpretada por el grupo artístico del Instituto “Vega del Argos”; y, el 26, en el mismo lugar, a un Concierto dado por la Orquesta de Jóvenes de la Región de Murcia, con piezas de Beethoven y Mozart.
Moría, entre tanto, un compañero, aunque más mayor, y papá deja en su diario esta reflexión:
“Señor, vivimos el misterio de la muerte, la esperanza mezclada de temor y miedo. ¡Manifiéstate en tu poder amoroso, especialmente, para que te sirva y te sirvamos con el gozo y la paz que tu Espíritu nos regala!”
Yo participé en las Procesiones, pero mi padre, el 28, hubo de volver al trabajo, dejando escrito en su diario:
“Me pasa lo que a san Pablo. He de confiar como él y he de mantenerme humilde, para que Tú, Señor, y sólo Tú, seas glorificado.”
Muerte del amigo y luz lejana
El 31 de marzo de 1994 era Jueves Santo. Papá celebró la Eucaristía para las abuelas. Las Procesiones las veíamos desde la ventana de la casa de mi abuela Maravillas. Yo participé en algunas.
Habían venido, desde Tortosa, unos amigos de mi padre que eran de Teruel. Un matrimonio que celebraba, el 2 de abril, su aniversario de boda. En la Eucaristía celebrada en familia, renovaron su compromiso matrimonial. E Israel, como era Sábado de la Vigilia Pascual, renovó igualmente su profesión de fe en su decimoquinto aniversario de Bautismo. Al día siguiente regresaríamos a Madrid.
“Mamá –escribe mi padre- lleva unos días triste y silenciosa, Señor. ¡Algo habrá que hacer! No sé cómo ayudarla, a no ser con comprensión.”
Su amigo Pepe Hijas, padre del notario y magistrado del Supremo, se halla gravemente enfermo. Le aplican cobalto, porque tiene unos quistes en el hígado. Mi padre reza por él.
Por otra parte, la prima monja –prima de papá- es operada en el Sanatorio de la Milagrosa de un tumor en la matriz.
Hijas falleció el 13 de abril. Dios habrá premiado sus preocupaciones por nuestro hijo que, ese día precisamente, había alcanzado las cien mil plaquetas. Al día siguiente, mi padre enterró a su buen amigo en el cementerio de Parcesa, entre Alcobendas y Colmenar. En su funeral, celebrado en Caldeiro, mi padre cantó.
El 21, el padre Alfonso hace esta confesión en su diario:
“Necesito luz, Señor, para realizar lo que deseas de mí, lo que siempre me hiciste soñar desde niño. La verdad es que sólo he soñado contigo, sólo aspiro a fundirme en Ti.”
En mayo, en la Clínica Rúber, fue operado fray Maximiliano Jaramillo –Maxi-, fraile de los del Caldeiro, que nos tenía especial aprecio. Se le visitaría frecuentemente. Papá, el 9, escribe:
“También el hombre es un misterio: sus pensamientos, sus reacciones, su insaciabilidad… Pero Tú, Señor, quieres de cada uno de nosotros que se manifieste tu gloria. Empieza por esta tu casa.”
Y continúa, el 10:
“A veces pienso, Señor, que este diario es una estupidez. Que, a falta de noticias importantes, debiera usarlo sólo en hablar contigo. Pero Tú sabes que mi corazón siempre está en Ti.”
Ese día, hubo eclipse parcial de sol.
“Sólo Tú, Señor, puedes hacer lo que nos conviene. ¿Nosotros? Entender y aceptar que tu amor es lo único que nos hace personas humanas”, apuntaba el día 12.
El 23 de mayo, añadía:
“Sé que vivir en tu presencia es la mayor felicidad, Señor; pero eso que llamamos ausencia es el drama más incomprensible.”
Apunta en la jornada del 24:
“Me gustaría, Señor, que cada letra, cada palabra fuera para Ti. De hecho, cuando escribo en este diario, me siento más cerca de Ti, y sé que es así.”
Al acabar mayo, que había sido un mes de lluvia permanente, anota:
“¡Cómo pasa el tiempo sin que hagamos cuanto se debe por este necesitado mundo!”
De modo que, al iniciarse junio, dice al Señor:
¡Cuánto bien puede hacerse y de cuántas formas! He de buscar esas ocasiones. No entiendo el odio del mundo. El odio es el infierno y a él conduce.”
El 5 de junio, el torero de Cehegín, Pepín Liria, triunfaba en Madrid.
El 6, el chache Alfonso, hermano de mi abuelo Juan, al que no conocí, subía al cielo. Mi padre hace una anotación en su diario:
“Dice Dani: ¿Esa letra es tuya? Todo cambia, hasta la letra. No puedo creer se me haya perdido la orientación. Si Tú eres Tú, Señor, harás de mi vida y de la de mi familia lo que mejor nos convenga para tu gloria.”
El 12, se votaba en toda España para la elección de los diputados al parlamento europeo. Ganó el Partido Popular.
El 17, mi padre viaja a Cehegín con su hijo Daniel, para llevar a la Encarna del “Motolite”, que había estado unos días en Parla con su cuñada Isabel, operada del oído. Al regresar ellos a Madrid, el 19, se llevaron consigo al chache Pedro y a nuestra prima Isa. Papá les hará de taxista por la capital de España para que la conocieran bien, y por los alrededores, como El Escorial. Luego, el 24, los llevaría de nuevo a Cehegín, donde mis hermanos iniciarían sus vacaciones estivales. Ese día, hay un deseo intenso en su diario:
“Señor, debo encontrar mi camino en este mundo y en esta Iglesia.”
Lo que vuelve a repetir en el día 26. Y termina el mes con estas palabras:
“¡Con qué facilidad, Señor, manejamos tu Nombre! ¡Tu voluntad! ¡Cómo te hacemos a nuestra imagen y semejanza!”
Quienes conocen al padre Alfonso saben de qué va. Siempre ha vivido y vive con el deseo de una entrega mejor, que no mayor, pues más no puede, a la voluntad de Aquél a quien tanto ama.
Para alabanza de Cristo. Amén.