Capítulo XLIX
La visita del chache Pedro
Día 29 de enero de 1993: “La biopsia realizada, esta mañana, en la encía superior ha sido una estación más de su largo vía crucis. Dicen algunos: ¿Sabe que puede morir? Sí, porque todos tenemos que dar ese paso. Mas ahora, Señor, espera vivir. ¿No le has oído que aspira a un trabajo humilde? Sí, Dios nuestro, quiere vivir. Tú no eres la fatalidad. Tú eres la felicidad, porque eres la Vida. Dale lo que Tú eres para que sea lo que Tú quieres.”
A partir del día 30 de enero, algo va a cambiar en el vía crucis de nuestro hijo, y es el cirineo que le vino de Cehegín, nuestro chache Pedro, que se va a quedar unos tres meses, y va a poder relevar a su cuñado Alfonso para que éste vuelva al trabajo de la notaría. El notario, Hijas Fernández, que lo ha visitado varias veces en el Hospital, le dice que no vuelva al trabajo hasta que su hijo salga del peligro, porque eso es lo que yo haría si tuviera así a mi hijo. Pero volvió en febrero. Sabía que quedaba en buenas manos, y él también lo sabía.
30 de enero: “Se animó con la visita de su tío Pedro. Sé que también es es gracia tuya, Señor. Sí, Tú eres el arquitecto constructor del templo de su cuerpo. Y Tú harás, como hasta ayer, que su cuerpo sano produzca células sanas. Basta una orden tuya – a Quien el viento y las aguas obedecen-. Señor, aumenta mi fe, la suya, la de su madre, la de todos cuantos Te necesitan, y que se realice, una vez más, el milagro de tu amor.”
Día 31, domingo: “Asistimos a Misa, en Caldeiro, por nuestro hijo, como cada semana. “¿Qué quieres que te diga, Señor? Tengo una pena casi infinita por él, más hijo tuyo que mío. Me duele su dolor, su silencio, la sinrazón de su enfermedad, su lógica perplejidad, su paciencia, su esperanza, su fe en Ti… Todo me duele, Señor. ¿Sabes? Hasta tu amistad me duele. Porque todo esto me parece una jugarreta de mal gusto. Pero, perdóname. Sé que a Ti también te duele. En Ti confío.”
El padre Alfonso ha estado a punto de derrumbarse. Su inquebrantable amor a Jesucristo lo ha sostenido cada día de su vida, también ahora. Aunque vuelva al trabajo, va a seguir, día a día, noche a noche, los pasos evolutivos de la enfermedad de su hijo. El notario le pagó el mes de enero como si lo hubiera trabajado. Ya no hay gente así de coherente, o casi ya no la hay. Dios se lo pague a él con creces.
Día 1 de febrero. Papá vuelve al trabajo. En su lugar, como apunté más arriba, se va a quedar en el Hospital nuestro tío Pedro, hasta que el padre Alfonso regrese a casa. Y la sorpresa de hoy será mayúscula. Así lo deja escrito: “Cuando estaba en franca mejoría, Señor, una crisis convulsiva, provocada por un derrame cerebral, nos lo pone al borde de la muerte.”
Mientras cenaban en casa, mi esposa me llamó diciéndome que subiera hasta el Hospital, que ya nada más podía hacerse. Dejamos la cena y se acercaron presurosos al sanatorio. El P. Alfonso confió una vez más, y le dijo a su cuñado Pedro que no había que preocuparse, que su sobrino estaba fuera de peligro. ¿Cómo lo supo? Y sigue escribiendo en su diario: “¿Qué pretendes, Dios mío? ¿Es que no sirve de nada la oración de súplica? ¿Es que es inútil pedirte la salud, la vida? Sí, ya sé, lo primero tu Reino y su justicia. ¿Acaso Tú reinas entre los muertos? ¿Tu justicia no busca la vida plena? ¡Qué lío, Señor, qué lío en mi pobre cabeza! Escucha, al menos, a los demás.”
Y la crisis pasó. No había explicación médica, pero pasó y, en veinticuatro horas, todo volvía a la normalidad. Anotaba el 2 de febrero: “Gracias, Señor, por la mejoría general de nuestro hijo, en especial de la crisis de anoche. Hoy estuvo adormilado todo el día. Apenas pudimos hablar. Nada importa, si es para su bien.”
Dicen que, cuando le vino la crisis del derrame, Julián, un enfermo de leucemia, de cuarenta años, que estaba a su lado, saltó de la cama para reanimarle. Poco tiempo después, Julián fallecía, como los demás de esa planta del Hospital. Nuestro hijo le solía decir: No te preocupes, yo rezaré por ti.”
Sigue escribiendo: “Mañana, Señor, le harán nuevo estudio de la médula. Que siga regenerándose limpiamente. Que, pronto, toda su vida se transforme en un canto de gratitud y alabanza por el amor sobre él derramado.”
La visita de Paco
3 de febrero de 1993.
“Si es verdad el texto de Hebreos (14,4-7.11-15), mucho has de amarle y a su familia para que así nos reprendas. Mas, nuevamente, quiero darte las gracias por el día que ha pasado, y porque ha cenado después de veintisiete días. Ya no juegues más al escondite. Muéstrate diáfano y seguro, para que su vida sea diáfana y entregada a tu servicio. ¡Gracias, Señor!”.
4 de febrero.
“Señor, sigue la mejoría de ayer. Aún tiene miedo por el derrame cerebral de la otra noche y por los puntos de la boca que le quitarán mañana. Es decir, ¡sigue ayudándole! Algún día, conoceremos el misterio de todo, en especial del dolor. Pero, ahora, danos la fuerza de fiarnos totalmente de Ti.”
Hubo un hombre, llamado Paco, feligrés de la Parroquia de Nuestra Madre del Dolor (Caldeiro), que iba, cada día, después de su trabajo, hasta la puerta de nuestro hijo, y allí se quedaba, sin entrar, todas 1as tardes, por si necesitaba o necesitábamos algo. Como ya está en el Cielo, habrá podido comprobar cómo paga el Señor a los que amaron a un niño como el nuestro. A ello hace referencia el día 5 de febrero, cuando escribe:
“Bien sabes, Señor, por qué vuelvo a darte las gracias: continúa su proceso favorablemente, y se siente curado. Pero, debo agradecerte, en este mes de enfermedad, las atenciones de médicos, enfermeras y auxiliares; los donantes de sangre; la respuesta creyente de Caldeiro, del Colegio, de los amigos, de los familiares…; las cartas recibidas y las llamadas de teléfono; sobre todo, las innumerables oraciones de tanta gente, de cerca y de lejos. Todo ello es obra tuya, Señor. ¡Gracias!”
Y añade, al día siguiente:
“Nuevamente, gracias, Señor, por su recuperación. Que, sano, sea el zagal que te ayude a recoger y alimentar las ovejas perdidas de tu rebaño. Gracias, por las visitas, por los amigos y familiares que le ayudan a no sentirse solo: Cesi, Pedro, Paco, Maita, Paquita, Reme, Pepe, Gonzalo… Gracias, sobre todo, por aquellos que en Ti ponen su confianza.”
En este tiempo, estaba en la habitación 610. Si quiere, ya puede ver la televisión. El alquiler de una semana cuseta 1.955 pesetas. Le distraerá a él y a su acompañante.
Día 7. El padre Alfonso escribe:
“Sigue avanzando, Señor. ¡Gracias, otra vez! Dicen los médicos que, pronto, estará en casa. No te enfades si te pido, Jesús mío, que venga totalmente curado. Que pueda decir a todos, en especial a los más incrédulos, que has sido Tú quien le ha devuelto la plena salud. Y crean y te amen.”
Hacía un mes exacto de su ingreso en el Hospital de la Princesa. Su padre es consciente de lo sucedido y de lo por suceder. Quisiera evitar el futuro. Y, una vez más, es su familiaridad con Jesucristo la que le hace escribir en su diario del 8 de febrero:
“Mi boca te canta jubilosa: Tú eres, Señor, el médico su médico. Sí, ha terminado su ciclo de inducción. Pero, si se ha curado, Tú puedes evitar el ciclo de estabilidad y el posterior trasplante. Deja boquiabiertos, Señor, a los médicos, viendo cómo la fe y la oración de fe todo lo pueden. Pero, si también está tu mano en lo que los médicos hacen… ¡que te toque para que quede curado! (Marcos 6,53-56)”
¡Qué lucha con los médicos! No quería se pasaran un ápice en el obligado protocolo que debía aplicarse a su hijo. Y, el 9 de febrero, escribe:
“Ha vuelto a sonreír. La sonrisa de un niño es un buen evangelio para este mundo, cada vez más triste. Que no la pierda, Señor. Que proclame tus grandezas, y en ello halle la mayor felicidad. Que quedemos contagiados de tu presencia salvadora, dándonos más a quienes sufren por cualquier motivo. ¡Gracias, Señor!”
Día 10 de febrero:
“Estoy impaciente, Señor, por verlo en casa. Dicen que será pronto. Te confieso que tengo ese miedo de su recaída posible. Tú me entiendes y me das la fortaleza para saber que está seguro en tus manos. ¡Gracias por hoy! ¡Gracias por ayer! ¡Gracias por mañana! Sí, Señor. He sido duro y sincero al pedirte, casi exigiéndote, la salud. Pero Tú sabes que, también, soy sincero para agradecértelo.”
Y añade el día 11:
“¡Lo que hacen, Señor, las ganas de que venga pronto a casa! Parece que ese día nunca llega, cuando ya el niño está mucho mejor: come más, pasea más, lo medican menos. Pero estamos deseando verlo en casa. El ala de hematología está llena de enfermos como él. No defraudes las esperanzas de los que en Ti confían, que bien sabes el terrible dolor de lo que allí se ve y se vive. ¡Gracias, Señor!”
En alabanza de Cristo. Amén.