Capítulo LI
Un nuevo milagro
Día 3 de marzo de 1993.
“Sigue bien. ¿Qué es la fe, Dios mío? Sí, fiarse de Ti. Dejarnos en tus manos, a sabiendas de que nada ni nadie te es ajeno. Pero hay en el Evangelio una fe que mueve montañas, que trastoca el orden normal de las cosas naturales. Necesitamos, también, esa fe. Necesita esa fe.”
Día 4.
Sigue en perfecto estado. Señor, no hago más que responder al texto de Mateo 7, 7-12. Y, por ello mismo, porque tu palabra no puede ser engañosa, su salud está garantizada. El problema es que los médicos no se dejan llevar del Evangelio, y hay que abrirles los ojos de otra manera. ¡Tú dirás!”
Este mismo 4 de marzo, volvió de Cehegín el chache Pedro para seguir estando con él, mientras el padre Alfonso tenía que estar en el trabajo. Su presencia fue de gran ayuda en su recuperación. Quizá, la “señal” que yo pedía y exigía al Señor.
Día 5.
“Señor, está en el Sanatorio. Va a hacer pronto dos meses ya. ¿No te parece que, estando como está bien, no sea peligroso seguir en manos de los médicos? Yo sé que quieren su bien, su salud, pero no parece les entre en la cabeza que Tú eres su bien y su salvación. Y mi ignorancia no me permite sacarlo del Hospital, porque sólo Tú sabes cuándo y cómo hacerlo. Debo esperar.”
El día 6 era sábado. Unos amigos de casa celebraron en Caldeiro sus Bodas de Oro de casados, y el padre Alfonso les cantó, a palo seco, el “Ave Maria” de Gounod. Eso fue posible, dada la mejoría de su hijo. No obstante, el resto del día lo pasó con él. Ellos dos sabrían la clase de conversación que solían mantener en el Hospital. La de este día se deduce por lo que escribe:
“No quiere estar más en el Sanatorio. No entiende qué hace allí, si está curado. Yo le digo lo que sé, pero Tú, Señor, tienes la última palabra, y sé que no quedaré defraudado.”
En esta semana, se va a volver a repetir un extraordinario milagro, que narraría con la mayor naturalidad, contando todo el proceso de este agravamiento en la salud de nuestro hijo.
“Hay que reconocer que, a pesar de todo, eres un Dios escondido. Al menos, aparentemente. Está mejor, supongo. Pero, hoy, 7 de marzo, la fiebre le subió a 40 grados, y eso no le es muy agradable. Dice el médico que es natural, como reacción a la quimioterapia. Te estoy muy agradecido, Señor, porque veo que el milagro es la vida misma. Y vive. Y se siente curado, vivo, como cualquier sano. Y sólo Tú eres su garantía.
Nuestro hijo, que pasó ayer con mucha fiebre, hoy está mucho mejor, aunque le han dicho que no coma, hasta ver de qué viene la hinchazón del vientre. Yo lo llevé al WC y se quedó mucho mejor. Los médicos pensaban que pudiera tener peritonitis. Sí, Señor, Tú eres compasivo con él y con sus padres. Sabemos que es la compasión la moneda que deseas aceptar de nuestra parte. Sí, estoy convencido que el camino del cielo se llama Misericordia. ¡Gracias!”
Como cada día, el padre Alfonso lee las lecturas litúrgicas correspondientes y, a veces, expresa por escrito algún comentario. Hoy lo hace así:
“Si los pecados puedes limpiarlos así, como dijo Isaías (1,10.16-20), ¿qué no podrás hacer con las enfermedades y sus efectos? Él necesita la señal para no volver al Sanatorio más. Hoy está sin fiebre, pero con las molestias de los gases que no sabe o no puede eliminar. Y le hacen radiografías y ecografías. Y da la sensación, Señor, de que los médicos también van a ciegas. Dice que pida por él, esta noche. ¿Qué te diré ya, Señor, que Tú no sepas? ¡Sácalo definitivamente del Hospital”
Es asombroso cómo sigue su proceso patológico. Es todo un tratado de la observación de las consecuencias del tratamiento, que seguramente algunos médicos no lo harían mejor.
“El líquido estacionado en el vientre ha obligado a ponerle a una sonda para su extracción. Una prueba más, un sufrimiento añadido a su inexplicable enfermedad, de la que debes sacarle, Señor, victorioso y para tu servicio. ¡Qué gran fracaso si, tras tanto dolor, tanta súplica, tanta esperanza, sólo hubiera derrota! Sería insoportable. Pero Tú, Señor, eres fiel. ¡Gracias te sean dadas eternamente!
Si es verdad lo de Jeremías 17,5, está salvado. Pero apenas tengo ganas de hablarte, Señor, cuando veo que va de complicación en complicación. Y los médicos como lavándose las manos. Eso sí, haciendo lo que saben. ¡Ay, Señor! Ya está bien de que tu hijo acumule tantos problemas. Haz desaparecer ese líquido del vientre. Hoy, él es ese pobre Lázaro que te mendiga la salud. ¿Serás Tú más duro que el rico Epulón? (Lucas 16, 19-31)”.
La preocupación deja en segundo término el dichoso aniversario de su ordenación sacerdotal, que es, precisamente, el 11 de marzo. Los argumentos que esgrime, hablando con el Señor, son igualmente asombrosos: “tu hijo”, “más duro que el rico Epulón”, etc… Pero jamás pierde la confianza y el agradecimiento. Así escribe al día siguiente:
“He comprendido esta noche, Señor, que te vuelcas más hacia el ser humano cuando más amor y diligencia pone el hombre a favor de los demás. Sí, gracias. Tú has querido se le cayera la sonda, y su padre hablara con los médicos para que ya no se la pusieran y reconocieran que su vientre estaba sano otra vez.”
Es curioso que el padre Alfonso no narre el milagro, el nuevo prodigio. Se limita a dar gracias al Señor, porque ellos dos, Dios y él, saben entenderse perfectamente. Yo sí sé lo que pasó. Dice que papá y él entraron en el aseo. Y papá le dijo: Siéntate en el WC, e inténtalo, mientras yo rezo, sentado frente a ti. Cuando los dos salieron del cuarto de baño, ya estaban los médicos esperando a la puerta para bajarlo al quirófano, pues se hacía insoportable una situación así, y tanto tiempo. Pero, dirigiéndose a ellos, les dijo: Examinadle y veréis que está perfectamente. Y los médicos comprobaron que ya no tenía la hinchazón ni síntoma alguno del mal.”
Cumpleaños y vuelta a casa
Día 13 de marzo de 1993.
“Sí, Jesús. Yo quiero alegrarme, como el padre del hijo pródigo, con la vuelta a la salud plena (Lucas 15,1-3.11-32). Sí, sé que Tú eres, mi Dios, ese Padre. Un día volveremos a tu casa definitivamente. Que experimente lo que es volver a esta casa, donde vislumbre la hermosura y la acogida de la del cielo.”
Todos los días le hacen, al menos, una radiografía. El chache Pedro sigue con él para que descanse mamá. El día 14 era su cumpleaños, y cumplía, precisamente, 14. Fue un día muy bueno para él. Le llevaron la Comunión. Papá comulgó con él. Era, además, domingo. Tuvo muchas visitas y recibió muchos regalos. El padre Alfonso escribe:
“Ahora resulta, Señor, que para que te dé agua de beber (Juan 4,5-42), Tú necesitas darle el agua de la salud. Él sí que está sediento de salvación. Y si la recibe plenamente, también la podrá trasmitir al resto de los que la necesitan. ¡Gracias, Señor Jesús!”
Y añade, el 15:
“Manda a se bañe setenta veces siete (2 Reyes 5,1-15), pero quede limpia su médula y fuerte su sangre y su salud. Perdona que estén comprometidos los niños en la oración por su amigo, para que Tú, que a ellos no puedes negarte, quedes como único y válido responsable de su curación. ¿A cambio? Sí, Tú no quieres chantaje. Ni sacrificios, ni holocaustos. Quieres siempre misericordia. Pues haz que no viva él, ni nosotros, sino para la misericordia. ¡Gracias, Señor Jesús!
Sí, Señor. Yo sé que Tú no romperás tu alianza, y que esa fidelidad es su mejor garantía. Como también para mamá, que dicen ha de ser operada de nuevo de cáncer de tiroides. Ambos están en tus manos, Señor, y sólo tuya es la garantía de su curación. Manifiéstate a ellos, aun por medios inesperados, porque todo es tuyo y está a tu disposición. ¡Que vuelva pronto a casa!”
El padre Alfonso acababa de leer el texto de Daniel 3,25.34-43, y el de Mateo 18,21-35. Ese grito de ¡vuelva pronto a casa! Le fue contestado al día siguiente, pues volvía, otra vez, a casa, tras el mes de su segundo ciclo de quimioterapia. Regresaría al Hospital el día 29, día en que, también, atenderían en consulta a su madre y decidirían sobre qué hacer con lo que le quedaba de tiroides. El chache Pedro aprovechó para marchar a Cehegín, y contaría las maravillas de las que ha sido testigo en este tiempo. Ya en casa, día 18 de marzo, papá comenta a Jeremías 7,23-28:
“Eso queremos, Señor, que Tú seas el Dios de nuestra casa y que toda ella sea tuya. Señor, no tiene facilidad para hacer de vientre. Ayúdale. Está llorando, porque le cuesta.”
Ese mismo día, asistió su padre, en Alcobendas, al funeral por el hermano de un compañero de la notaría.
Día 19. San José.
Sigue atendiendo, en casa, las llamadas y visitas que le hacen. A nuestro padre le regalamos un compact disc portátil, un pisapapeles y una tarjeta por el Día del Padre. Él le dedicó un soneto, que trascribo:
Ha tres meses que el alma adormecida/me tiene pensativo de la muerte./Ha tres meses buscando que tu suerte/se me ponga de parte de la vida.
Ha tres meses que tengo por comida/de las lágrimas el pan, y por verte/de nuevo como ayer, tan sano y fuerte/hiciera mi equipaje de partida.
Ha tres meses que vivo moribundo/tan sólo con plegarias balbuciendo/a la espera del hecho prodigioso.
Ha tres meses que nada de este mundo/sino estarme contigo desviviendo/podría parecerme tan hermoso.
“Sé que la vida no vale la pena, si no es para entregarla a tu proyecto, Señor. Por muchos que sean los años, todo es vacío sin Ti, si Tú no los has llenado de tu amor y de tu luz. De poco servirá que viva, si no descubre el sentido de la vida, aquello por lo que únicamente vale la pena vivir. Señor, si vive, que su vida sea VIDA.”
El día 21 de marzo estuvo repleto de visitas. Antes de cenar, el padre Alfonso nos leyó y comentó el Evangelio del día, es decir, Juan 9,1-41. Y, luego, escribió en su diario:
“Sí, Tú eres la luz de los hombres que te aceptan. Sé la luz de los médicos que le atienden, para que no vayan más allá de lo que deben.”
Tras el “puente” de San José, vuelvo al trabajo. Mi hijo, desde casa, acude al Hospital para una sesión de radioterapia. E igual hará al día siguiente, 23, que será la última. Los médicos le regalarían el casco protector. Su estado es magnífico.
Para alabanza de Cristo. Amén.