Escuchando a la cananea
Mateo y Marcos narran esta emocionante escena de una mujer pagana que se acerca a Jesús para pedirle la curación de su hija. Es impresionante el silencio de Jesús, hasta el punto de que sus discípulos le piden que le haga caso, que no para de ir tras ellos con la misma súplica: “Ten piedad de mí, Señor, hijo de David: mi hija está malamente atacada por un demonio”. Lo desconcertante es que Jesús le respondiera que él había venido a las ovejas perdidas de Israel. Pero ella, ni corta ni perezosa, se acercó, se puso de rodillas ante él y le dijo: “Señor, ayúdame”. “No es bueno, le contestó, tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros”. ¡Terrible prueba para la mujer que reaccionó de la siguiente manera: “Cierto, Señor, pero los perros pueden comer las migajas que caen de la mesa de sus amos”! Entonces Jesús le dijo: “Mujer, grande es tu fe; hágase como quieres”. Y la hija quedó curada en ese mismo momento.
Pensaba hacer comentario, pero que cada cual saque su conclusión y vea cómo reaccionaría en lugar de esa mujer. ¿De qué no es capaz una madre por su hijo?
Alfonso Gil González