Capítulo LV
Por fin, la liberación
Agosto de 1993 lo compartiría entre el hospital y la casa. El padre Alfonso estaría con él todo el tiempo posible, y sus palabras nos reflejan la evolución tras el autotrasplante.
“Señor, si sigue tan bajo de defensas, corre un grave peligro. ¡Ayúdale, pues confía en Ti! ¿Por qué te haces tanto de rogar? Repara la naturaleza que has creado con perfección. Acuérdate de cuantos con él están en el sanatorio, y de todos los enfermos.”
Eso escribía el día 2, para continuar el 3:
“Señor, ten piedad. No vaya a decir la gente que confié en un dios sordo. Todo me resulta vacío. Pero tengo mi esperanza en ti, Jesús, y sé que no me veré engañado.”
Empezaron a ponerle inyecciones para estimular su médula. La doctora dice que está bien y que lo enviarán a casa próximamente, no sin antes aumentar sus defensas.
El 5, papá escribe en su diario:
“Señor, si viene a casa, que lo haga bien fortalecido. Tú debes fortalecerle, pues no sé si los médicos saben todo sobre él. Tú, sí.”
Papá se traía de la notaría trabajo a casa, para suplir, de algún modo, las horas y días en que la bondad del notario le permitía pasar con su hijo. Y es que pasa estos días en el hospital sin señales evidentes de crecimiento de sus defensas, aunque su estado general es muy bueno.
Escribe, el día 7:
“Señor, veo a nuestro hijo como estancado en su recuperación, Su rostro refleja la lentitud de la médula trasplantada. Señor, remata tu obra de salvación, y que su vida te dé la gloria que yo no sé darte.”
“Nunca pensé, Señor, que la barca de mi casa iba a estar tan en apuros como ahora. ¡Ten compasión de nosotros!”
Así escribía el 8, domingo, tras la Comunión que mi madre les llevó a los dos. El 9, siguieron por televisión la proclamación como rey de Alberto II de Bélgica, hermano del difunto Balduino I, que había fallecido santamente.
Como nosotros estábamos en Cehegín, con nuestros chaches Franco y Paquita, mi madre les envió quince mil pesetas para ayuda de nuestros cuidados.
El 12, escribe el padre Alfonso:
“Señor, presiento que debemos descubrir más tu presencia salvadora en cuanto nos acontece. De no descubrirte, nuestra vida sería un caminar a ciegas. ¡Qué ciega la filosofía cuando habla de Ti! ¡Qué hermosa tu realidad, según tu Hijo, si conseguimos experimentarla como Él!”
Y añade al día siguiente:
“Con motivo de lo del muchacho, Señor, este año, he hablado más contigo. Alguien diría que he hablado conmigo mismo. Pero, Señor, ¿qué hay de oculto en tus criaturas, que no conozcas? Porque, si algo se Te ocultara, ¿qué sabrías Tú de él y de tantas súplicas por él a Ti elevadas? Mantén su fortaleza y aumenta sus defensas en la sangre, que miedo da su estancia prolongada en el hospital.”
“¡Qué conversación tan dramática, Señor –escribe el 14- con un niño como él! Sé que todo lo entiende, pues le tienes bien asido de la mano. ¿Gracias, Señor!”
No sabía mi padre que este fin de semana sería el último de su hijo en el hospital. El 15, que era domingo y festividad de la Asunción de la Virgen, le dice en una plegaria:
“No puedes estar en el cielo, Madre de Jesús y nuestra, con olvido de los que aquí aún estamos. Por eso, hoy, te pido que ejerzas sobre él tu especial protección materna, y caminemos todos en casa hacia la del Padre de todos.”
Y, el 17, por fin, salió del hospital, a las 4 de la tarde, y llamó a su abuela Maravillas, la de Cehegín. Sí que tendría que volver, de vez en cuando, al hospital para sus revisiones; pero papá las garantizaba poniéndole las inyecciones de estímulo de la médula, según le habían indicados los propios doctores. El fuerte calor del verano le impedía descansar bien y, cada tarde, al caer el sol, mi padre lo sacaba de paseo. En la primera revisión, hecha el 20 de agosto, ya habían aumentado todas sus defensas. Mi padre guarda en su diario todos los justificantes de cada una de las revisiones.
El 22, se celebró la Eucaristía en familia. Se clausuraba, ese día, en Alcobendas, el III Congreso Internacional de Curas Casados. Y también pidieron por él. Al siguiente día, visitaba a mi padre un tal William Manseau, que era el presidente de CORPUS, en Estados Unidos. Cenó en casa y rezó por su hijo.
No obstante el mejoramiento evidente, el 25, le pusieron dos bolsas de sangre en el hospital. Había que ayudarle. De hecho, se le retiró la ayuda de las inyecciones para la médula.
El 27, baja a Cehegín para recoger a mi hermano y a mí y regresar a Madrid. Al hacerlo, dejamos en su casa de Parla a un amigo.
Acabó agosto con todos en casa, y él mejorando con seguridad.
Locura monjil
Ya en casa, los meses de septiembre a diciembre de 1993 trascurren con normalidad. El padre Alfonso recupera el trabajo normal en la notaría. Ya no escribirá tanto sus súplicas al Altísimo, pero no pasará día en que no Le dé gracias. Sin embargo, la recuperación será larga e, intermitentemente, tendrá que hacerse revisiones. El día 3 de septiembre, recibe la noticia de que tiene aprobado el 8º de EGB y puede matricularse en BUP.
El 7 de septiembre, nos enteramos de que una de las monjitas, Hija de la Caridad, de las que atienden en el Hospital de la Princesa, y allí vivían, y que visitaba casi a diario a nuestro enfermo, se arrojó desde la terraza del sanatorio, falleciendo en el acto. No pudo superar su estado de depresión en que se hallaba hacía tiempo. Se llamaba Sor Presen. Estamos seguros que Nuestro Señor, a quien se entregó de por vida en el servicio a los enfermos, la cogería en sus brazos paternales. Nunca se lo dijimos a él.
El 10, en la iglesia parroquial del Caldeiro, asistíamos a la Misa funeral por el poeta Andrés Molina Moles, letrista de Marifé de Triana, que había fallecido el 1 de agosto pasado. Mi padre leyó su última poesía. Nos unía a él una gran amistad.
El 16, papá, que se había resfriado, se retiró a casa de su suegra para no crear problemas de salud, aún bajo en sus defensas. Allí estaría el resto de la semana. De hecho, el 22, como estaba previsto, le trasfundieron sangre y le hicieron una aspiración de médula. Todo bien.
El 25, papá inicia la lectura de la última encíclica, hasta entonces, de Juan Pablo II, El esplendor de la verdad. Por cierto que, el 2 de octubre, le dirigió una carta al Papa, de la que aún espera respuesta. Seguía preocupado por resolver la situación de los sacerdotes casados, privados de su ministerio.
El 5 de octubre, volvería al Hospital para que le aplicaran un antibiótico que frenara la infección producida por el catéter que tenía fijo para cualquier emergencia. Le pondrían cuatro dosis y, por fin, el 8, le extraerían el catéter. Ha empezado el nuevo curso escolar y ya se halla normalizada prácticamente su situación.
El 21, moría nuestro amigo de casa, Arturo, esposo de Pepa, la prima de nuestro chache Franco. Era un hombre entrañable que, en su día, ayudaría a mi padre a comprar y colocar las rejas de palmera que teníamos en las ventanas.
Ese mismo día, el padre Alfonso iniciaba con el grupo de vecinos la catequesis semanal, dedicada, este curso, al Evangelio de san Juan. Naturalmente, también continuó con la lectura que, cada noche, nos hacía al acostarnos. Suele terminar el día muy cansado, aunque su salud se ha fortalecido poderosamente, si bien no toma ni fruta ni leche, a pesar de la recomendación paterna. No obstante, en la revisión del 4 de noviembre, ya había alcanzado los cuatro mil leucocitos y treinta y tres mil plaquetas.
El 7 de noviembre, domingo, asistimos todos a la Eucaristía de las 12, en Caldeiro. La gente aplaudió la presencia del trasplantado, tras tantos meses de enfermedad. Nuestro padre cantó maravillosamente, como cada domingo. Igualmente, su hijo volvería, el 10, al colegio, tras diez meses largos.
El 22, volvería al hospital para que le hicieran un encefalograma, cuyo resultado fue bueno. Pero deberá seguir algún tiempo con la medicación. Poco a poco, todos sus compañeros de hospital se iban yendo al cielo. Nuestro padre escribe: “¡Gracias, Señor, por su vida! ¡Que sea para Ti!”.
El 29, deja en su diario:
“Se puede pasar sin escribir, pero un Diario es muy útil para uno mismo y para los demás, aunque apenas digamos cosas importantes, o lo importante apenas lo expresemos”.
Como en el mismo diario refleja papá la música que escuchábamos cada día, le pregunta mi hermano que por qué lo anota. Y le contestó:
“La música es de lo más divino que hay en el hombre. ¡Qué triste el día en que ya no se oyera a Bach, Mozart, Vivaldi, etc…!”
El 4 de diciembre, reunión de mi padre en el “San Pío X” con el grupo Paz y Comunidad. Ellos y nosotros comimos juntos en el restaurante Soria de la calle Bocángel. Esa reunión se prolongaría al día siguiente, con celebración de la Santa Misa.
No sé por qué, papá escribe, día 7:
“Parece que un simple detalle pueda dar gozo, pero, a veces, ese detalle, mal interpretado, se rebela contra el detallista.”
El 14, el padre Alfonso resalta un texto impreso en su diario agenda:
A media noche, el hombre dijo: “Ha llegado la hora de dejar mi casa y de buscar a Dios. ¿Quién me ha tenido engañado tanto tiempo?”
Dios le respondió, sereno: “He sido Yo”.
Pero el hombre nada oía. La madre dormía dulcemente, con el niño en su pecho, a un lado de la cama del hombre. El hombre, mirándoles, dijo: “¿Quiénes sois vosotros que me habéis engañado durante tanto tiempo?”
La voz de Dios volvió a hablar: “Ellos son Dios”.
Pero el hombre nada oía. Y el niño y la madre seguían durmiendo.
Dios le dijo: “Detente, necio, y no dejes tu hogar.”
Pero el hombre nada oía.
Y Dios suspiraba tristemente: “¿Por qué querrá venir a Mi, abandonándome?”
Era un texto del poeta hindú Tagore, que comentamos en familia.
Con la proximidad de la Navidad iban viniendo los Christmas y otras felicitaciones. Con ellos se ha adornado siempre el árbol navideño. Este año, con más razón.
El 18, se celebró en la Parroquia el Festival de ancianos, en el que papá solía colaborar cantando.
El 20, hubo una charla de mi padre en el “San Pío X”. El hermano Eduardo Malvido le había invitado a hablar sobre su experiencia humana y cristiana de la enfermedad de su hijo.
El 24, viajamos todos con papá, menos mamá y él que lo haría en el Talgo. A 150 km. se nos despegó el tubo de escape y, remolcados, nos llevó la grúa hasta La Almarcha, donde lo arreglaron. De manera que llegamos a Cehegín bien tarde.
El 26, acompañado de los hijos de su amigo Agustín Hidalgo, papá hubo de regresar a Madrid para trabajar al día siguiente. A los chicos los dejó en su casa de Parla.
Como se acatarró un poco en la huerta de su chache Pedro, el padre Alfonso escribe:
“¿Por qué el dolor nos acerca más al trato con Dios? ¿Por qué no podemos hablar con Él sin hacerlo con nosotros mismos? ¿Por qué su voz sólo viene a través de los demás?”
Para continuar, el 29:
“No me conozco, Señor. Pero te agradezco que siga siendo un niño. Está resfriado, Señor. Que no se le complique, que salga pronto de su enfriamiento.”
Y el 30:
“Señor, me parece mentira este año que se acaba. Para nosotros ha sido la gran prueba del desierto. Para… Que el próximo redunde en mayor gloria tuya y bien de tus hijos.”
Y, el 31, volvería a Cehegín para pasar la Nochevieja con nosotros.
Así cierra su Diario de 1993:
“Nadie como Tú sabe, Señor, lo que ha sido este año para nosotros. Pero ¡gracias por tu amor vivificante!”
En alabanza de Cristo. Amén.