En casa de Simón el leproso
Mateo, Marcos y Juan narran esta escena. Los dos primeros dicen que fue en casa de Simón el leproso. Juan, en cambio, dice que tuvo lugar en casa de los hermanos Lázaro, Marta y María. Los tres la sitúan en la aldea de Betania. Por el contexto, los tres evangelistas se están refiriendo a un mismo lugar y a un mismo hecho. Incluso los comentarios que se hacen con motivo de ese vaso de alabastro que María rompe para ungir los pies del Señor son casi idénticos, y la respuesta de Jesús de que esa acción siempre sería recordada a través del tiempo.
Si mantenemos que los hermanos de la casa son Lázaro, Marta y María. ¿no podría ser que el dueño de la misma fuera Simón el leproso, es decir, el padre de los tres hermanos, posiblemente viudo, curado algún día por el mismo Jesús, en agradecimiento de lo cual, Jesús fuera tratado allí con tanta familiaridad? Podría ser.
Pero, volvamos al hecho. Jesús está en casa de Simón y, antes de ponerse a comer, la joven María rompe un baso de alabastro con cuyo perfume lava los pies de Cristo y los enjuga con sus cabellos. Un acto de amor y de servicio que nunca será olvidado. Los leguleyos se escandalizan, porque era una pecadora de agárrate que hay curva; los envidiosos, porque de esa acción no les llegó más que la olor embriagadora; los enteraos, porque ¡hay que ver qué despilfarro, con la cantidad de pobres que podrían haber comido con ese dinero! Y Judas, porque era un ladrón con deseos de tener ese dinero en su faltriquera.
Total, que el único que entendió un gesto de amor tan grande fue quien se sintió tan grandemente amado. “Porque mucho ama quien mucho se le perdona”. Y eso lo sabemos tú y yo, pero el resto se va por la sociología.
Alfonso Gil González