Capítulo LIX
Cambios en la Notaría
Con el inicio de 1995, el padre Alfonso anota en su diario:
“Gracias, Señor, por el nuevo año que nos concedes. Que sea para tu gloria. Que, por fin, haya más luz en la esperanza de estos años.
Me gustaría que este año, Señor, fuera especial: con paz, con gozo, con libertad… Tú sabes lo que necesito.
Señor, a veces, no me conozco, ni siquiera físicamente. Me encuentro mayor, serio, vencido… Yo sé que Tú sacarás adelante tu obra.”
El 4 de enero, sigue diciendo:
“No puedo pensar en Dios sin recurrir a Jesucristo, su Imagen, su Palabra, su Encarnación. Sin Jesús, Dios se volatiliza, queda en la pura imaginación, se me hace incomprensible. Yo creo que, en Jesucristo, se encierra la plenitud de la Divinidad. Oh, Dios mío, ayúdanos a vivir nuestros días en la búsqueda sincera de la plenitud de sentido, que en Ti hallaremos finalmente.”
Añade en el Día de la Epifanía: “Nos conviene ahondar en el profundo sentido del primer Mandamiento.”
El 14, añade:
“Si algo me aterra, Señor, es no llevar a cabo mi misión. Dame luz, fuerza y empuje para ello.”
Continúa diciendo, tres días después:
“¡Señor, luz del mundo, que sea yo, también, reflejo de tu luz, y cuantos me rodean en casa! ¡Que amemos la oración y el silencio, para mejor poder escucharte!”
El 19, hace este apunte:
“La jornada laboral se inició con la noticia de que el Notario nos deja para irse a una notaría de Zaragoza. Pasamos el día con interior malestar. ¿Qué pasará? ¿Cómo será el nuevo notario? ¿En qué situación nos encontraremos? Estas y otras preguntas nos hacíamos entre nosotros, y en casa con la familia. Pero Tú, Señor, sabrás darnos la luz necesaria.”
La respuesta no se hizo esperar. Al día siguiente, la madre del notario llamaría a casa para tranquilizarnos, diciendo que mi padre seguiría en la notaría. El nuevo notario deseaba trasladar la notaría a un lugar más amplio. Se barajó la posibilidad de que papá marchara a Zaragoza. Finalmente, el nuevo notario aceptó la plantilla en su totalidad. Con el tiempo, mi padre se daría cuenta de que hubiera sido mucho mejor marchar a Zaragoza.
Al terminar enero del 95, apunta:
“Ya cayó enero, Señor. ¡Cómo me gustaría hacer de mi vida una ofrenda a tu Bondad!”
El 10 de febrero se celebraba el día del Ayuno Voluntario. Papá escribe:
“Un barco sin rumbo, que Tú, Señor, debes conducir a buen puerto, es decir, a Ti y a los necesitados.”
El 14, por la noche, papá tuvo que recordar el buen y santo uso que debemos hacer del tiempo que Dios nos presta, tiempo siempre corto, aunque suficiente, para nuestra santificación. Y dejó anotado:
“Señor, el día de hoy ha estado jalonado de cierto dramatismo. Pero nada hay que escape a tu misericordia. ¡Ejércela!”
El 17, el padre Alfonso dejaría la presidencia de la escalera de vecinos, pero continuaría como secretario y tesorero de la misma cuatro años más.
El 27, en la reunión catequética de los vecinos, Univisión la grabó para su emisión en América.
El 1 de marzo, coincidiendo con el 52 cumpleaños de mi padre, escribió: “El tiempo, la eternidad, el mundo, Dios, la muerte, la Vida.” Y añadió, citando a la Biblia: “Está desolada la tierra, porque no hay quien medite en su corazón”.
El 7, deja esto escrito:
“Tú, Señor, eres testigo de la conversación mantenida en familia. Tu luz nos haga caminar como deseas.”
Dos días después, Paco, el encuadernador de la notaría, por su 65 cumpleaños, invitaba a mi padre y compañeros a una comida en un restaurante chino de Alcobendas.
El 11 de marzo, con motivo de su 28 aniversario de ordenación como presbítero, exclama mi padre: “¡Gracias, Señor, por confiar en mí, aunque lo haga tan mal!”
El 13, empieza a trabajar con el nuevo notario, Sosa Galván. Se celebró, igualmente, con una comida. Al notario anterior, Hijas Fernández, se le regaló una bandeja de plata.
Al cerrarse marzo de 1995, y con motivo de que su hijo mayor se preparaba en catequesis para la Confirmación, escribe nuestro padre: “¿Qué les enseñarán en catequesis? ¿Cómo les enseñarán? Temo la ineptitud de los catequistas.” Y termina: “Un mes más, Señor. ¡Gracias! ¿Qué esperas de mí y de nosotros?”
La Palabra y el susto del hijo
El 3 de abril de 1995 escribe el padre Alfonso: “¡Gracias, Señor, por el “don” de hoy! Sí, el ser humano es tu imagen.”
Un empleado de la Caja de Ahorros de Alcobendas le pidió que le grabara música poco conocida del Barroco.
El 8, su amigo Motolite le regalaba una grabación de la música que emitía en sus emisiones semanales en la Radio de Cehegín. Serían en su casa donde, este Jueves Santo, celebraría papá la Eucaristía.
Como solía desahogarse con el Señor, el 15, escribe: “No me gustó nada la conversación de esta tarde, Señor. Y sufrimos parte de la noche sus consecuiencias.”
El 19 de abril, el entonces Presidente del Partido Popular, José María Aznar, sufrió un atentado de ETA, del que salió ileso. Lógicamente, las noticias giraban sobre uno más de los hechos criminales de la banda terrorista que, por aquellos años, y durante demasiados, sembró la muerte asesina por toda España.
El 21, dice mi padre:
“He leído algunas páginas del diario de 1969/1970. ¡Qué diferencia, por ejemplo, con éste! Señor, he de pedirte por quien ya sabes. Que todo sea para su bien y tu Gloria.”
El 23, una vez más, iría a la Parroquia de San Timoteo, en Vallecas. Celebraría la Eucaristía y daría una charla sobre la Oración.
Como, el 25, su hijo mayor fue a revisión y seguía en perfecto estado, apunta nuestro padre: “¿Qué decirte, Señor? Remata tu obra de salvación en tu hijo.”
Al día siguiente, se entera de que su hermana mayor, María, ya tiene doce nietos.
En los primeros días de mayo del 95, escribe el padre Alfonso: “Una vez más, Señor, fue a que le sangraran. Tienes que convenir conmigo en lo duro que es esto para sus padres, y para él, que ya no es un niño. Pienso que deseas escriba al papa Juan Pablo II, pero espero el modo y manera que debes marcarme.”
El 10, la noticia del día fue el amago de embolia cerebral que tuvo mi hermano. Llevado urgentemente al Hospital de la Princesa, a la media hora había salido del peligro. Le hicieron un control detalladísimo. A las tres horas, estaban de vuelta en casa, aunque deberá someterse a pruebas de neurología. Pero papá: “¡Gracias, Señor, por haber quedado todo en un susto! ¡Que no vuelva a pasar, Señor. Si Tú no lo evitas…”
Al día siguiente, fue al trabajo con la seguridad de la recuperación de lo sucedido ayer a mi hermano. Mas, el 18 de mayo, deja escrito: “¡Qué locura, Señor! ¡Qué mezcla de asuntos y temas sin ton ni son! ¡Qué bien dijiste aquello de no echar margaritas a los puercos. ¡Luz, Señor, Luz!”
Es difícil, a veces, adivinar los textos del padre Alfonso. Supongo que hacen, muchas veces, referencia a su papel de sacerdote, no siempre, aparentemente, compatible con rol de casado.
El 21, vuelve a reunirse con la Comunidad de santo Tomás, el grupo que mensualmente juntaba en el San Pío X.
Como el 23, le roban en la Notaría unas doscientas mil pesetas, hubo de poner denuncia en la Comisaría de Policía, acompañándole su compañero Santiago. El 26, se trasladarían todos a la nueva Notaría, en la calle Ruperto Chapí, 59. de Alcobendas.
El 28 hubo Votaciones Municipales en toda España.
El 3 de junio, asistía mi padre, en el Colegio Stella Maris de Madrid, en la calle Arturo Soria 71, al bautizo de Noemí, hija de su amigo Julio Pinillos. Concelebró en la Eucaristía al aire libre, en la que, también, se clausuraba la IV Asamblea de la Iglesia de Base de Madrid.
El 8 de junio, que era festividad de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, el padre Alfonso escribía en su diario: “Señor, al llegar la noche, elevo hacia Ti mi estado de ánimo. Nadie lo conoce como Tú, y solamente Tú puedes entender y darme lo que preciso.”
Enterados de que mi tía María. Hermana de mi padre, iba a ser intervenida en una pierna, desde el 13 de junio estuvo pendiente de ello, y al siguiente fin de semana bajó a Murcia para visitarla. Hasta final de mes, estuvo día tras día, interesándose en la salud de su hermana mayor, que había heredado la diabetes de su abuelo Alfonso. Es por esa razón que a mi tía, tiempo después, le tendrían que amputar la pierna y, posteriormente, fallecer. Ella tenía a mi padre puesto sobre un altar, y siempre le ayudaba en todo lo que podía. Que estas palabras le sirvan de recuerdo agradecido, y que interceda por el padre Alfonso desde el cielo.
En alabanza de Cristo. Amén.