EL HIJO PRÓDIGO
(Comentario al ballet homónimo de Prokofiev)
*
Las escenas bíblicas y, más concretamente, evangélicas dan pie a los compositores a crear bellas partituras. Por otra parte, de todas las páginas del Evangelio, ésta es, sin duda, una de las más bellas y que mejor reflejan la verdad de Dios y la mentira humana. Dios es, por decirlo así, el Padre de todo cuanto existe, especialmente, y así conviene que sea, del ser humano. Por tanto, Dios es, al tiempo la Casa del Hombre. Y, como en la casa de uno no se está en ninguna parte, según decimos en español, lo razonable es que el Hombre siempre esté en Dios. Lo que pasa es que, no sabemos en realidad por qué motivo, a veces decidimos irnos por ahí, a ver mundo. Son muy pocos los que deciden quedarse en la Casa, pero también con miras un tanto egoístas. Resulta que eso de andar por ahí suele terminar agotando las fuerzas y el bolsillo. Entonces nos damos cuenta de que en Dios se estaba mejor, y decidimos volver. También egoístamente, claro. Pero Dios, que no tiene más razones que las de amar a sus criaturas, porque no puede dejar de amarse a Sí mismo, espera nuestra vuelta permanentemente. Lógicamente, cuando ve que hemos resuelto volver a El, a nuestra Casa, la alegría le hace perder la cabeza, y vuelca sobre nosotros, pecadores, toda su riqueza de afectos, de mimos, de felicidad. Y ya se nos quitan para siempre las ganas de volver a hacer el tonto fuera de Casa.
Alfonso Gil González