A MODO DE PRÓLOGO
Cuando Satu Alfocea me entregó este libro que tú, lector, tienes en tus manos, me entregué a su lectura ansiosa y ávidamente, como con espiritual gula. Pues la sensibilidad, humanidad y religiosidad que sus páginas revelan me iban despertando las ganas de adentrarme en este poemario tan íntimo, tan personal, de esta mujer ceheginera que plasma sus sentimientos, sus afectos, su fe y buen hacer con la misma sencillez con la que vive su vida de cada día, cargada de experiencias de todo tipo, a las que envuelve en el halo de su inspiración poética, transformándolas en coloquios admirables del alma.
Sí, este libro es un resumen de sus “poemas y vivencias”. El poema lo hace vida, y la vida es para ella como un poema humano-divino que la enriquece y que, ahora, nos hace partícipes de espirituales tesoros, como aquellos del Evangelio, a los que no tienen acceso los ladrones ni la polilla puede echar a perder. El mundo de allá y el de acá se casan en el pensamiento poético de Satu Alfocea. Toda su esperanza está volcada en los poemas-oraciones a la Madre de los Cehegineros, la Virgen de las Maravillas, a sabiendas de que en otros lugares puede invocarse como Milagrosa, de Fátima, Purísima, del Rosario, de Lourdes, de las Angustias, de los Dolores, del Amor Hermoso, del Perpetuo Socorro, del Primer Dolor, del Carmen…
E igual podría decirse de su poesía orante a Jesús Nazareno, esté o no crucificado, o encerrado en el sepulcro, cuna de victoria sobre la muerte; o bien si es al propio Corazón de Jesús, “fuente de amor que purifica las almas”; al Señor de los Azotes, al Cristo de la Buena Muerte, a Jesús Sacramentado –“hostia divina y pura a la que buscamos contentos”. O su poema al Padre Eterno, al que sabe le juzgará, pero cuyo juicio no teme. O el dedicado al Espíritu Santo, de quien se siente acompañada y guiada.
Satu Alfocea dirige, también, su poética plegaria al Ángel de la Guarda, a las Almas del Purgatorio, a los Santos Apóstoles, a Clara y Francisco de Asís, a San José, y otros santos menos conocidos como, por ejemplo, el paciente Job. De todos ellos esta mujer aprendió a soportar la muerte de su hijo Pedro José, “el día que me dejaste/vacía quedé por dentro/Mis ojos llorar no pueden/porque lágrimas no tengo”.
Prodigiosamente, se vuelve al mundo que le rodea, y hay versos para sus amigos/as, para sus hermanas, para sus compañeros/as del Colegio Virgen de las Maravillas, donde trabaja; para la Naturaleza -“los parajes y los montes, las flores y las praderas/Si se admiran, qué paz sientes/cuando ves a Dios en ellas”-. Y hay versos, igualmente, para su propia vida: su infancia, con el recuerdo al abuelo, a los padres Antonio y María, a sus maestras, a las muñecas… “los recuerdos de mi vida siempre los conservaré”.
Satu Alfocea nos entreabre sus gustos y sus más profundos sentimientos. De los primeros, el baile. De los segundos, cómo no, el Amor –“niño frágil inocente y tierno”-: su esposo, sus hijos. Y los viejos amigos. Toda una vida meditada en el dulce hogar, del que escribe: “Hogar es convivir/todos juntos con respeto/y corregir los errores/con amor y sentimiento”. O esta otra definición: “El hogar es la vivencia/de unos padres y unos hijos/que, por más cosas que pasen,/permanecen siempre unidos”. Ampliación del mismo son sus nietos: “Mis nietos son mi ilusión/ mi alegría y mi verdad”. Y, naturalmente, su pueblo de Cehegín, al que le resulta inefable describir: “No sé qué tiene mi pueblo/para el que viene de fuera/que aunque se vaya regresa/y al final en él se queda”.
La vida misma, en fin, es el motivo inspirador de su obra entera. “La vida siempre llevamos/lo mismo que una cadena/Unas veces sonreímos/otras llevamos gran pena”. Por cierto, hablando de la pena, la define como “un sentimiento triste/muy difícil de llevar”, pero que puede soportarse: “Sólo se encuentra la calma/si se sabe a Dios buscar”. La autora de estos POEMAS Y VIVENCIAS, sin padres ya, sin marido y sin uno de sus hijos, dice taxativamente: “Con mi pena acompañada/la vida debo seguir/mirando siempre adelante/porque Dios lo quiso así”. Visión ésta nacida de su profunda fe, que no consecuencia de un Dios caprichoso y antojadizo.
Mujer, Satu Alfocea, que valora la amistad muy hondamente, que recuerda con agrado su estancia en Madrid, en casa de su tío Pedro y de su abuela María Teresa; y que gusta de la belleza de algunas ciudades, como Granada, “paseando por sus calles/se paran todas las horas/regia, soberbia, muy grande/lo mismo que emperaora”. Su viaje a Asturias le encanta. Al pasar por Cudilleros escribe: “Qué bonito es Cudilleros/con sus casas de colores/todas juntas, apiñadas/parece un ramo de flores”. Todo lo ve como un regalo de Dios: el sol “para calentar la tierra”, la luna “que a los amantes vigila”, la mañana “porque empieza el nuevo día/y después de un largo sueño/vuelve de nuevo la vida”, la primavera “bonita y alegre/con sus mañanas hermosas/los pajaritos cantando/y las bellas mariposas”, el verano, la lluvia “que cae con gracia/cuando llega hasta la tierra/dándole vida a las plantas”, etc, etc…
Al final, en la vida de esta mujer, todo se torna gratitud: “Hago repaso a mi vida/al acostarme, Señor/¿Qué sería de mi vida/si no tuviera tu amor?”. Y ve que aprecia todas las cosas, que todo es un tesoro incalculable, “las manos para ayudar”, “un corazón limpio y puro”… Para terminar, lo hago con sus propias palabras: “Gracias, Señor, quiero darte/por todos mis sufrimientos/Son astillas de la Cruz/pues así, Señor, lo siento”.
Alfonso Gil González