SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús va con la cruz de mis pecados,
pesada cual ninguna, ¡oh Dios santo!
¿Cómo no hay en mí amargo llanto
con que lave tus pies, tus pies cansados?
No, tus pies no, que son inmaculados.
Los míos, sí, los míos que de tanto
de sirenas seguir extraño canto,
demasiado los tengo ya manchados.
No llevas Tú tu cruz, cargas la mía,
la que nunca acepté por más liviana;
la que dije llevar, cuando mentía;
la que siempre dejé para mañana…
Y creyendo, Señor, que te seguía,
sólo hice mirar por la ventana.
Alfonso Gil González