Invitación a la música
Te agradezco, amigo lector, me acompañes en esta búsqueda de la más bella música. Repara en este estuche: “Perlas del romanticismo ruso”. Efectivamente, contiene piezas breves de Tchaikovsky, Mussorgsky, Oliere, Liadov y Rachmaninov. Son pequeños fragmentos, danzas, preludios, marchas, valses, momentos musicales llenos de belleza y romanticismo. Valen la pena. Además, son piazas para piano, que toca admirablemente el también ruso Tomislav Baynov. Un verdadero placer para el oído y para el relax del ánimo. Todos esos autores son dl siglo XIX. Oliere, Liadov y Rachmaninov alcanzaron a vivir. Este último unió su tumba con mi cuna, 1943. Su música subyuga al alma.
Hablando de subyugar, mira quién se asoma a esa carátula MARIA CALLAS. Sin duda, la mejor soprano del siglo XX. Mujer de vida dramática, no tuvo demasiada suerte en sus relaciones afectuosas. Pero, si la música tiene alguna diva, esa es María Callas. Son memorables, por ejemplo, las grabaciones con la Orquesta de la RAI, con la Orquesta de la Ópera de París o con la Orquesta de la Scala de Milán. Sus “casta diva”, “bel raggio lusinghier”, “una voce poco fa” o “del tuoi figli la madre” son arias de especial lucimiento con que honró a Bellini, Rossini y Cherubini. Todas ellas muy propias de artista tan brillante.
No lo fue tanto KITTY WELLS, pero que maravillosamente cantaba, en impecable inglés, aquellos Villancicos que tan justa fama le dieron. Valga este inciso como paréntesis en medio del clasicismo sinfónico que tenemos delante de los ojos. Hace cuarenta años, Kart Ritter dirigía a la Orquesta de la Sociedad de Conciertos de Viena. Entre sus grabaciones con ella, yo destacaría las Danzas Húngaras de Brahms. Perfecta sonoridad. Aunque, para sonoridad, la del órgano de la histórica Abadía de Westminster, en Londres, interpretando Simon Preston La Natividad del Señor, de Olivier Messiaen. Los que se pierden estas músicas son innumerables, casi tanto como aquellos mendigos que se agolpaban en Jerusalén con motivo de las Fiestas de Pascua, ya próxima, y que se concentraban, como hoy, cerca del templo.
Por otra parte, tiene nuestro Manuel de Falla una obra titulada Noches en los Jardines de España, que la Orquesta Nacional de España inmortalizó, hace medio siglo, bajo la batuta de Ataúlfo Argenta. Una joya histórica. Tanto como aquellas otras joyas con que algunas mujeres se adornaban, y de las que no se desprendían ni para dormir. Y hay un tenor, español igualmente, Miguel Fleta, que cantaba como nadie la Canción de la espada o el Te quiero. Fleta vivió en el primer tercio del siglo XX. Sus pianísimos no han sido igualados por ningún tenor del mundo. Miguel Fleta Burro murió en los años de nuestra contienda civil del pasado siglo, pero no a consecuencia de la misma.
Y hay todavía por ahí unas adaptaciones, de movimientos de algunas Sinfonías clásicas, que hizo Waldo de los Ríos. Vivía yo en Madrid cuando supe de su suicidio. Una pena. Pero ahí están sus arreglos para ritmos modernos de la Novena de Beethoven, de la Incompleta de Schubert, de la Cuarenta de Mozart, de la Tercera de Brahms, de la Nuevo Mundo de Dvorak, o de la Juguete de Haydn. Estoy seguro que soñó con que tales obras fueran escuchadas en su versión original y completa.
Al tesoro musical pertenece, por derecho propio, la Suite Lírica de Eduard Grieg, la Marcha de los soldados de madera de Jessel, o la doncella y la muerte de Schubert. Son grabaciones de hace ya muchos años, que guardan la nitidez de aquel entonces. Cuando pasen los siglos, sólo debiera quedar la belleza. Esto es como una llamada a valorar lo eterno, lo imperecedero. Como sucede con Severn suite, op. 87 de Edgar. Pieza para ser interpretada por banda. Y lo mismo cabe decir de estos Valses de Strauss que cantan los Pequeños Cantores de Viena. Sobre estos ruiseñores de la música se ha escrito mucho y bien. Hacen una especial demostración con el Vals del Emperador.
Y voy a concluir, por hoy, con una obra de Shostakovich. Se trata de su Sinfonía n. 2, op. 14, intitulada OCTUBRE. Es sorprendente escucharla a la Orquesta Sinfónica de Moscú, junto con el Coro Académico de la URSS, bajo la dirección de Kiril Contrassin. Una sinfonía soviética, que hace referencia a la Revolución de 1917. Lo sorprendente es que, ésta, ha pasado a la historia con tintes rojos de la inmensa sangre derramada; en cambio, la obra de Shostakovich, seguirá inmortal por la belleza que todo lo trueca eterno.
Alfonso Gil González