UN DERBI CUALQUIERA
Jugaba el Madrid de albo ropaje.
En su contra, el BarÇa, blaugranido.
El árbitro pitaba enfurecido,
no viendo más que patas por paisaje.
El público gritaba con coraje,
cada vez que sonaba aquel pitido,
trino de ave del único partido
entre tanto furor del andamiaje.
Los demás, en sofás apoltronados,
veían por la tele el desenlace
al tiempo que su panza bien hinchaban.
Seis millones y medio de parados,
pues su vida así se le deshace,
trabajo y pan a gritos reclamaban.
Alfonso Gil González
1 de mayo de 2013