Desde mi celda doméstica
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viernes, 1 de mayo de 2015

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Revisando mi videoteca, me encuentro con la intervención de la escolanía del santuario de la Vera Cruz de Caravaca, con motivo de la inauguración del año santo jubilar de 2003, en una eucaristía presidida por el nuncio de Su Santidad en España, acompañado por los obispos Azagra Labiano (emérito) y Ureña Pastor, titular éste de la diócesis de Cartagena. Acompañaba a la escolanía de niños el coro Arsis, también de Caravaca, y un reducido número de músicos de cuerda frotada, procedentes del conservatorio de dicha ciudad. Este acontecimiento sucedía el 12 de enero.
Al bello acontecer anterior se unen, en mi grabación, unos minutos maravillosos de armonía, música y naturaleza, con escogidos párrafos musicales de, por ejemplo, Juan Sebastián Bach, con su concierto para violín en do menor. La hermosura de las imágenes y del sonido hablan por sí mismos. Era la primavera. Árboles y plantas se adornan de multicolores flores, a cual más linda. Cuando la de Bach concluye, se inicia una música melodiosa de delicado y etéreo teclado que se hace intimista… y Tchaikovsky y Bizet. Un verdadero manjar para los sentidos y un auténtico relax para el alma. Eran los tiempos en que Telemadrid, 1990, emitía sus cartas de ajuste, previas a su apertura oficial a los televidentes. Eso tiene, además, un valor sentimental, pues se grabaron dichos espacios televisivos cuando mi familia vivía en la capital del oso y el madroño.
La televisión estatal nos brindaba sendos reportajes históricos, en su programa Arco Iris,  uno filmado en blanco y negro, allá por 1931, y otro, en color, en 1942. Y un documental sobre Asia, rodado en 1925. Y otro de la Tierra de Fuego, sobre la vida de aquellos indios. Igualmente, un documento filmado en 1924 sobre una travesía por el continente negro. Ampliado éste con otro, de 1938, sobre la vida de los pigmeos, y un último, 1928, sobre el Ártico. Todo ello hace que valga la pena redescubrir un tal tesoro, y que se los muestre en el recuerdo, a fin de que la vida no sucumba ante el olvido.

Alfonso Gil González
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