Ocho horas con música
Ya saben ustedes que la música es lo primero que ejercitamos nada más nacer. El llanto, el lloriqueo y los berrinches infantiles no son más que poemas sonoros, unas veces en tono menor, y otras en tono mayor, que nos van a permitir captar la capacidad de reacción de nuestro entorno. Los lloriqueos están en tono menor. Los berrinches, en mayor. Poco a poco, los niños van a percibir el tono, el volumen, el timbre y el ritmo con que se les dirige la palabra, mucho antes de entenderla. Es decir, nacemos músicos.
Problema distinto, y de difícil solución, es el del oído o memoria musical. ¿Por qué algunos tienen facilidad para repetir exactamente lo que sus tímpanos escuchan? ¿Por qué a otros les resulta imposible? ¿Por qué algunos de mal oído musical logran aprenderse perfectamente una canción, o distinguen con total precisión cuando algo o alguien desafina o desentona? Resulta un tanto misterioso todo ello.
Amigos, la música forma parte de nuestras vidas. Por desgracia, no dedicamos a tan sutil arte demasiado tiempo. Si, como suele decirse, la música amansa a las fieras, hemos de deducir que no se le dedica tiempo. Hay mucha fiera suelta. He podido comprobar, con el paso de los años, que aquellos a los que no les va la música suelen ser, en sus vidas, muy diferentes de los que la saborean y contemplan.
Napoleones hay para los que la música es el ruido menos molesto, y hay seres selectos para los que la música es el más sublime modo de expresar sus sentimientos, sus penas y sus gozos. Cierto que la educación influye, como en casi todo. No a todos se le puede pedir que contemplen la de Bach, Wagner, Brahms, Beethoven, Bruckner, Mozart, Mahler… No, como no todos leen a Lope de Vega, Cervantes, Juan de la Cruz, Quevedo, por citar tan sólo españoles. En música, como en literatura, o en cine, hay gustos para todos. Hay quien no digiere una ópera y sí una zarzuela; quien no puede con un tratado de filosofía y sí con una novela; quien no ve cine de altura y se contenta con películas del oeste.
Yo, simplemente, les aconsejo que escuchen música, que se dejen penetrar de la misma inspiración con que las buenas composiciones se crearon. Y que le dediquen el máximo tiempo posible. La música participa de esa calidad espiritual que puede compaginarse con cualquier actividad y, por su puesto, con el más sano ocio. Todo, menos dar cabida a la fiera que llevamos dentro, o desparramar nuestros sentidos por la vana curiosidad de los viandantes.
Alfonso Gil