Nuestros primeros años
Lucas debió ser un buen catequista. Partía de un hecho real iluminado a la luz de la Palabra. Donde no hay realidad, hay fábula. Y este es el hecho: los varones judíos estaban obligados a ir a Jerusalén en las fiestas de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos. Las mujeres y los niños no estaban obligados, pero podían ir. Es el caso de la Sagrada Familia. Por otra parte, a los 12 años, un judío ya era “siervo de la Ley”, debía empezar a cumplirla. Alrededor de 150.000 personas solían juntarse en Jerusalén con motivo de la Pascua. Flavio Josefo exagera diciendo que hasta 2.700.000 personas se juntaban en Jerusalén.
El centro de una catequesis no es otro que Jesucristo. Lucas así lo muestra en ésta. Toda la escenificación está en razón de las primeras palabras que vamos a saber del propio Jesús: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que me ocupe de las cosas que son de mi Padre?”.
Ahora vendrían las preguntas curiosas de los que se van por las ramas: ¿Cómo es que Jesús se despista de los padres sin que éstos se den cuenta? ¿Cómo es que un niño dialoga con los doctores en el Templo? ¿Cómo es que se admiran sus padres y no le entienden? ¿Es que no le conocían? Pero el catequista Lucas no hace esas preguntas. Simplemente resalta que lo “buscaron”, lo “hallaron”, se “admiraron”, “dialogaron”, “no entendieron” y “conservaron” sus palabras en el corazón.
No sé si os acordáis lo que era de vosotros a los doce años. Si ya teníais claro que Dios era vuestro Padre, y que os teníais que dedicar a sus “cosas”. Y que, aunque sometidos a la familia, donde crecisteis en edad, conocimiento y gracia, ella fue el soporte de ese crecer. Tampoco sabemos si nuestros padres meditaban en su corazón la Palabra de Dios, que puede ser que sí. Ahora eso no importa demasiado. Lo que sí es en verdad interesante es que las “cosas” de Dios son aquellas en que claramente se manifiesta su Voluntad. A Jesús se le preguntó cuál era esa voluntad, y contestó que nuestra santificación, y ello pasaba por creerle.
Todos sabemos que el templo, entonces signo de la presencia divina, quedó suplantado por el Cuerpo de Cristo, que somos los hombres. En esta clave cristiana de interpretación pascual que hicieron los apóstoles estamos embarcados. “Manifiéstate al mundo”, pedían a Jesús. Jesús no nos lo pide simplemente: “Vosotros sois la luz del mundo”, “vosotros sois la sal de la tierra”. Iluminad, sazonad, anunciad la buena noticia. Creedme: no entiendo cómo pueda ser de otra manera. Sin embargo, estamos siendo testigos de una desintegración más triste y peligrosa que la atómica.
Alfonso Gil González