Saber perder
En las pasadas elecciones municipales y regionales hubo, como en todos los comicios del mundo, perdedores y ganadores. ¿Por qué unos pierden y otros ganan? Pues por la lógica misma del sistema democrático. Si los votos pertenecen al pueblo, éste, en pleno uso de su soberanía, libertad e inteligencia, hace bajar o subir los platillos de la balanza política. Esto es así de simple aun para quien, como yo, no cree que la mejor democracia deba sustentarse en la alternancia de partidos, sino en la representatividad natural y real de la vida de los ciudadanos y de los pueblos.
Pero, dicho lo anterior, uno observa que hay quienes no saben perder. Ya sé que es más difícil saber perder que saber ganar. Entre otras cosas, porque la humildad siempre es verdad y la soberbia siempre mentira. Lo verdaderamente chocante y pueril, signo de inmadurez, es que la derrota se atribuya a las “maniobras” del vencedor, al tiempo que se dice que el pueblo es inteligente y sabe lo que vota. Si éste sabe lo que hace, ¿de qué sirven las maniobras del poder, sino para agudizar el talento de la ciudadanía?
Y es que, por encima de todo interés político, es decir, de toda auténtica preocupación por el bien común de los pueblos, a la palestra política se suele acceder por otros intereses, casi siempre antagónicos con el bien social. Es, por ello, que la demagogia sea el arma blandida por quienes suelen presentarse a ver si ganan, aunque jamás hayan demostrado que su vocación sea la de servir.
Alfonso Gil González