Cehegín´ 57
Para un joven, 50 años es una barbaridad de tiempo. Para mí, por ejemplo, es sólo un ayer, como si apenas hubiera trascurrido medio siglo.
Me veo estudiando el bachillerato entre frailes y seráficos. Ya estaba en tercer curso. Mis padres, cada domingo, o cuando se les permitía, iban a la salita de la portería conventual para compartir conmigo el plato favorito: el arroz con conejo. Mi padre, como casi todos los comerciantes de antaño, se anunciaba en la revista de las Fiestas Patronales. Mi madre, como casi todas las cehegineras, era ama de casa. Una casa situada en la que, entonces, se llamaba calle San Diego, que salía a la del Convento, perdón, a la avenida de José Antonio.
Mis padres tenían un kiosco en la Plaza de la Verja. Ese año empezaría a llamarse Plaza de España. Así lo había solicitado el médico Don Ginés de Paco. Ese lugar, denominado antes Partidor de Arriba, tenía una acequia de la que partían varios ramales de agua. Estaba protegida por una verja de hierro, y las personas mayores podían sentarse a la sombra de dos imponentes árboles, correspondientes a la larga hilera que había por toda la carretera de Murcia en su travesía por Cehegín. Precisamente, ese año de 1957, determinó el Ayuntamiento que había que talarlos. En cambio, la reciente Plaza de España estrenaría fuente luminosa, y Juan Ciudad inauguraría su “Porvenir” el día de Navidad.
Y es que nuestro querido pueblo iniciaba un proceso de modernización, en aras del cual también caería el montículo existente entre la plaza del Caudillo y la placeta de la Iglesia. Ese montículo fue, en su día, glorioso castillo. Es curioso que, una vez desaparecido, haya dado nombre a su actual plaza. Lo civil se impuso a lo católico, presagio de esa asignatura que pretende suplantar a la de religión. Somos así. Ahora no existen los lamentos que antaño se escuchaban por las fiestas no celebradas, entre las que sobresalía la romería a la Virgen de la Peña, o las dedicadas a San Zenón y a San Restituto, ceheginero él.
Pero 1957 aún no sabía de laicismos. En la Iglesia, Pio XII. En España, Franco. En Santa María Magdalena de Cehegín, afortunadamente, un santo sacerdote, Don Joaquín Alarcón Millá. Este buen cura, por nombramiento municipal, iba a presidir la junta rectora de la recién inaugurada Biblioteca Pública Municipal, que estuvo a punto de ser absorbida por la que disponía la Caja de Ahorros del Sureste de España. Miembros de esa mesa rectora serían Amancio Amores Carrasco –concejal y delegado comarcal de sindicatos-, Ginés de Paco y de Gea –jefe local de sanidad-, Antonio Espejo Ruiz –maestro nacional-, los concejales Fernando Moya López y Cristóbal Sánchez de Amoraga, y -¿cómo no?- Fray Juan Zarco de Gea, a quien el secretario accidental de la Corporación, Sr. Ruiz Pérez, describe como “personalidad destacada de esta localidad, Consejero Nacional de Educación, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, periodista y licenciado en Ciencias Exactas.” El primer bibliotecario fue Francisco Ribés Puig, licenciado en Derecho, y fue auxiliado por Ramón Moreno Marín que, ese año, era funcionario administrativo de nuestro Ayuntamiento.
En aquel entonces, los concejales no accedían al Concejo por sufragio universal. Eran otros tiempos. Además de los citados, eran munícipes, bajo la presidencia de Juan Antonio Valero Elbal, Alfonso Peñalver Espín, Benedicto Quintanilla Cano, Manuel Aroca Campos, Antonio Catalán Caparrós, José Fernández Guirao, José María Ortega Ruzafa, Juan Ibernón Macián y Lorenzo Arévalo Mellado. Si me dejo alguno, es posible que no se queje. Todos ellos trabajaron por este Cehegín que paulatinamente despertaba al progreso. El muro de contención de tierras de las Eras de la Tercia, el asfaltado de las calles, el alumbrado y escuelas en pedanías, entre otras empresas, eran indicio de su buen hacer y preocupación popular. Tan es así, que los guardias municipales vieron aumentada su plantilla, y todos los funcionarios su sueldo. Poco sueldo, es cierto.
Uno de los acontecimientos de este año fue la construcción del nuevo Cuartel de la Guardia Civil. La Benemérita siempre se ha encontrado a gusto en nuestra ciudad. Mas quiero resaltar que, a ruegos del, entonces, Presidente de la Hermandad de Caballeros de la Stma. Virgen de las Maravillas, Dimas Agudo Alguacil, el Consistorio dio luz verde para la adquisición de un trono procesional, a fin de evitar posibles riesgos del personal que conducía a hombros la venerada Imagen, al pasar ésta por “calles inadecuadas y peligrosas”. Lo que determinó, lógicamente, el cambio de itinerario.
Y, hablando de nuestra excelsa Patrona, he de destacar que el Pregón de sus Fiestas lo pronunció nuestro insigne y bohemio poeta Lorenzo Fernández “Carranza”. Su edición fue prologada por el imperecedero Fernando Gil Tudela. Hay en ella una dedicatoria del autor, en sonética construcción, a Don Amancio Marín y de Cuenca, que no me resisto a ofrecer:
No he de humillar mi pluma al servilismo
aunque ladre algún can desde la altura,
pero a usted don Amancio, de alma pura,
esclavo y a sus pies desde ahora mismo.
Yo sé de agradecer sin catecismo;
mas no puedo pagar tanta ventura
que en días de dolor y de amargura
su santa caridad puso a mi abismo.
Quisiérale ofrecer en letras de oro
estas páginas breves, mal logradas,
mas llenas de pasión y de decoro.
Vaya mi voz en verso aprisionada
a ofrecerle estos cantos de la amada
tierra que tanto quiere y tanto adoro.
Pues eso.
Alfonso Gil González