Llegar a ser
Cada persona lleva dentro una imagen ideal de sí misma que le indica cómo realizarse. Pero la triste realidad es bien distinta: fracasos, fallos, limitaciones… No obstante, todos tenemos la tendencia a superarnos. Conseguido algo, deseamos ir más allá. Incluso en el orden moral, sentimos con frecuencia la contradicción entre lo que dicta la conciencia y lo que realmente hacemos. Es una lucha interior de la que no siempre se sale victorioso.
En realidad, somos lo que sinceramente queremos ser. De ahí el sufrimiento de no ser lo que en verdad deseamos. Nadie hay, a no ser por tara mental, que no tienda íntimamente hacia ese ideal de su vida. Ideal que no se consigue por formularios legalistas, sino por esas normas fundamentales de conducta que subsisten en todo hombre de recta conciencia. Esa rectitud le mantiene superior a toda otra norma por sacralizada que esté. Sabedor de que todo ordenamiento jurídico-moral queda reducido en amar, incluso al enemigo.
Es en esta clave en que se mueve el mensaje cristiano, siempre áspero para los que se pertrechan en la seguridad de la ley o de los ritos. La era del Evangelio es radicalmente distinta a la era de Moisés. El Evangelio es una ley grabada en el corazón. No evita el mal por estar prohibido, sino porque es mal. Ciertamente, no hay ideal más alto. Responde a las aspiraciones más profundas del hombre y a su insaciable sed de dignidad, de paz y de justicia.
Alfonso Gil González